EL FÚTBOL HACIA LA CREACIÓN DE UNA SOCIEDAD POLÍTICA PLANETARIA O EL LEÓN NO ES TAN INÚTIL COMO LE PINTAN

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El fútbol lo inventaron los chinos durante en el siglo III a.c , cuando eran una de las potencias de la Tierra. No dejarían de serlo sino hasta hace cinco siglos. El fútbol primigenio no pasaba entonces de tocar un balón muy irregular al socaire de reglas muy básicas cuya aplicación  rompía la monotonía de la vida. Pateaban balones hechos de trapo hasta meterlos en redes. Los ingleses se llevaron el fútbol. Es un misterio porqué no se llevaron la pasta, los helados, y alguna que otra artesanía que Marco Polo acaparó para sí, pero se puede decir que las relaciones de los ingleses con China, tras colonizar algunas de las plazas más señaladas de la ruta de la seda, arrastra el pecado de haber introducido el opio sólo para desequilibrar en su favor la balanza de pagos, hasta entonces favorable a los orientales. China, luego, no levantó cabeza como tampoco se incorporó a la revolución científica por la cabezonería de la dinastía Ming, lo cual le costó un atraso de siglos durante los cuales simplemente ha sido un león dormido. Ya se ha despertado y se está desperezando.

Los ingleses practicaron  durante siglos ese fútbol medieval que rompía la monotonía de la Corte y de los conventos —hay que anotar que los franceses de la Occitania, mientras tanto, se entretenían con los trovadores trayendo al mundo el amor cortés—. Decidieron sofisticarlo, el fútbol, digo, allá por las postrimerías del siglo XIX junto a una localidad cercana a Manchester.  Esto es importante. Antes, mucho antes –pongámonos en antecedentes–, los ingleses crearon los clubes, de los que surgió la asociación intelectual y científica más importante de la historia ( The Royal Society) , por ejemplo, a la que debemos el desarrollo de la ciencia y de la Ilustración, pero también un parlamento democrático y sin control del rey desde el inicio de la Era Moderna. La sociedad inglesa es pactista y está muy bien vertebrada. El club, como lugar donde protocolariamente se reúnen todos aquellos que comparten algo respetando las reglas, es una consecuencia de una sociedad madura que inició la andadura de la democracia en la revolución de 1688.

De este gusto por el gregarismo de clubes y del gusto británico por crear deportes  como medio de llevar lo contencioso a las canchas donde los adversarios que lo eran en la vida real podían dirimir sus diferencias, proyectándolas en una batalla deportiva que disipaba los enconamientos, de esta sensibilidad, nacieron no solo el tenis, o el rugby, o el golf, o el polo, y tantas otras disciplinas creadas para dulcificar la vida social a través del juego, sino que nació el fútbol sometido  a una mejora que le ha convertido en un elemento de cohesión social planetario. Los franceses, por su parte, inventaron el amor romántico en lugar de los clubes, y no hay que ser muy listo para distinguir que una corte, como la de Versalles, la cual llegó a la mayor de las sofisticaciones rituales posible para velar en palacio no solo la seducción, sino las guerras que el amor siempre causa entre quienes rivalizan por una mujer o por un hombre, no podía acabar sino en una  barbaridad tan cruenta como la Revolución de 1789 –el amor y la guerra son dos caras de una misma moneda–, una revolución que luego derivó en dictaduras inimaginables, principiando por la de  Napoleón, para un movimiento que lo que son las cosas, aspiraba a la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Gracias a los clubes la sociedad inglesa derivó en la revolución industrial y en el liberalismo mientras Europa se debatía en dictaduras, y, antes, en guerras de religión contradictorias con el libre pensamiento. Se puede decir que la democracia tiene su raíz en su renacer moderno en la sociedad inglesa, de ella derivó también la revolución de Estados Unidos de 1776, un verdadero logro para la civilización europea que, desde entonces, se ha continuado allende  el Atlántico.

Pero para saber de la importancia del fútbol —quizás el más democrático y más barato, lo cual permite que se juegue desde una callejuela hasta en Maracaná–  y de los campeonatos internacionales que congregan hoy a la Tierra durante semanas, hay que pasar por la Grecia Clásica. El deporte siempre ha congregado a las sociedades políticas sirviendo como elemento de cohesión cultural y, en algunos casos, de creación de civilizaciones. El ejemplo más claro son las olimpiadas clásicas, las cuales congregaban a las ciudades estado griegas, casi siempre en guerra. Suponían un freno, creaban un paréntesis y se sometían a las reglas deportivas. Llegó un momento en que las ciudades estado se dieron cuenta de que tenían mucho en común, de modo que esa buena  vecindad alimentada por la concordia de los juegos creó un sentimiento panhelénico.  Dejaron las guerras para el deporte. Nació el helenismo,y como tan vulgarmente se dice ahora, vino para quedarse. Grecia, luego de serlo, hizo Europa y alguien tan grande como Alejandro Magno creó la primera cultura que globalizó el mundo conocido en una unidad. Es lo que procedería hacer hoy.

 

Cuando oigo hablar mal del fútbol, me doy cuenta de que no tenemos perspectiva histórica y de que tampoco sabemos el valor que tiene como elemento de cohesión de las naciones y de la humanidad. Un campeonato de Europa como la Eurocopa o, mejor aún, el campeonato del mundo de fútbol (también las Olimpiadas modernas) generan en la humanidad el sentimiento de pertenencia a una misma civilización que, quizás, algún día, evolucionará al Estado planetario como continente de la especie y la regulación de su convivencia. Somos uno y estamos solos en el universo. Como en la Grecia clásica la tuvieron las olimpiadas, el fútbol tiene una importancia trascendente en la historia moderna. Un campeonato internacional es más que un campeonato. Su mensaje es que, detrás de la cultura civilizada del deporte hay una oportunidad para todo el planeta de ser consciente de su unidad y partir de ahí para organizarse en convivencia democrática global. Ojalá, algún día.

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