De nuevo me han regalado un libro. Enseguida lo he leído, lo hago o no con presteza según la confianza que me inspira el gusto literario de quien me obsequia.
Es El Libro de la Almohada, escrito en el siglo X por una mujer, Sei Shônagon. Ella fue junto a Murasaki Shikibu, autora de La Historia de Genji, la creadora de una tradición literaria genuinamente japonesa.
El Libro de la Almohada –en japonés Makura no Soshi- es un compendio de notas recogidas por Sei Shônagon durante los años en que fue Dama de Corte de la Emperatriz Sadako, en el período Heian (794-1185), caracterizado por el cultivo de un gusto refinado en todos los órdenes de la vida. Fueron las mujeres aristócratas quienes impulsaron la literatura japonesa en esta época de esplendor cultural, ya que la escritura de ideogramas chinos era privativa de los hombres. En una sociedad en la que poemas, notas y acertijos circulaban como medio ordinario de comunicación y era habitual la redacción de memorias, las mujeres necesitaban una forma de lenguaje. Comenzaron a utilizar para ello una escritura silábica y fonética, el hiragana, que, a diferencia de los ideogramas, carecía de contenido conceptual. De esta manera el lenguaje escrito, una vez mimetizado en sonidos, se alejó de la rigidez de los ideogramas y fue adquiriendo una plasticidad que permitía los matices necesarios para el desarrollo de la narrativa. Además, puesto que el hiragana era el canal de comunicación escrita entre hombres y mujeres en la Corte, generó en ellos una sensibilidad común. Es por esto que las mujeres son las protagonistas de la literatura japonesa clásica.
El manuscrito original de El Libro de la Almohada se perdió en la misma era Heian. Perduró a través de copias, fruto de las cuales sufrió numerosos cambios y reordenaciones. Fue traducido al castellano por vez primera, desde versiones en japonés moderno, por Jorge Luis Borges y María Kodama.
Sei Shônagon escribe casi 200 notas sobre su vida en la Corte. Algunas son deliciosas, reflejo de la sensibilidad japonesa que sublima lo cotidiano y mantiene una visión estética sobre todas las cosas. El Libro de la Almohada –llamado probablemente así porque los diarios eran guardados dentro de las almohadas de madera- habla con sensibilidad poética de las estaciones, del día y la noche, de árboles y arbustos, insectos, flores, lluvias y nubes; de la Familia Imperial, trajes y ceremonias, historias de la Corte, de aventuras y encuentros galantes. En su mundo idealizado de las formas, el lector se ve envuelto por una atmósfera delicada, llena de registros sensuales, como dentro de una hermosa filigrana. La primera nota dice así:
En primavera, el amanecer…En verano, las noches…En otoño, el atardecer… En invierno, las mañanas…
Sei escribe con carácter. Se descubre como mujer inteligente y observadora, capaz de manipular el mundo cortesano que conoce a la perfección. Es engreída y arrogante, y no deja de manifestar su desdén por todo lo feo, irregular o caótico. Hasta tal punto estas realidades la exasperan que habla con insolencia de Cosas deprimentes, Cosas odiosas, Cosas que dan una impresión patética, Cosas molestas, Cosas embarazosas; o Nada me molesta tanto, Nada puede ser peor, y enumera, en cada una de ellas, aspectos de la vida que deberían ser descartados pues alteran el orden del mundo en que desea vivir.
La belleza de los detalles cobra una densidad que la cultura japonesa realza como ninguna otra. Apenas se percibe distancia entre El Libro de la Almohada y El Elogio de la Sombra de Junichiro Tanikaki, aunque hay diez siglos entre ambos. Japón, aun encauzado irreversiblemente en la poderosa civilización occidental, mantiene un carácter y una visión inmutable. Cualquiera que lo haya visitado y haya contemplado su arquitectura, los murales y lacas, el arte en general; o los jardines, la vestimenta tradicional -aún habitual en algunas grandes ciudades-, los arreglos florales, el kabuki y la sencilla ceremonia del té, sabe que su cuidado exquisito de las pequeñas cosas continúa suscitando una experiencia profunda, de finas resonancias.
El Libro de la Almohada permite también leer entrelíneas los valores propios de la extraña ética japonesa, alejada de las nociones occidentales del bien y el mal. En Japón un hombre es ético cuando responde a lo que la sociedad espera de él. La lealtad a la Familia Imperial, el compromiso con los cánones sociales, los antepasados y la propia reputación permanecen también como obligaciones a través de los siglos, como explica Ruth Benedict en su ensayo El Crisantemo y la Espada, al final de la Segunda Guerra Mundial.
El texto de Sein Sonagôn es contemporáneo de nuestro Poema de Mio Cid, el primer gran poema de la literatura española. En El Libro de la Almohada la realidad se presenta como un mundo poetizado de la apariencia, una pompa de jabón que, a pesar de su delicadeza y poder inspirador, puede llegar a resultar banal. En el Poema de Mio Cid hay raptos, batallas, sentimiento religioso, amor, poder, fuerza y honor. Mas grave en su contenido, no pone mientes en los detalles -que la cultura occidental considera, en aquél momento, desde un punto de vista utilitario- sino en la épica y las virtudes del héroe. Dos universos en un mismo mundo. Merece la pena leer El Libro de la Almohada, disfrutarlo y comprender Oriente y Occidente como dos entidades distintas que, en cierto modo, se reflejan la una en la otra.
Imagen de portada: Kitagawa Utamaro.
Imágenes interiores: Kitagawa Utamaro; Utagawa Kunisada; Kitagawa Utamaro. Ando Hiroshige.