EL MICROTOMO

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I.

Suelo comer carne de humano los martes, cuando en el supermercado la rebajan un cincuenta por ciento debido a su próxima fecha de caducidad.

No es ningún manjar, pero qué quieres, es lo que hay. Con la pensión del gobierno no puedo permitirme exquisiteces. Es el hambre, esa necesidad llena de vida, que multiplica por siete la violencia de los cobardes y que promete regresar puntualmente cada treinta y seis horas.

Como decía, y si no lo he dicho, lo hago ahora, alimentarse de esa mierda requiere tenerlos bien puestos. Hace unos años, era impensable; sólo en las zonas rurales y muy deprimidas se consumían los humanos que morían atropellados en las grandes vías.

II.

La semana pasada se suicidó mi primo hermano. Apareció colgado de un hermoso algarrobo que, mecido por el viento, hacía de Berni un fruto más del árbol.

III.

No puedo decir que sea feliz, aunque al menos, hago mis necesidades dos veces al día.
Hoy es día de paga.

IV.

Es martes. La puerta del supermercado es el final de una cola de espermatozoide que da la vuelta a la manzana.
Las ganas de cagar levantan mi sonrisa hacia los tejados.
En los pasillos, el hilo musical se ha anudado a mi cuello.
V.
He despertado rodeado de bolsas de plástico.

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