Llevaba unos días oyendo ruido en el descansillo de mi escalera, entradas y salidas de personas en la vivienda de enfrente, música, risas… taconazos, algún chillido que otro, vamos, lo propio de una noche de verano a 35º grados a la sombra… – Uy… esto sobraba… lo siento-. “¿Qué pasará en la casa de mi vecina?”, me pregunté.
La respuesta la tuve al día siguiente, cuando la vi salir de la peluquería unisex de la esquina de nuestra calle con el pelo cortado y teñido al estilo Audrey Tautou en el film “Amelie” (2001); mi vecina se había desmelenado.
Haciendo gala más que nunca de mi buena educación –yo lo llamo hipocresía-, me acerque a mi vecina, ávido de obtener información sobre su cambio de look con esa “sana curiosidad” que tenemos los hombres, “bueno días vecina”. “Buenos días vecino”, me respondió, y siendo consciente que, por mucho que intentase llenar el tiempo con cumplidos y otras flores, se me iba a notar me impaciencia por llegar al final; decidí atajar y formular de lleno la ansiada pregunta: “¿muchas fiestas vecina, y a ninguna me has invitado?”. Ella, también deseosa de cotillear, me respondió: “he conocido a un grupo de personas jóvenes super interesantes, universitarios la mayoría, estudiantes algunos, y otros profesores”… interrumpió de repente su relato, como un frenazo a alta velocidad, no sin la estrategia que me temo, se acababa de marcar para mantener viva mi “sana curiosidad”, y que la llevo a concluir: “pásate después de comer a tomar café por mi casa y te cuento, vecino”, “vale” dije yo seguido de un “hasta luego” que ella alejándose no respondió, seguro que con el objetivo que formaba parte también de la citada estrategia, de que me quedase mirando su nuevo estilo por la espalda.
Me apresuré a comer aquel día como si así llegará el momento de tomar el café… pero, ¿cuál era esa momento?, ¿qué hora, minutos, segundos, corresponde con el momento de tomar café?… El caso es que, terminé de comer tempranamente, por lo que decidí hacer un poco de tiempo, el suficiente para recoger el desorden de mi comida, y llamar a la puerta de su casa. “Hola vecino, acabo de terminar de comer, ahora preparo café”. Me invitó a sentarme en el diván que siempre utilizamos para nuestras tertulias más relajadas y que ella siempre utiliza a mondo de trono, no tardando en llegar con el café expreso que acaba de preparar y que había dejado la estancia con ese aroma que marcan las buenas sobremesas. Así que, le volví a formular la misma pregunta que le había formulado por la mañana acerca de las fiestas nocturnas en su casa.
“pero, ¿cuál era esa momento?, ¿qué hora, minutos, segundos, corresponde con el momento de tomar café?…”
“esa gente me ha convencido: la lucha feminista por los derechos de la mujer es la consecuencia de la respuesta de la represión machista durante siglos”. Menuda perorata me acaba de soltar la vecinita.”
Marcando el límite de su terreno, se apresuró a responderme “no seas exagerado, no eras fiestas, eran tertulias de almas inquietas acompañadas de una buena música, y…”; otro frenazo. Mi sana curiosidad se estaba transformando en un deseo incontenible de iniciar un interrogatorio, por lo que formulé con cierto despotismo mi primera pregunta, rompiendo el silencio tras haber dejado en suspenso su relato: “Y… ¿qué?, continúa”. “Tranquilo, te voy a contar todo, pero a su tiempo”, respondió ella, añadiendo que dichas tertulias habían sido el colofón inesperado de su participación en unas jornadas universitarias sobre los “derechos inalienables de la mujer”, que había habían concluido a mediados del pasado mes.
“Muy interesante”, asentí, alargando el movimiento de balanceo, hacía atrás y hacía adelante de mi cabeza, bastante más tiempo del que duraba mi apreciación, esperando medio atontado reiniciase por tercera vez el comienzo de su relato. Ella, en vez de percatarse de mi prolongado asentimiento, se quedó absorta con su mirada perdida en el infinito, interrumpiendo, saliendo ella misma de tal estado místico que empezaba a ser molesto por su silencio prolongado, de la siguiente forma, como cuando te tiran un cubo de agua fría encima sin esperarlo. “¿Sabes lo que te digo, vecino?”, “¿qué respondí?”, casi gritando…, “esa gente me ha convencido: la lucha feminista por los derechos de la mujer es la consecuencia de la respuesta de la represión machista durante siglos”. Menuda perorata me acaba de soltar la vecinita.
Ni le quito ni le pongo nada al breve pero contundente y vehemente discursillo de mi vecina, sólo critico lo inoportuno por el momento en que lo había formulado, sin haber hecho una breve introdución de los hechos y del entorno en que tuvieron lugar, y que me hubiese permitido tomar conciencia de lo que finalmente me iba a arrojar como el que lanza una daga; pero que, como yo, al haberse visto pillada por su propia impaciencia, no tan sana como la mía, por los derroteros posicionales que pretendía con su sobremesa. Hombre y Mujer, confrontación, luchas, status quo…
Un sofoco me estaba entrando… y ahora ella si se dió cuenta: “¿Te ocurre algo, vecino?”… “¿Te molesta algo de lo que he dicho” – segunda pillada de su estrategia marcada-, la provocación.
“Lo siento, me estoy empezando a sentir mal, tal vez sea algo que he comido”. Una mentira porque el daño no me lo estaba haciendo lo que había comido sino lo que trataba de digerir: mi vecina se había pasado al otro lado. “¿feminista, siendo de derechas?“.,. Me apresuré a levantarme del diván, y con la mano puesta sobre mi estómago fingiendo me apresuré a coger la salida. “Te debo una, vecina”, me apresuré a decirle antes de cerrar la puerta… evidentemente no con el sentido de compromiso sobre una futura sobremesa en mi casa, en respuesta a su falsa cortesía. ¿A qué se debe ese ataque?, ¿acaso yo era el culpable de toda la represión que había tenido y sigue teniendo la mujer?.
Sólo quiero concluir para los mal pensados…, y mal pensadas, que quién usa sus derechos buscando la confrontación, están faltando a uno de los más fundamentales y elementales de los derechos humanos que es aquel que declara que “todos somos libre e iguales”.
Desgraciadamente hay de todo como en botica, radicales, machistas, y mucha gente (hombres y mujeres) con la cabeza hueca. Ahora bien, no concibo una feminista de derechas por mucho que quieran ir de ello, porque uno de los derechos de la mujer es decidir sobre su propio cuerpo, cuando quiere o no quiere concebir un hijo. Por lo demás, mis felicitaciones al autor, sobre todo por el aguante con su insoportable vecina. Una excelente sección que espero de mucho de si.