Dijo Dante Alighiri¹que “si no se modera tu orgullo él será tu mayor castigo”, lo que se traduce que el exceso de confianza en uno mismo puede que termine jugándonos una mala pasada cuando va más allá de la mera satisfacción por los logros obtenidos en un determinado proyecto, objetivo o empresa que nos habíamos propuesto, pero también de personas a las que admiramos o queremos, de manera que, cuando ese sentimiento va asociado a la soberbia o complejo de superioridad de creerse por encima de los demás, lo normal es desembocar en determinados problemas en las relaciones humanas al convertirse -o convertirnos- en seres inaguantables, agotadores en su continua comparación con el mundo que les rodea, en su continuo juicio de valoración de los demás.
Ahora bien, tal actitud no sólo puede resultar peligrosa para ellos, sino también para quienes entran al trapo por comparación, ya que puede desembocar en un sentimiento de inferioridad frente a ellos o, por el contrario, en una lucha agotadora de egos; radicando el problema en no saber dónde está el límite de cada cual, de las aptitudes para determinadas actuaciones, no sólo por la propia capacidad de poderlas abordar sino también teniendo en cuenta otros factores exógenos, pues no todo el mundo dispone del mismo tiempo o de las mismas oportunidades o herramientas, o bien el sacrificio que lleva alcanzar una determinada meta no puede llegar a compensarse con la satisfacción en alcanzarla o con el beneficio que puede reportar.
En realidad, el peor mal que acarrea el orgullo tanto del que pisa como del que se siente pisado es la insatisfacción continua que lleva a desear superar el logro alcanzado o bien mantenerse en él para conservar un determinado estatus, lo que al final lleva irremediablemente al desequilibrio vital de querer ser siempre los mejores, no siendo más que una manifestación de un complejo de superioridad como mecanismo de defensa que tiene la función de esconder el sentimiento de inferioridad que realmente siente por insatisfacción.
Creo no equivocarme al afirmar que todos padecemos de orgullo, aunque sólo sea por el plurito personal o deseo persistente, aunque excesivo, de hacer algo de la mejor manera posible, que nos lleva irremediablemente a la comparación. Y muy pocos lo saben administrar en el sentido de saberse desprender de las connotaciones negativas que antes se han expuesto como manifestación de la insatisfacción personal o por tener la mente tan corta de ser sólo capaces de ver nuestro propio ombligo apropiándonos de nuestros logros sin sabernos desprender de las causas o resultados, no sólo porque puedan tener una proyección externa hacia los demás, habida cuenta que muchas veces los logros alcanzados forman parte de un todo del que formamos parte, que va unida a la realización del ser humano tendiendo en cuenta nuestra proyección al vivir en comunidad y no aislados del mundo exterior, lo que se traduce finalmente en que no sólo somos nosotros mismos los artífices de nuestros logros, sino que también son fruto del mundo del que formamos parte.
En definitiva, el orgullo estará bien administrado, cuando la satisfacción de haber conseguido algo no nos lleva a ser codiciosos y celosos de sus resultados, sino a regocijarnos por el esfuerzo hecho y de los participes del mismo activa o pasivamente; esto es, cuando decidimos no ser egoístas, porque sino el resultado irremediablemente no será otro que frustrarnos, perdernos en lo superficial y, lo que es peor, perder nuestro progreso espiritual y ser infelices. Se trataría del orgullo de los idiotas, de quienes lo ven todo desde su propia perspectiva, del que juzga cualquier cosa como si su minúscula visión del mundo fuera universal, la única defendible, válida e indiscutible.
(1) Poeta y escritor italiano, conocido por escribir la Divina comedia, una de las obras ornamentales de la transición del pensamiento medieval al renacentista y una de las cumbres de la literatura universal.
La reflexión de este artículo da en el epicentro de la causa del ego-orgullo, u orgullo mal sano, que, como acertadisimamente señalas, no es otra sino el complejo de superioridad tras el que se esconden todos los peores miedos del ser humano que se siente inferior.
Extraordinaria mirada hacia dentro, que sólo pueden hacer los sanos de espíritu.
Muchas gracias.