Suele ser habitual mostrar nuestra animadversión contra aquello que nos desagrada, nos inquieta o nos sitúa en una confrontación de opiniones o estados contrapuestos, que son capaces de sacarnos de nuestras casillas. Un rechazo que no deja de ser natural, entre otras cosas, porque poner siempre la misma mejilla duele y cansa un poco salvo a aquellos que han muerto en olor de santidad, quizá iluminados por la luz de un ser superior o por la promesa de la vida eterna en un paraíso con 72 vírgenes, o sin ellas, dependiendo del santón que haya perdonado sus pecados.
Es por ello, que estoy convencido que es s sano mostrar abiertamente y sin tapujos ese rechazo frente a comportamientos que nos desequilibran o, simplemente, no cuadran con nuestra forma de ver las cosas, ahora bien, sin permitir que se transformen en una constante rechazo frente a quien o quienes se nos oponen, que llegue a encapsularse o enquistarse con el consiguiente peligro de malignizarse, de convertirse en un tumor capaz de destruir las posibles vías de encuentro o de reconversión de ese rechazo en aceptación, o al menos de comprensión, pero sobre todo que nos impida una adecuada percepción del mundo que nos rodea.
Determinadas personas, esclavos de su super yo se creen los únicos depositarios de la razón o de valores morales superiores y con la autoridad suficiente para arrasar con quieres consideran no están a su altura, y esto en el mejor de los casos, pues también hay quienes sólo se dejan llevar por sus instintos y pulsiones más bajas, arremetiendo contra diestro y siniestro bajo el argumento de estar enfadado con el mundo, o desde la resignación de “este mundo me cansa”, llegando a una apatía enfermiza.
Claro que existen mil y un motivos para estar enfadados, incómodos, incluso perplejos ante un mundo cada vez más deshumanizado, pero lo que no puede ser es que se convierta en una causa suficiente para revelarnos contra todo y contra todos, porque no todos somos iguales y no todo lo que acontece a nuestro alrededor es malo, sólo hay que saber mirar, observar y canalizar adecuadamente mediante un juicio equilibrado lo que percibimos, porque, tal vez, el problema radique en que no tenemos capacidad suficiente para hacer un análisis objetivo y sobre todo casuístico de los problemas que acechan al mundo, del porqué de las cosas y de esa conducta que denominamos social, como un ente globalizado, impersonal; lo que provoca que la inquina nos salga por los poros de la piel, nos arrastre o precipite, no sólo a un malestar a nivel individual, creciente hasta el punto de desestabilizarnos emocionalmente sino también colectivo generando luchas titánicas que pretenden o persiguen educar a los demás o de darles lecciones, cuando el problema realmente radica en nuestra paupérrima educación, sobre todo emocional, creyéndonos, en la mayoría de los casos , conocer a los demás con la osadía de juzgarlos y condenarlos, cuando ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos.
No se trata de una mera teorización sobre la agresiva conducta humana, muchos son los ejemplos que a diario nos hacen comportarnos de una forma agresiva contra los demás, siendo uno de los más comunes o habituales, que sería digno de un análisis en profundidad, que quizá algún día haga, ese comportamiento irracional y agresivo que muchos conductores mostramos al volante de nuestros vehículos, intentando rivalizar con el que tenemos al lado para demostrar que nuestro vehículo es el más rápido, o que tenemos la razón frente a una determinada maniobra, hasta el punto de preferir poner en peligro nuestra vida o la de los demás a ceder frente esos energúmenos irracionales que se expresan a base de bocinazos y exabruptos propios de un perro rabioso.
No quiero ponerme como ejemplo ante nadie, pues no siempre consigo atemperar mi comportamiento ante discrepancias o actitudes ajenas que me desagradan, como el que he puesto como ejemplo, entre otros muchos; pero si debo decir que cuando lo logro los resultados son más óptimos, no sólo para mi sino también para el que nos saca o pretende sacarnos de nuestras casillas que, sin duda se ve desarmado al no utilizar sus misma armas de la sin razón, por supuesto, sin pretender dar lecciones a nadie, porque como dice mi sabio terapeuta, a ciertas edades no se doman potros sino que se montan, pero además, porque tal vez, los primeros que tenemos que ser domados somos a nosotros mismos para poder contar hasta diez, o hasta donde haga falta, antes de saltar como una fiera hambrienta contra los demás, con ansias de sangre y, lo que es peor, con el subyacente convencimiento que estamos proyectando lo mejor de nosotros mismos.
La reflexión que evalúa lo propio y lo ajeno con equilibrio es siempre muy necesaria.
La mayoría de los problemas de la humanidad se evitarían con estos ejercicios.
Muy buen artículo.
Muchas gracias.