Un maestro me dijo un día: “peor que mentir a los demás es mentirse a uno mismo”, yo le respondí: ” ¿Cómo puede alguien mentirse a si mismo?”. Él me contestó: “cuando es tan necio de no querer ver propias limitaciones y sus propios errores”. Pero, yo le replique: “mentir es cuando no se dice la verdad”. Y él, volvió a responder: “¿Te parece que dice la verdad quien no tiene conciencia de sus propios actos?”.
Estas palabras de sabiduría, las del maestro, evidentemente, me llevan a un texto que leí no hace mucho en un libro de Peter Kingdley, con el título: “En los oscuros lugares del saber”, del siguiente tenor literal:
“¿Quienes somos nosotros para decidir que es verdad y que es mentira?. Es muy fácil pensar que poseemos un conocimiento superior una compresión más adecuada de los hechos, nos gusta corregir los errores del pasado de acuerdo con nuestros criterios de lo que es verdad. Pero quién corrige a los nuestros? (…)”
Si a todo lo dicho hasta el momento unimos que la forma en que percibimos el mundo influye en los juicios que hacemos sobre él, y que todos los seres humanos compartimos el mismo ADN en un 99,40%, estamos, por lo tanto, condenados a cometer los mismos errores. Entonces: ¿porque somos tan osados de juzgar a los demás, sin previamente juzgarnos a nosotros mismos?.
La percepción es el proceso mediante el cual los seres humanos y otros animales interpretan y organizan la información sensorial proveniente del entorno. Nuestro cerebro no solo recibe información, sino que también la procesa, la filtra y la interpreta en función de experiencias previas, expectativas y conocimientos adquiridos. De manera que lo que percibimos del mundo exterior no es una réplica exacta de la realidad objetiva, sino una versión subjetiva moldeada por nuestra mente, por lo que el análisis que hacemos a través de la percepción de cuánto nos rodea está viciado de errores y de una distorsión provocada por nuestras emociones, creencias y prejuicios.
Por lo tanto, la respuesta a la pregunta: ¿quién somos cada uno de nosotros para juzgar la verdad de la existencia y de nuestras relaciones intersubjetivas?, la respuesta no puede ser otra que afirmar que no somos nadie, ser somos, pero estaremos pervirtiendo la realidad, convirtiéndola en una realidad relativa, a lo que, si unimos nuestra capacidad de manipular la realidad culpando a los demás de nuestros propios errores, anula la posiblidad de cambio al erigirnos en maestros de una moral intachable, careciendo de ella.
En definitiva, nada nos impide juzgar a los demás, incluso hacerlos responsables de nuestras propias desgracias o causantes de nuestros propios errores, sino somos conscientes que lo que estamos haciendo no es más que trasladar al exterior nuestras propias inseguridades, frustraciones, defectos y errores, proyectándolos de tal manera, que salvo para desahogo personal no tendrá el efecto de la catarsis o de la reparacion que esperamos, ni propia ni ajena, sino que lo que conseguiremos es echar más leña al fuego, algo que se nos da muy bien a los seres humanos, sin reparar en que podemos quemar el bosque de nuestras relaciones quedando al final sólo las cenizas de nuestro pasado. Pero, aún peor, la imposibilidad de aprender de nuestros propios errores, ya que únicamente estaremos predispuestos a juzgar los de los demás, abocándonos a tropezar una y otra vez con la misma piedra.
Así que, si lo que buscamos es que alguien nos pida perdón por algo de lo que le consideramos responsables, empecemos por perdonarnos a nosotros mismos. Quizá de esta manera empecemos a tener una visión más amplia y objetivo de la realidad y, en vez generar odio en nuestro interior, adquirir la capacidad de compasión por el daño que se está infiriendo a si mismo al que consideramos el causante o causantes de nuestras desgracias. Quizá así encontremos la paz interior que andamos buscando, dejando de lado esa tendencia a juzgar a los demás y lamentarnos de nuestra amarga existencia.
Magnífico artículo.
Gracias por recordarnos que la mirada interior serena y autoevaluadora, no miente.
“…, la paz es el Camino”.
Un texto muy interesante acerca de la subjetividad de la verdad y la mentira. Gracias, Feliciano.