Cuando hablaba hace unos días de la entropía humana, la tendencia al desorden y al caos, fruto en la mayoría de las veces de nuestra inmadurez emocional; pone de manifiesto la necesidad de hacer un esfuerzo personal con el objetivo de encontrar un equilibrio que nos lleve finalmente a un estado de satisfacción y de moderada felicidad prolongada en el tiempo, lejos de los histrionismos de la tendencia ambivalente en todos los mortales que nos hacen pasar de una felicidad suprema al hundimiento en una tristeza que nos convierte en los seres más desgraciados del paradigma universal, sin saber el porqué.
Sin la tendencia al psicoanálisis de Freud, consistente en analizar las causas de nuestros desajustes personales en las primeras vivencias de la más temprana infancia, entre otras razones porque mi formación en esta rama de la psicología es escasa, por no decir nula, la búsqueda del equilibrio en nuestras emociones no hace estrictamente necesario tumbarse en un diván para ser analizado, sin que ello cuestione los buenos resultados de hacerlo en manos de un buen terapeuta.
Al margen de la vía utilizada para encontrar la felicidad y la aceptación de uno mismo y de las circunstancias que nos rodean, tanto exógenas como endógenas, que llevan al individuo a una mente tortuosa; no hay que olvidar que el centro es lo más importante, lo que da equilibrio. La armonía de la totalidad. Así, nuestro correcto actuar no es más que el juego de los contrarios, como un círculo dividido en dos mitades que representan la sutil línea que divide el tránsito del día a la noche, de la luz a la sombra y, a nivel terrestre, de los equinoccios de verano e invierno.
Son muy variadas las concepciones y representaciones del equilibrio, aunque todos coinciden en el contraste de los opuestos. Según el libro sapiencial de la sabiduría taoísta “El Iching “, el equilibrio se concibe en el mero movimiento de dos hexagramas que aislados describen elementos de la tierra y del universo y que juntos empastan una concepción equilibrada y mesurada de la sintonía entre la materia y el espíritu, entre lo divino y lo humano. Del mismo modo que en la representación de la diosa Shiva dentro del hinduismo, el eje del equilibrio se consigue a través del movimiento de sus extremidades manteniendo la columna vetrebral sobre dicho eje como contraste de los opuestos; o en el Kibalion basándose en uno de los principios de hermetismo, cual es el de la polaridad, según el cual, todo es dual, todo tiene dos polos; todo tiene su par de opuestos; semejante y desemejante son lo mismo; los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se encuentran; todas las verdades no son sino medias verdades; todas las paradojas pueden ser reconciliadas.
Se trata, en definitiva, de nuestra salud mental, de nuestro bienestar personal, de la satisfaccion de luchar por conciliar los opuestos que, como todo no es posible sin el control de nuestra mente, abriendo nuestra capacidad cognitiva y emocional a esos mundos por descubrir donde la razón y la emoción puedan ser conjugadas desde la base que la transmutación que los alquimistas buscaban al pretender transformar los metales comunes en oro es posible igualmente en la búsqueda del equilibrio en nuestro interior, lo que se conoce como «alquimia mental», y que nos capacitará para cambiar nuestra polaridad, dedicando el tiempo y el estudio necesarios para amaestrar nuestro mundo interior, permitiéndonos finalmente convertir nuestros pensamientos en felicidad y conexión espiritual; entendida esta última como la fuerza invisible que atrae y magnetiza hacia una determinada polaridad al ser humano, la que vibra con más fuerza y energía.
No hay que desfallecer en el camino para lograr la transmutación de nuestro ser por el hecho de que una y mil veces nos encontremos con nuestras propias contradicciones e imperfecciones; eso sí, debemos hacerlo con la ilusión suficiente de que el trabajo nunca va a ser estéril, pues cada vez que volvamos a retomar el camino donde lo dejamos ya habremos quitado previamente algunas de las piedras que nos hicieron tropezar, o lo que es lo mismo, algo habremos aprendido, por lo que nos sentiremos más ligeros al habernos desprendido de alguno de los apegos del pasado que nos atan ese mundo material de una felicidad aparente pero no real.
Si no comprendemos que es en el camino donde realmente encontraremos la felicidad, entendida como la satisfacción de ir logrando metas hacia nuestro equilibrio interior, sin la ansiedad de querer llegar a un destino, pues los caminos son infinitos, como lo es nuestra propia mente; entonces estaremos avocados a permanecer siempre en el mismo sitio, sumidos en el caos emocional. Porque en el camino incluso nuestras contradicciones se convertirán en un estímulo en seguir buscando y andando.
Sin duda, lograr el equilibrio de los opuestos que nos componen nos hace lograr la paz y, por ende, la felicidad.
Hermoso artículo que sintetiza y hace converger perfectamente al taoísmo y al hermetismo.
Un gran aplauso.
Muchas gracias.
Mi maestra filósofa, muchas gracias