AL DÍA QUE ALUNIZAMOS

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Vienes, 19 de julio de 2019

Estamos celebrando el cincuenta aniversario de nuestra llegada a La Luna. Así, en plural mayestático, porque los seres humanos somos muy de reivindicar personalmente los grandes logros y de borrarnos de los grandes, o pequeños, fracasos. Así que usamos el plural de marras para sentirnos representados en cualquier acontecimiento que suponga algún hito social, deportivo, político o de cualquier otra clase. De tal forma que igual que hemos ganado la liga sin jugar ni un minuto, descubrimos américa, sin conocer el mar en muchos casos, o sistematizamos la penicilina sin pisar un laboratorio, hace cincuenta años pisamos por primera vez La Luna sin habernos levantado nunca del suelo más que los “ta y tantos” centímetros que logramos saltar encogiendo mucho las piernas.

 

 

 

Es verdad que antes, literariamente hablando, ya habían llegado algunos viajeros: el Sr. Barbicane, de la mano de Verne, o Tintín, en su cohete arlequinado, o Cyrano de Bergerac, o el romántico espacionauta de Melies, o Bedford y Cavor, que reivindicaron en 1901, gracias a la cavorita y a H.G. Wells, el honor de ser los primeros hombres en La Luna. Muchos, muchos más que los mencionados, fueron, a lo largo de la historia del hombre, aupados literariamente hasta La Luna e incluso más allá. Pero no es hasta estos días del año 1969 que una hazaña científica y tecnológica permite a dos seres humanos, acompañados de un tercero que no llega a descender hasta la superficie de nuestro satélite, pisar físicamente La Luna y a toda la humanidad acompañarlos solidaria y mayestáticamente.

 

 


Tintín y la Luna – Álbum doble – 

Así que sí, en un aparatejo extraño, de aspecto casi informe, lleno de tentáculos patas y protuberancias, como una centolla, y en el que apenas cabían dos personas, llegamos a la Luna varios millones de personas. Es más, pásmese usted Don José, por mor de la televisión lo vimos como si nosotros mismos hubiéramos bajado la dichosa escalerilla y desde una ventanilla exenta fuéramos testigos presenciales y privilegiados del famoso corto, pero tan largo, paso.

“Houston”, debería de decir la historia, “aquí estamos todos, en la Luna”. Que todos tampoco, porque entre los que se quedaron a la luna de Valencia, que parece ser que es otra luna diferente, y los que no se creían nada de lo que veían, y siguen sin creérselo, pues faltaba más gente de la que en principio pudiera parecer.

Porque, parece ser que, para cierto tipo de gente, es más fácil engañar que conseguir. Es más fácil pensar que, como en cierto capítulo de mi añorada serie “Misión Imposible” en el que le hacían creer a un diplomático ruso, siempre mucho más torpe que los occidentales, donde va a parar, que iba en un tren en marcha hacia occidente y ya podía revelar sus secretos y tal, que todo lo que se ve es una película, tipo Guerra de las Galaxias o Star Trek, y nada tiene que ver con la realidad. Y luego los toques complementarios, la bandera, la sombra, el reflejo… un verdadero sin vivir, que ya hay que ser torpes con el presupuesto que tenían cometer todos esos fallos.

Es verdad que tampoco hubiera sido raro, dado lo que se jugaba EEUU en el embate, y que no se podían permitir un fracaso, que la llegada a La Luna que vimos no fuera exactamente la que vieron los astronautas y los técnicos de la NASA, pero tampoco me atrevería a aseverar lo contrario.

Al fin y al cabo yo sí creo que hace cincuenta años, y en un alarde técnico que ha supuesto con el tiempo una mejora espectacular de nuestra tecnología cotidiana, los hombres pisamos por primera vez, al menos en este ciclo histórico, La Luna, nuestro satélite. Que hace cincuenta años alunizamos  en esa roca muerta y de frío brillo que lleva toda nuestra vida, como individuos y como especie, colgando sobre nuestras noches, empujando nuestras mareas y regulando ciclos vitales que aún no dominamos del todo.

Si, hace cincuenta años alunizamos. Y si en mi caso me aplico al plural mayestático, no es solo por mi solidaridad con la especie, sino porque yo, aquel día, una horas antes, también había llevado a cabo mi alunizaje particular.

Serían las once de la mañana, o algo menos, cuando en el Km. 12 de la carretera de Bayona a La Guardia, circulaban en un Seiscientos dos personas, un adulto y un niño, que a causa de una fuga en los conductos de la calefacción perdieron la consciencia al respirar los gases del escape. Como consecuencia de ello chocaron con un mojón y el menor, o sea yo, salió despedido por el parabrisas, llevándose por delante la luna correspondiente y aterrizando de malas maneras cuatro cinco metros más adelante. Como resultado varias brechas, algunas abrasiones, doce puntos y quince días de hospital en Vigo. Yo alunicé primero, el mismo día, unas horas antes y en medio de una carretera, pero primero.

Claro que, en una habitación del Hospital Almirante Vierna de Vigo, a la hora en que la televisión asomaba a la humanidad a los primeros movimientos humanos en La Luna, un niño con la cabeza vendada y un brazo escayolado, que había alunizado en una carretera local unas horas antes, no pudo ver la increíble hazaña. Lo que me lleva a pensar que a veces, cosas de la técnica, era más peligroso recorrer 25 kilómetros en un Seiscientos que 384.00 en un cohete en medio del vacío. Feliz aniversario, a los astronautas, a toda la especie humana, y a los que nacimos, algunos por segunda vez, en aquellas fechas.

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