Según el escritor colombiano Fernando Vallejo: “El libre albedrío es ilusión, mera falacia. Por más que arrojen a Edipo a los lobos, el niño crecerá y matará a su padre, desposará a su madre, se vaciará los ojos. El destino está escrito en el cielo y escrito con sangre”.
Si buscamos en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, encontramos la definición de albedrío como la voluntad no gobernada por la razón, sino por el apetito, antojo o capricho; mientras que el libre albedrío aparece definido como la potestad de obrar por reflexión y elección, o dicho de otra manera, la capacidad que tenemos los seres humanos de elegir entre distintas alternativas que se nos ofrecen o crear otras nuevas.
Esta facultad del ser humano de elegir entre el bien y el mal ha ocasionado que el concepto del libre albedrío tenga sus implicaciones éticas y morales, según las cuales el individuo es responsable de sus actos y, en virtud de ellos, merecen un premio o un castigo.
Así, San Agustín indica respecto a esta facultad de elección que, “El albedrío de la voluntad es libre cuando no se somete a los vicios y a los pecados” (CD 14,11,1), por consiguiente, el libre albedrío sería el buen uso que se hace de esa libertad.
Por el contrario, el determinismo aboga por el hecho que toda conducta o elección humana tiene su raíz en una causa, de modo que nuestras decisiones estarían determinadas indefinidamente por todas las causas que las preexisten, lo cual significaría que no hay elección posible y que el libre albedrío en realidad no existe. Mientras que los liberales que no reconocen las tesis deterministas afirman lo contrario.
La vinculación del libre albedrío a la figura de Dios, y la libertad que éste otorga al individuo para actuar de acuerdo con el bien y el mal, nos lleva a una encrucijada dentro de las propias Sagradas Escrituras ya que nos revelan conductas manejadas por la voluntad de Dios, como es la propia concepción del Hijo de Dios en la Virgen María, la traición de Judas o la negación por tres veces del Apóstol San Pedro. Y, dentro del antiguo testamento, la más importante como es la imposición al pueblo de Israel de diez Leyes o mandamiento, esculpidas en piedra, como alternativa al becerro de oro.
Así, si existe un Dios onmipotente y omnipresente que sabe a priori cómo van a ser nuestros actos, no tendría cabida el libre albedrío, en cuanto que nuestra actuación ya esta marcada por un camino definido previamente por ese Ser Supremo como único camino para la salvación eterna. No existiría libertad porque ya existe una imposición
No podemos negar que cualquier religión está marcada por ciertos dogmas de fe y una doctrina que entra en confrontación con el libre pensamiento, y más contra la razón y la lógica, a no ser que se conciba la figura de Dios como el inicio y el fin, como el universo finito e infinito, como la energía y la materia.
Si el universo está en constante expansión es porque existe la energía y la materia que confluyen en esa figura que algunos llaman Dios, otros creador, arquitecto superior del universo, o sólo Universo o Multiverso.
Sin embargo, si el espacio-tiempo es una dimensión física como cualquier otra, no pude existir el libre albedrío ya que, dependiendo de nuestra ubicación en el universo, podemos estar viviendo en una realidad pasada o futura. Es decir, el pasado, presente y futuro son conceptos relativos, de ahí la Teoría de la Relatividad de Einstein, según la cual lo que comúnmente es llamado tiempo no existe como tal, por consiguiente, si existiera un ser capaz de observar todo esto se podría afirmar que todo está determinado, sólo que no somos conscientes de ello.
Sea como fuere, negando incluso el libre albedrío en relación a la causa efecto, en cuanto que las motivaciones de cada elección del individuo está influenciada por factores externos, fuera de nuestro control, hay algo que no podemos negar como es el hecho que nuestros cerebros toman todas las decisiones que consideramos libres, basándose en un complejo sistema, en el que influyen aspectos tales como nuestra experiencia, formación, sabiduría, incluso emociones, en base a los cuales elegimos lo que consideramos más acorde.
En definitiva, como indica el filósofo alemán Jürgen Habermas, los seres humanos somos el producto de billones de años de evolución, por ello no sería muy descabellado creer que, durante todos esos siglos, la naturaleza nos proporcionó de algún mecanismo epistemológico que nos permite evaluar diferentes escenarios, usando la razón, y luego decidir acorde a nuestros propios motivos.