Para Feliciano, director de esta publicación y amigo, con un fuerte abrazo.
Hola papá:
Buenos días. Otra vez aquí, que ni yo descanso ni parece que esté dispuesto a que tú descanses en ese mundo incorpóreo de almas transparentes. Preguntar si mamá y tú estáis bien sería de una simpleza imperdonable por mi parte. El valle de lágrimas es este y además nos esforzamos en llorar más de lo que nos correspondería si tuviésemos un mínimo de cabeza.
Pero no te escribía yo hoy para filosofar, para contarte cuitas personales o para hablar de la actualidad de este mundo tan poco dado a la actualización, aunque ya supongo que la luz de ciertos fuegos os llegará hasta ahí, al fin y al cabo siempre se dijo que el fuego es espíritu.
No papá, hoy te escribía para comentarte que estáis a punto de recibir en ese ámbito inconcebible para nosotros, a alguien que ha sufrido tanto como tú, y que, afortunadamente, también ha tenido a sus hijos a su lado. Yo sé que ahí os conocéis todos y que de nada valen las recomendaciones, pero quiero contártelo con mis palabras como homenaje, como hice contigo, como hice con mamá o el Tío Julio.
Somos tan simples, tan básicos que hasta algo tan elemental como las palabras sirven para reconfortarnos, para aliviar el momento de las despedidas largas, para sacar las tripas y ponerlas a orear para eliminar los efluvios del dolor.
Es el padre de mi amigo Feliciano. Es, como tú, un padre que parte dejando en desconsuelo a los suyos. Sus obras y los amores que haya provocado van a hablar por él. No me cabe duda de que el pesaje de su alma será un mero trámite, me basta con conocer a su hijo para saberlo.
Si, papá, Feliciano. No, tú no llegaste a conocerlo aquí, pero los amigos no lo son menos porque sean nuevos. Cuando las almas vibran en armonía el tiempo se calla. Hoy me toca acompañarlo en su dolor como en su momento él nos acompañó en el nuestro. No, no con ese dolor que se formula en un acto social que no suele tener más sentimiento que raíces tiene un pájaro, si no con ese dolor que la empatía arranca del fondo de nuestros corazones, con ese dolor que nunca será el de su hijo, pero si el de tu hijo, ese que recuerdo haber sentido y del que siempre queda un resto guardado en algún cofrecito de cariño en una ubicación inconcreta.
Bueno, papá, solo me queda la despedida, porque esta carta es una carta de despedidas, de la despedida de Feliciano, de recordar el día que yo me despedí de ti, de despedirme ahora, siempre con esa sensación de que aún queda mucho por decir, pero sin poder decir aquello para lo que no existen las palabras. Un beso papá. Un abrazo Feliciano.