EL NÚMERO Y LA PALABRA

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Nuestra cultura mediterránea occidental es un rico y complejo allegado de tradiciones. Hoy nos fijaremos en dos de ellas, las que dan título a esta colaboración, que sin duda reconocemos como parte fundamental del manantial original, hoy rio caudaloso, del que todos bebemos.

 

I.- SOBRE EL NÚMERO.

De Grecia y Roma heredamos la geometría y la matemática. Evidencian su actualidad las recientes colaboraciones publicadas en esta misma revista, como la magistral serie La Geometría en el Arte, de Pedro Miguel González Urbaneja o Las Matemáticas, el Lenguaje de Dios, de Catalina Castillo.

De la cultura árabe recibimos el número y al álgebra.

Algunos siglos más tarde, en el Occidente Europeo, tiene lugar esa eclosión del saber empírico que llamamos la Revolución Científica, con hitos tan señalados como las tres leyes del movimiento de Isaac Newton, las del electromagnetismo de Gauss, Faraday, Ampere y Maxwell y otros muchos y no menos importantes. No interesa aquí su enumeración, por otra parte conocida, sino la consideración de que en esa revolución científica el Hombre, reconociendo su ignorancia, se pregunta por cuanto le rodea, lo observa, lo experimenta y descubre leyes que, decantadas en formulaciones matemáticas, explican, determinan y predicen el funcionamiento de la física y del universo.

Pero en el siglo XX los científicos, dotados de nuevos y potentes instrumentos y tecnologías, descubren que esas leyes de la física tan elegantes, tan sencillas, tan deterministas, alcanzan a explicar únicamente una parte de la realidad y en escalas muy concretas, y nos amplían la perspectiva (y la incertidumbre) de esa magia de la física y del universo, de nuevo descrita en  fórmulas matemáticas tan elegantes como incomprensibles para el común de los mortales: Einstein, Planck, Bohr, Wheeler…

Y cuando el actual Hombre Científico, con todos sus avances tecnológicos y su cúmulo de conocimientos, se propone explicar el origen del universo, tal y como vimos en mi anterior colaboración en esta Revista, titulada El Universo ¿Diseño o Probabilidad?, nos ofrece una descripción ya propuesta en 1927 por el sacerdote y astrónomo belga Georges Lemaître

Esto nos lleva, necesariamente, a un punto inicial (un cuanto primigenio) en el que toda la materia hubo de estar muy comprimida y muy caliente. Este estado inicial es llamado Big Bang Caliente, y se produjo hace 13.800 millones de años.

II.- SOBRE LA PALABRA.

En paralelo a esta herencia greco-romana, árabe y científica, que aquí hemos llamado del Número, y perfectamente imbricada en ella, se produce en nuestra cultura una tradición de la Palabra, en una de cuyas ramas vamos a poner nuestra atención: me refiero a las también muy antiguas culturas del libro, y en particular a la judeo-cristiana.

Y de esta rica tradición vamos a fijarnos en una pequeña rama en particular: la Cábala.

Nos situamos en plena Europa Medieval. La Cábala es una vertiente de la tradición mística del pueblo judío que surge en Provenza en el siglo XII, imbuida del mismo fervor espiritual que su movimiento coetáneo: el  Catarismo. Es un fenómeno propio de las comunidades judías del occidente cristiano. Intenta conocer (y controlar) las fuerzas de la naturaleza a través de los misterios que se ocultan tras los nombres de Dios. La creación y todo cuanto nos rodea es el punto de partida para el entendimiento de Aquel que se nos revela a través de sus obras.

Para los cabalistas, Dios crea el mundo con la palabra, y las letras del alfabeto, cuyas combinaciones forman esas palabras, son vistas como los elementos espirituales de la creación. Así, el nombre de Dios representa la totalidad de las posibilidades manifestadas.

La tradición  cabalista la componen La Torá (el Pentateuco más los profetas y libros menores), la Ley Oral, el Talmud y los escritos Gnósticos (*).

Según esta tradición, la creación del mundo ocurre dentro de Dios mismo. El primer paso consiste en hacer brotar la nada de la luz suprema, puesto que la Luz es el punto de partida de la creación, producida por el Verbo. Dios crea mediante la Palabra, que supone la materialización de lo que ya existe en su pensamiento (la Sabiduría Divina).

La obra cumbre de la Cábala es el Séfer ha-Zohar (Libro del Esplendor). Fue escrito en Ávila entre los años 1.295 y 1.305 por el Rabbí Mosé Sem Tov de León, judío de familia humilde nacido en León en 1.240 y fallecido en Arévalo en 1.305. La tesis fundamental del Zohar es que Dios es totalmente imposible de conocer.

Pues bien, en este libro, segunda parte, capítulo II, epígrafe 10 (El Punto Supremo), leemos:

… El Infinito alcanzó la Nada, aunque las ondas sonoras no puedan en absoluto transmitirse en el vacío. El sonido del Verbo fue el principio de la materialización del vacío. Pero esta materialización quedaría reducida a un estado de imponderabilidad si en el momento de alcanzarlo no hubiera hecho brotar un punto brillante, el origen de la luz, que es el Misterio Supremo y cuya esencia es inconcebible… La palabra Esplendor (Zohar) designa el punto brillante que el Misterioso hizo brotar al alcanzar el vacío y que es el origen del universo… Este brillo es, en cierto modo, la semilla sagrada del mundo.

No sé vosotros, queridos lectores, pero cuando yo leo este párrafo del Zohar y lo comparo con la descripción del Big Bang caliente de Lemaître, siento que ambos autores me están queriendo contar el mismo relato.

Aunque con siete siglos de diferencia a favor de Mosé Sem Tov.

 

 

(*) Evangelio de Juan: En el principio la Palabra existía y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Estaba ella en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. El Evangelio de Juan es el único de los gnósticos incluidos en el canon de la Iglesia de Roma. El resto de ellos (de Felipe, de Tomás, de los Egipcios, de María y de la Verdad) pueden consultarse en los Textos Gnósticos de Nag Hammadi, Editorial Trotta.

 

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2 COMENTARIOS

  1. En primer lugar, magnífico artículo el que has escrito. Contiene la “esencia cabalística” de la creación; sintetizada en “…el sonido del Verbo…” Después, es muy hermoso el paralelismo sobre el que sigues razonando a partir de esa idea. Lo he disfrutado.

    En segundo lugar, muchas gracias por la mención que haces de mi artículo.
    Un saludo.

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  2. Me alegra que mi colaboración te haya gustado; especialmente deseo que te sea útil. En cuanto a citar buenos artículos, el mérito está en quien los escribe, no en quien los cita. Nobleza obliga. Gracias y un saludo.

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