EL MAL SUEÑO DE LA IZQUIERDA PRODUCE MONSTRUOS. SI NO HAY ESPAÑA, NO HAY REPÚBLICA.

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El fracaso de la izquierda española ha engendrado sus propios monstruos en los que apoyarse para seguir enfangada en su propia contradicción.

Que Vox sea una reacción a la explosión descontrolada de los nacionalismos antiespañolistas no quita culpabilidad a la izquierda que ha amamantado, desde la Transición, dichos desvaríos. La izquierda sigue atrapada por el franquismo, o peor dicho: por el antifranquismo. Porque, si bien durante la Transición fue capaz de entender que la correlación de fuerzas realmente existente no le permitía forzar la ruptura, y apostó por una reforma pactada de la que surgió una Constitución –la del 78– democrática y homologable a nuestro entorno europeo, fue esa misma izquierda la que dio también pátina democrática a un nacionalismo que en aquel momento era muy débil pero ya profundamente supremacista: solo hay que leer las prevenciones del patrón Pujol respecto a los peligros que suponía la inmigración del resto de España: els nouvinguts, els xarnegos.

Las causas de ese apoyo de la izquierda podían ser coyunturales, dado el enemigo común. Pero siempre he afirmado que el nacionalismo, tanto en Cataluña como en el País Vasco, puso huevos en todos los nichos ideológicos y sociales –es lo que he dado en llamar embebimiento, o lo que los trotskistas llamaban “entrismo”–. El nacionalismo siempre ha estado dirigido por las llamadas 300 familias, aunque su masa la constituían clases medias, medias altas y botiguers (tenderos) reconvertidos hoy en funcionariado de la Generalitat.

Ese embebimiento en las organizaciones de la izquierda se vio desde le inicio de la democracia, cuando en el nuevo PSC los cuadros dirigentes los ocupaban los Raventós, Obiols, Maragall, etc., o cuando el mismo López Raimundo, Secretario General del PSUC en aquellos tiempos, reconocía en privado su subsidiariedad ante el etnicismo catalanista al afirmar que él –que era maño y hablaba mal catalán– no podía ser el secretario general del partido.

De lo coyuntural a lo estratégico sin solución de continuidad. Poniendo el carro siempre delante de los bueyes, lo nacional por delante de lo social. Un proceso de auto-deslegitimación, un proceso de pérdida de referentes ideológicos propios de la izquierda y de pérdida de imagen como referente social de lo ético.

La izquierda se dejó robar la cartera de la igualdad y de la justicia social. Hoy lo que mola es ser distinto, tener señas de identidad que te distingan del populacho; y eso, la izquierda, lo alimenta: “ser catalán es más que ser español”; “ya se sabe que los catalanes siempre han sido progres mientras los españoles son unos retrógrados incapaces de entender la superioridad…” Progres, pero anclados en tradiciones, aunque sean inventadas, recientes o copiadas de otros… Els Correbous sí, pero els braus (los toros), no.

Podemos y Comuns disolvieron por absorción a todo lo que había a la izquierda del PSOE. IU, aun cuando mantenía en sus programas lo de la autodeterminación, parecía hacerlo con la boca chica, y no se adentraba mucho en su defensa (Solé Tura, padre comunista de la Constitución del 78 dejó clara la postura del PCE en la Transición). El PSUC, sin embargo, fue –con su tímido “catalanismo popular”– el auténtico promotor de la inmersión lingüística (Ver Foro Babel. El nacionalismo y las lenguas de Cataluña); y, al fusionarse con un grupo escindido de Esquerra Republicana de Catalunya (la Entesa dels Nacionalistes d’Esquerra­), en tiempos de Rafael Ribó –hoy polémico Sindic de Greuges, que agravia a todos con sus boutades sobre la sanidad catalana–, para dar lugar a la postcomunista ICV, la nueva organización quedó presa de un discurso criptonacionalista (soberanista, le llaman ahora) que le ha llevado con posterioridad a votar a favor de la inconstitucional declaración de soberanía que el Parlament de Catalunya aprobó en el 2013, y cualquier otra cosa que el independentismo le ponga por delante.

Es la posición final de ICV, y su desgajada EUiA, la que se instala en la nueva pseudoizquierda podemita, y lo hace de manera más desacomplejada, influida por los nuevos líderes neo-peronistas o laclaudianos, en donde el “Derecho a Decidir” se convierte en el “significante vacío” por excelencia.

Pero el desnorte de la izquierda no acaba en Podemos y sus confluencias. El PSOE hace tiempo que ha dejado que su proyecto para España sea dirigido y marcado por lo que se le diga desde el PSC. Todo ello unido a una historia de descabezamiento o desideologización en el liderazgo a manos de gentes como Zapatero o Sánchez.

La actual situación, con un problema para constituir un gobierno estable, es fruto de elucubraciones y estrategias electoralistas de Pedro Sánchez y su equipo. Sus declaraciones antes de forzarnos a una repetición electoral contrastan con la rapidez en firmar su acuerdo con Podemos a los pocos días de las elecciones. Las prevenciones para pactar desaparecieron como por ensalmo. Y si la estrategia del PSOE era crecer en escaños para pactar con más autoridad con un Unidas Podemos ciertamente minorizado, incrementando a la vez la suma total de votos con la estrategia Errejón para evitar el previsible incremento de la abstención en la izquierda, podemos concluir que dicha estrategia ha resultado todo un fracaso. Y que, en todo caso, el hipotético gobierno que se pueda llegar a pactar, será ahora más débil que el que podría haber sido antes de las elecciones.

Pero es evidente que el problema de ingobernabilidad generado por un sistema electoral caduco y por la pretendida utilización del mismo para generar mayorías se agrava con la falta de un proyecto político de la izquierda para España. Esta afirmación se hace evidente ante la pretensión de Pedro Sánchez de pactar el supuesto gobierno “de progreso” con ERC: un partido que tiene como principal objetivo la secesión de Cataluña, y que ha declarado por activa y por pasiva su deslealtad a la Constitución Española. Que sus representantes no acudan a la reunión con el Jefe del Estado puede parecerles simpático a algunos republicanos atascados en el franquismo; pero a otros, como el que suscribe, no les cabe la menor duda que si ese Jefe del Estado no fuera el Rey –sino, por poner un ejemplo, Mariano Rajoy o Felipe González– su actitud obstruccionista sería exactamente la misma.

Detrás de la República Catalana no hay más que un proyecto etnicista y totalitario. Y el problema es que hay una izquierda sin ideas que ha renunciado a una España más solidaria, pensando que “cuanto peor mejor”, y creyendo ingenuamente que, derribando el estado constitucional, dividiendo en reinos de taifas España, podría recuperar la hegemonía política y cultural. Pero la realidad, que otros más formados que yo han enunciado, es que la radicalización nacionalista y autoritaria se impondría en los trozos resultantes. Y los grandes perdedores serían, como siempre, las clases trabajadoras, sin descartar una segura proletarización de gran parte de las clases medias. Los grandes beneficiarios –también como siempre–, las oligarquías regionales y nacionales; y, por supuesto, las multinacionales y las potencias mundiales que entrarían a hacer negocio en una balcanización de España.

La izquierda española sigue empeñada en cavar su propia tumba. Si persiste en su política de pactos con el independentismo y el soberanismo, tarde o temprano será abandonada por sus naturales votantes, los cuales se refugiarán en opciones que le garanticen la integridad de España: única posibilidad para que, en un futuro, una verdadera izquierda social, solidaria y republicana llegue al poder.

Si no hay España, no hay República.

 

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