EL BANDO DE LOS MUERTOS

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Dicen, algunos de los que pueden decir algo sobre el tema sabiendo lo que dicen, que el tiempo no es lineal, que es un continuum, una especie de cinta sin fin que nosotros recorremos torpemente en un solo sentido, pero que ahí esta todo, el pasado y el futuro, sin tener claro si el presente pertenece al uno o al otro, tal vez a ninguno, y no pase de ser una percepción subjetiva e interesada.

 

A lo que íbamos, dicen algunos que el tiempo no es lineal, y tal vez por eso a mí a veces se me hace difícil distinguir el pasado del presente y ese presente me parece como una especie de abstracción del pasado. Me pasa con la guerra civil española, entre otras muchas otras cosas, pero esta es la que viene hoy, o ayer, o el mañana de ayer, al caso. Veo gente empeñada en que esa guerra, o su posguerra, o su pos-posguerra, no acabe nunca. Es más, veo gente empeñada en prorrogar, revivir y reavivar una guerra que parecía haber acabado en el 39 y debimos enterrar en la transición, y así pareció durante algunos años.

Es difícil, por no decir imposible, cerrar nada si hay injusticias pendientes. Es difícil cerrar nada si no existe voluntad de hacerlo. Es difícil cerrar nada tirándose muertos a la cabeza. Es difícil cerrar nada cuya utilidad es evidente para quienes se niegan a hacerlo. Es difícil cerrar nada si tras las palabras solo se adivina la mentira de las mismas.

Desde luego ningún acto, ninguna arenga, ningún llamamiento a acabar una contienda, una guerra que aunque algunos no quieran darse por enterados acabó en el treinta y nueve del siglo pasado, vale si todo lo que estoy dispuesto a aportar para lograrlo es el ensalzamiento de lo propio y el agravio a lo ajeno. Mientras sigamos hablando de bandos no habrá discurso que lo resista.

Y por eso, retomando el hilo, o el ovillo, temporal con el que empecé estas letras, me fui a mi pasado, rebusqué mi OUIJA, aquella que en a mis veintitantos llegué a usar con cierta fluidez, y decidí darle voz a los muertos de aquella guerra que quisieran asomarse a la ventana entre mundos que mi humilde trozo de madera les ofrecía. Me senté, me concentré e hice el saludo ritual expresando mi deseo de hablar con muertos por causas políticas entre la proclamación de la república y el año cincuenta. Como todo el mundo sabe, todo el mundo que ha trabajado la OUIJA en algún momento, no siempre funciona, y la mayor parte de las veces acabas la sesión sin que haya salido otra cosa que el ruido de tu propia cabeza, pero no fue, esta vez, el caso. El indicador empezó a moverse.

-Sol, luna, dios con vosotros (deletreó el indicador con bastante fluidez)

-Hola. ¿con quién hablo?

– (Un nombre que no viene al caso), oficial, muerto en la batalla del Ebro. Hablo en representación de todos los muertos a los que has convocado

– Me parece complicado poder hablar en nombre de todos

– No creas.

– Hombre, supongo que no pensarán lo mismo los muertos republicanos que los muertos fascistas.

-¿Te refieres a sus ideas o al uniforme que llevaban?

– ¿No coinciden?

-No, claro, no todos pudieron elegir bando según sus ideas. Ni siquiera se puede decir que todos los que lucharon tuvieran ningún tipo de ideas que justificaran su participación en la lucha. Muchos miles se encontraron reclutados sin que su ideas políticas fueran beligerantes, o tuvieran bando.

– Todo el mundo tiene ideas políticas.

– Es verdad, pero no todo el mundo se alinea ideológicamente con sus afines. Los simplismos de los vivos, entre ellos tus coetáneos, que dividen la lucha en buenos y malos, no es otra cosa que un uso partidista de un pasado terrible. En todas partes había buenos, convencidos de su lucha, luchadores por sus ideas, personas cabales en el frente o en la retaguardia, que intentaban paliar el sufrimiento de aquellos que tenían posibilidad de aliviar o ayudar. Y en todas partes había malos, personas resentidas, ambiciosas, fanáticos, con uniforme o sin uniforme, que solo buscaban el liderazgo personal y la ruina de sus enemigos, no siempre por motivos políticos. No hay buenos y malos en una guerra.

– Bueno, al menos podremos partir de que había un bando que defendía la legalidad vigente y otro que la ponía en cuestión.

– Sin duda, pero una legalidad vigente nunca es una Razón absoluta, ni su cuestionamiento una sinrazón incuestionable. El mundo ha progresado muchas veces rompiendo las legalidades vigentes, unas veces para avanzar, y otras veces para retroceder. Históricamente las legalidades vigentes no son situaciones muy sostenibles. Muchos hombres, algunos brillantes, a lo largo de la historia, se han valido de la violencia, el engaño o la usurpación, para acceder al poder poniendo en cuestión la legalidad vigente, incluso en su nombre, incluso en nombre del bien común que solo ellos eran capaces de interpretar y defender, aunque fuera matando a muchos, a veces a muchísimos, de esos integrantes del común. Si la legalidad vigente fuera un argumento válido históricamente tendríamos que retrotraernos al primer caudillo que alcanzó su estatus desafiando al jefe de la tribu.

– Bueno,pero hablamos de tiempos más modernos, y de democracia.

– En ese caso, y si no entiendo mal el argumento, Hitler fue de los buenos porque alcanzó el poder por medios democráticos y Fidel Castro de los malos porque alcanzó el poder rompiendo la legalidad vigente. No importan los hechos, si no la forma de acceder al poder.

– No, es evidente. Hitler fue un asesino, aunque llegara al poder democráticamente.

-¿Y Castro? ¿No mató a gente? Para ser más exactos, más rigurosos, ¿no permitió que el Ché mandara matarla estando bajo su mando? Claro que también podemos incurrir en una falacia que no por evidente es menos compartida: la legalidad vigente puede, incluso debe, ser subvertida si esa subversión se hace conforme a las ideas que yo tengo, pero no puede ser admitida si está en contra de ellas.

– Eso es un tanto cínico.

– Los muertos somos un tanto cínicos, nos va en nuestra situación.

– ¿Y entonces cual debería de ser la regla?

– La única regla que nosotros reconocemos es la de la vida. Todo aquel que respete la vida ajena es respetable, y el que mate con la excusa que sea, sea uno o sean miles, es un asesino. La ventaja de la muerte es que lo simplifica todo. No nos complicamos la vida (juraría que oí una risa sofocada).

– Pues le estoy muy agradecido por el tiempo que me ha dedicado.

– ¡Uy¡, tiempo, dice. En este lado ese concepto está bastante en contradicción, tenemos tiempo de sobra, pero nos falta en que usarlo.

– Que interesante. Me encantaría charlar sobre ese tema, pero ya sería otra conversación. Tal vez en otro momento.

– Que manía con el tiempo y los momentos.

-Debe de ser cuestión de estar vivo. Lo emplazo a otra sesión para hablar sobre el tiempo y la vida.

– No creo que lo entienda, pero aquí no damos citas. Vd. convoque y a saber lo que le sale.

– En fin. Solo una última pregunta, por orientarme, ¿Vd. de que bando era?

– Creí que lo había dejado claro, del bando de los muertos. Luna, sol, dios con vosotros.

Y el indicador se quedó inmóvil.

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