Hace unos días reflexionaba con personas muy cercanas a mi sobre el carácter vinculante de las Normas, tanto las que integran nuestro Derecho positivo, incluso el convencional o estatutario, como de aquellas otras que de forma tácita imponen las relaciones sociales; dejándome preocupado la opinión generalizada de la prevalencia del carácter punitivo de aquellas ante su incumplimiento.
Es cierto que, necesario es que exista un sistema sancionador que garantice el cumplimiento de las leyes, en virtud del aforismo que ya he utilizado en otras ocasiones al tratar del efecto “lex dura lex”, donde la” Ley sin espada no es más que palabra“. Sin embargo, no comulgo con un sistema tan restrictivo, es decir, no vivo a gusto pensando que tal espada puede desmembrar mi cuerpo dejándome sin cabeza ante el menor desliz. Con ello, no estoy haciendo apología de la desobediencia civil, aunque en algunos casos estaría más que justificada, sino que las normas deben ser adaptadas a una amplia casuística y, por consiguiente, exige una labor de exegesis del operador jurídico, esto es, de quien aplica la norma, incluso por nosotros mismos cuando somos parte activa un en procedimiento judicial o administrativo, o simplemente de exigencia ante el incumplimiento de nuestro entorno social.
Ahora bien, para que dicha labor de interpretación no desemboque en un aplicación arbitraria de la Norma, se precisa de una argumentación que justifique una postura acorde a la amplia casuística que, evidentemente, obliga a hacer un juego de malabares o de bolillos teniendo en cuenta siempre la solución más justa, primando, sobre todo, la igualdad y la equidad.
Por otra parte, fruto de la reflexión amistosa en principio citada, pude comprobar que la dureza de la ley que exigimos para los demás, cuando el sujeto pasivo de su aplicación, somos nosotros mismos, la cosa es diferente, reclamando una aplicación más acorde a nuestros intereses que su aplicación equitativa exige, pasándonos por el arco del triunfo aquel dicho que un servidor aprendió de sus padres que, lo que no quieras para ti, no lo quieras para los demás, haciendo realidad aquella cita del nuevo testamento que viene a decir algo así, que somos más propensos a ver la paja en el ojo ajeno, en vez de la viga que tenemos en el nuestro, o lo que es lo mismo, cual dado es el ser humano a justificar su conducta negativa con un agravio comparativo respecto a la conducta de los otros, incluso menos grave que la nuestra, partiendo del hecho que basar o justificar nuestra conducta ilícita en otra ilicitud exterior a nosotros no es más que una pura falacia.
Como siempre, se trata de la doble moral, como tratamiento diferenciado de las Normas, es decir, aplicando un criterio diferente que nos lleva a justificar y permitir más libertad en nuestra conducta que en la conducta de los demás, violando de esta manera el principio de justifica imparcial.
También, debe tenerse en cuenta que, la aplicación de la Ley igual para todos, exige valorar o interprestar adecuadamente el principio de igualdad, lo que nos lleva necesariamente a tratar igual los casos que son iguales y diferente los que son distintos, con el deber de proteger a las personas o colectivos más vulnerables teniendo en cuenta en cuenta su situación personal o social, lo que nos llevará finalmente a una discriminación positiva.
No es fácil, ser justos, si bien el primer paso es empezar a serlo con los demás, en la misma medida que exigimos para nosotros el cumplimiento de cualquier tipo de Norma y, teniendo en cuenta que en Derecho, las cosas no son blancas o negras, sino que existe una amplia gama de grises, con la preminencia de la protección de los más débiles dentro del sistema y, por culpa del propio sistema.
En su virtud, sólo la vulneración consciente de las Leyes exige poner en marcha su carácter punitivo, en el sentido más estricto, también graduando la gravedad de la conducta, por lo demás, debería considerarse la producción y ejecución normativa como un mecanismo necesario para garantizar la convivencia dentro de un Estado de Derecho y, por consiguiente, la seguridad jurídica, no actuando como víctima o verdugos según nuestras propias demandas o exigencias o de la pueril manera de apreciar el sistema normativo como una caja de truenos librado por martillo de Thor para subyugar a los pobres mortales.