Llega la noche de celebración. En el cielo, destellos de colores dibujan formas fugaces que arrancan sonrisas y exclamaciones de admiración. Pero, mientras algunos miran hacia arriba con asombro, otros sufren en silencio. Los fuegos artificiales, aunque visualmente deslumbrantes, traen consigo un lado oscuro que afecta a millones de seres vivos, incluyéndonos a nosotros mismos.
Detrás del Espectáculo
Un ejemplo reciente que ha sacudido a Escocia es el fallecimiento de Roxie, en el zoológico de Edimburgo. Cada estallido supone una amenaza silenciosa pero devastadora para los animales, tanto domésticos como silvestres, que al poseer una audición más aguda que los humanos, los hace especialmente susceptibles al ruido de la pirotecnia. Esto fue lo que le sucedió a Roxie, un bebé de tres meses de panda rojo en peligro de extinción, que debido al terror causado por la pirotecnia se ahogó en su propio vómito. Una gran tragedia que resalta el impacto negativo de estas celebraciones.

A este pequeño panda se le unen cientos de aves que mueren al abandonar sus nidos en plena noche, asustadas, desorientadas en la oscuridad, chocando fatídicamente contra estructuras y dejando sus nidos desprotegidos y a sus crías expuestas a un destino incierto.
Por otro lado, muchos perros y gatos experimentan una ansiedad extrema que les hace huir aterrorizados sin rumbo, exponiéndose a peligros que no logran prever; o bien se esconden en un rincón, temblando, incapaces de comprender por qué su entorno se ha convertido en un infierno, y en muchos casos, sufriendo un ataque cardíaco. Aunque no se dispone de cifras exactas, diversos estudios y observaciones señalan que el impacto es innegable: los fuegos artificiales siembran el caos entre la fauna, dejando tras de sí un rastro de dolor y grandes pérdidas irremediables.
Del mismo modo, no podemos ignorar los efectos adversos en aquellas personas que ven su tranquilidad hecha pedazos con cada explosión. El ruido ensordecedor se convierte en un invasor implacable, que desgarra el silencio y siembra el caos. Para diversos grupos vulnerables es como si el mundo se derrumbara en un instante: un estallido tras otro desata el miedo y la ansiedad, sacudiendo no solo el aire, sino también la mente y el alma. Se desencadenan flashbacks intensos y ataques de pánico, reviviendo eventos traumáticos. En otros casos, se provoca una sobrecarga sensorial extrema, que lleva a crisis o conductas de autolesión. Además, hay quienes experimentan dolor físico en los oídos, acompañado de estrés y una profunda dificultad para regular sus emociones frente a la intensidad del sonido.
Estos ruidos, tan efímeros para quienes los disfrutan, dejan cicatrices profundas en quienes los sufren, obligándolos a enfrentarse a un torbellino de emociones incontrolables. Nos recuerda, de manera cruda, lo frágil que puede ser la paz interior y cuán fácil es ignorar el dolor ajeno en nombre del entretenimiento. ¿Cómo podemos justificar que un espectáculo de unos minutos valga todo este sufrimiento?
Añadamos a esto el impacto ambiental: toneladas de contaminantes lanzados al aire, residuos químicos que caen al agua y al suelo, y emisiones de CO2 que contribuyen al calentamiento global.
Tradición vs. Evolución
Resulta irónico que en un mundo que avanza tecnológicamente a pasos agigantados, sigamos aferrándonos a tradiciones que perpetúan gran sufrimiento y daños evidentes.
Existen países que ya han dado un paso al frente. En algunas ciudades de Italia, los fuegos artificiales tradicionales han sido sustituidos por espectáculos de luces láser, igual de deslumbrantes pero completamente silenciosos. En Colombia, se han prohibido en muchas regiones para proteger a la fauna local. En España, los ayuntamientos de ciudades como Vitoria-Gasteiz, Barcelona, Madrid y Zaragoza han trabajado en estrecha colaboración con organizaciones de protección y bienestar animal con el objetivo de minimizar el impacto acústico en mascotas y personas vulnerables, para asegurar que las celebraciones sean inclusivas y seguras para todos los miembros de la comunidad. Con tal fin se han implementado restricciones en el uso de la pirotecnia, optando por alternativas más silenciosas. Estas iniciativas reflejan una creciente conciencia sobre la necesidad de equilibrar las tradiciones festivas con el bienestar de todos los seres vivos y el medio ambiente. Pero, al mismo tiempo, en muchas otras regiones de España estas prácticas sostenibles siguen siendo ignoradas, evidenciando una increíble falta de unidad.
Es fundamental preguntarnos: ¿Por qué seguimos aceptando un espectáculo que tantos sufren? Quizá la respuesta esté en nuestra falta de empatía colectiva, en la desconexión que tenemos con quienes no pueden alzar la voz o con quienes no forman parte de nuestro entorno más cercano. Aceptar el cambio implica enfrentar nuestra comodidad y desafiar tradiciones arraigadas, algo que no siempre estamos dispuestos a hacer. ¿Qué dice de nosotros como sociedad que seamos incapaces de unificar esfuerzos para algo que podría lograrse con relativa facilidad? Si no tenemos la empatía y la determinación para cambiar una tradición que daña a tantos, ¿cómo seremos capaces de abordar tareas más complejas, como hacer de nuestras escuelas un lugar verdaderamente inclusivo y equitativo para todos?
Sin embargo, el cambio comienza con la información y la concienciación. No se trata de eliminar las celebraciones, sino de reinventarlas. Si otras ciudades y países han podido hacerlo, ¿por qué nosotros no?
Un Futuro Brillante, Sin Ruido
El verdadero esplendor de una celebración no está en los fuegos artificiales, sino en los valores que representamos como sociedad. Una tradición que excluye, que daña y que contamina, no tiene cabida en un mundo que aspira a la sostenibilidad y la inclusión. La próxima vez que contemples un cielo iluminado por explosiones fugaces, piensa en lo que se pierde en la oscuridad.
Hagamos del silencio una nueva tradición, una que celebre nuestra evolución, no solo nuestras alegrías sino también nuestro respeto por la vida en todas sus formas y nuestro compromiso de construir un mundo más consciente y amable para todos.