El estado de no mente, donde habita nuestro yo interior y verdadero; el artista que conoce todas las artes, el filósofo que ya no se hace más preguntas; aquel que sale del pozo de las esencias, esa zona de nosotros mismos a donde siempre vamos cuando estamos verdaderamente necesitados de paz, de armonía.
El manantial de las aguas de vida, el verdadero útero, en el que te sumerges y te hace renacer, al que llegamos después de haber hecho el “Gran Viaje”. Es la Casa del Maestro, donde nada se pregunta y todo se responde a su debido tiempo en la Sala de los Espejos, donde queda reflejada nuestra fractal e infinita imagen. Llamo a las puertas de esa Casa; pero rara vez se me abren y cuando lo hacen dura tan poco tiempo la estancia que me siento como una niña a la que le arrebatan un estupendo pastel de chocolate en el mismo instante en que la boca se le hace agua para degustarlo.
Mirar a través de los ojos del “Maestro Interior” es ver el mundo en su verdadera dimensión, contemplar colores brillantes en todas las cosas. La luz o la energía son la verdadera naturaleza de todo cuanto existe. Nada hay cuya división pueda llegar a su ínfima parte, nada hay que en esencia pueda considerarse materia, la materia no es más que una quimera, un reflejo de espejos imaginarios contrapuestos, fractales de energía que surgen de la Gran Mente. En esencia todo es nada; pero, paradojicamente, la Nada configura al Todo.
El mundo de la metafísica, ese “más allá, alejandrino, de la física aristotélica”, el lugar donde habitan los sueños de las almas, la luz después del túnel, la misma luz de la que hablaba Platón en su “mito cavernícola”. Me pregunté y pregunto ¿qué es la luz?, ¿por qué se produce?, ¿qué es un fotón?, ¿dónde está la fuente de la que fluyen? Siento y veo con los ojos vueltos hacia dentro; constelaciones, galaxias interiores, mundos nuevos por descubrir. Es una aventura infinita, tan grande como la que se emprende hacia el macrocosmos. Es verdad lo que dijo el Maestro Tot o Hermes: “Como es arriba es abajo”.
Si pudiera retener todos esos maravillosos instantes en los que no soy nada y a la vez lo soy todo, si pudiera expresar lo sentido y contrastarlo con lo que otros, de forma similar, hayan sentido o sientan…
¡Que bueno sería luchar por conseguir en la vida más y más momentos en la Gran Sala, más y más estados de serenidad absoluta, de equilibrio perfecto, de “entrelazamiento cuántico” con todo lo que existe!
Una vez perdí la capacidad de ver las cosas y los seres del mundo a través de mí, con mi propia mirada. Me sentí hundida, triste, sin punto cardinal. Las personas más desgraciadas del mundo no me parecían tan desgraciadas como yo; porque ellos tenían sus verdaderos ojos y no habían perdido su mirada, veían su reflejo en todo lo demás; y es que siempre vemos nuestro reflejo en todo lo demás, sólo que como estamos acostumbrados a verlo no nos damos cuenta de lo importante que es eso hasta que lo perdemos.
Lo más seguro es que un psicoanalista, leyendo lo anterior, dedujese que sufrí una crisis de identidad; pero yo no creo en los psicoanalistas, más aún, me parece que no se puede comparar lo incomparable y los psicoanalistas juegan con perfiles estadísticos y odiosas comparaciones. Cada ser humano es un mundo “aparte” y “a parte”. Tan parecidos y distintos somos como nuestras huellas dactilares.
Enlazado con lo anterior; por lo que de semejantes tienen el concepto de la Nada y el concepto matemático de Cero. Dejando las teorías cabalísticas o las distintas concepciones filosóficas que sobre el “cero” o sobre la nada existan, así como su representación simbólica para las distintas tradiciones o culturas, me planteo el tema a mí misma y trato de reflexionar.
He tomado el camino que conduce a lo ínfimo del microcosmos que soy, ya estoy instalada en una de mis células, ahora la divido en moléculas y a éstas en átomos, después me pongo a orbitar alrededor del núcleo atómico, cual electrón. Ahora la velocidad es la de un derviche que danza y se une, en su adormecedor giro, al gran baile de la creación. De un salto me poso en el centro de ese átomo estrella, entre sus protones y neutrones y lo parto en dos, luego subo a su mitad y la vuelvo a dividir, más y más divisiones, muchas, muchas…….siempre que divido me quedan partes y esas partes también son divisibles. Entonces… ¿cuándo acabo?, ¿dónde se halla el fin?
Siempre me hago las mismas preguntas y he llegado a la mismas respuestas: la “materia” o energía es infinitamente divisible y eso me lleva a que la considere algo eternamente existente. Y si la “materia-energía” es eternamente existente, donde está la nada, dónde el cero absoluto.
Con el microcosmos me abrumo, así que decido intentarlo con el macrocosmos; el espacio infinito. Quiero adelantarme a la expansión del universo conocido, viajar más rápido que el conjunto de galaxias más grande que se conozca, más y más…¿qué hay después de todo eso que orbita, gira y baila al unísono?, ¿hacia dónde se dirigen en su expansión?
Es entonces cuando de nuevo lo veo y vuelvo a darme cuenta de que “como es arriba es abajo”; que versa el Kivalión… y en el centro el cero.
El símbolo del infinito, la eterna espiral con movimiento contrario. El ocho acostado, el reloj de arena, el doble cono, que se une inversamente, los dos triángulos que se funden formando la estrella de David, de la que todos los símbolos numéricos simples y naturales surgen y también en su centro el cero.
El punto de intersección de las energías en ascenso y de las energías en descenso es el punto cero, el Ombligo de Dios, de donde todo surge y a donde todo regresa, de ahí nacen el macrocosmos y el microcosmos, arriba se expande en remolino de izquierda a derecha y abajo al contrario. Todo sigue esa misma trayectoria, los agujeros negros, el electro-magnetismo, las galaxias, los sistemas solares, las órbitas de los electrones……..
La nada existe, aunque todo esté lleno de divisiones, la nada es el nudo central de los dos remolinos donde las fuerzas se equilibran, donde se para el movimiento, atrayéndose y repeliéndose la energía con igual fuerza y en la misma medida, dando lugar a los toroides. Toroides con vectores en equilibrio que construyen fractales infinitos.
Me duele mucho la cabeza. En una mente tan pequeña no caben las visiones del alma del universo. Las visiones de la materia oscura que todo lo llena, donde el espacio y el tiempo se sitúan acrónicos y sincrónicos para ser y no ser… ¿distorsiona el tiempo al espacio o es al contrario….?
Nada comienza ni acaba, solo sube y baja parando a descansar en el eterno forcejeo que implosiona y explosiona, que late como cualquier otro corazón; pero que es el corazón de Dios.
Al final concluyo que el cero es un punto de intersección, donde ni el tiempo ni el espacio existen, donde la nada y el todo sueñan y despiertan, donde habita DIOS.
El estado de no mente me ocupaba al principio de esta reflexión y ahora mismo daría cualquier cosa por sumergirme en las aguas de ese lago tranquilo y dulce, donde no te ahogas, donde te sientes mecida, acurrucada, acariciada, refrescada, calmada y, por supuesto, amante y amada.