EL ARTE DE VIVIR O DEL APEGO, LA DEPENDENCIA Y LA ELECCIÓN CONDICIONADA

0
22470
91

 

En la encrucijada de lo psicológico y lo político, del deseo individual y la estructura social, se alza una tensión fundamental que define nuestra época: la necesidad de vínculos afectivos —estructurantes del yo y de la experiencia del mundo— frente a la oferta sistemática de sustitutos emocionales que refuerzan la dependencia y simulan autonomía. Esta tensión se enraíza en el modo en que se ha distorsionado una necesidad humana básica: el apego. Lo que en su origen constituye un mecanismo de regulación emocional, supervivencia y autorrealización, se ve hoy atrapado en una maquinaria que lo transforma en fuente de sujeción, adaptación pasiva y consumo identitario. El sujeto contemporáneo se construye, como advirtió Raoul Vaneigem en Tratado del saber vivir para uso de las nuevas generaciones, a través de un falso movimiento, de una ilusión de actividad en una pasividad radical, mediada por herramientas y elecciones condicionadas que no apuntan al florecimiento personal, sino a la reproducción de una estructura dependiente. Comprender esta deriva implica partir de la base misma: la organización biopsicológica del apego, desde donde emerge la subjetividad.

Foto de Vinay Tryambake en Unsplash

En la tradición inaugurada por Bowlby, y enriquecida con extraordinaria lucidez por Manuel Hernández Pacheco, el apego se presenta como una estructura relacional originaria, profundamente inscrita en la biología y la cultura, que no solo garantiza la supervivencia en los primeros años de vida, sino que define el modo en que una persona se vinculará con el mundo, con los otros y consigo misma. Pacheco destaca que el apego no es solo una conducta observable, sino un complejo entramado de experiencias emocionales, expectativas, regulaciones afectivas e imágenes internas del otro significativo. Desde esta perspectiva, el ser humano no nace libre ni autónomo, sino radicalmente dependiente de otro ser humano que le ofrezca un andamiaje emocional y corporal desde el cual construir una identidad estable. Lo que la psicología del desarrollo ha llamado “base segura” —esa figura de apego que ofrece disponibilidad emocional, coherencia y contención— no es solo una condición para el desarrollo sano, sino también un modelo profundo de relación con el mundo: la capacidad de explorar, de experimentar y de elegir, solo emerge cuando se sabe que hay un regreso posible a un refugio emocional confiable.

La fragilidad de esa base segura tiene consecuencias de largo alcance. Un vínculo de apego fallido —por inconsistencia, negligencia, o ausencia emocional— instala en el sujeto una estructura de ansiedad o evitación que se reproduce en la vida adulta: la necesidad de controlar al otro por miedo al abandono, o la evitación defensiva del vínculo por temor a la dependencia. En cualquiera de los casos, se instala un modelo de relación mediada por la inseguridad, la ambivalencia y la desconfianza, y lo que es más preocupante: una falla en la constitución del sí mismo. El yo que se forma sobre la carencia de una base segura está siempre buscándose fuera de sí mismo, en el reconocimiento, en la aprobación o en el cumplimiento de normas externas. Pacheco es enfático al señalar que un sujeto sin base segura no puede acceder a una libertad auténtica, porque su deseo está colonizado por la necesidad de aplacar una angustia relacional primaria.

En este punto, la lectura de Vaneigem se vuelve especialmente potente. Su crítica al modo en que la sociedad de consumo ha transformado al individuo en un “ser esencialmente dependiente” se articula directamente con la psicología del apego. Allí donde el sistema promete libertad, elección y realización, en realidad instala condiciones materiales y simbólicas que perpetúan la dependencia afectiva en nuevas formas: la del consumidor que busca consuelo en los objetos; la del trabajador que se identifica con la herramienta, no como extensión de su potencia creativa, sino como prótesis de su alienación. La publicidad, los medios, la organización del tiempo y el espacio, se constituyen como nuevas figuras de apego: ofrecen seguridad ilusoria, pertenencia simbólica, identidad. Pero, como todo apego inseguro, exigen sumisión, sacrificio, y una constante reafirmación del vínculo a través del consumo.

En el mundo actual, los vínculos seguros son cada vez más escasos. Las transformaciones sociales —la precarización del trabajo, la fragmentación comunitaria, la aceleración digital, la hipercompetencia— erosionan las condiciones que permitirían establecer una base segura real: la presencia emocional estable, la confianza relacional, la continuidad del afecto. Las nuevas generaciones, crecientemente expuestas a estímulos digitales desde la infancia, desarrollan formas de apego parasocial con figuras mediáticas, influencers o algoritmos, que ofrecen una relación unilateral sin reciprocidad. Así, lo que en otras épocas era una red humana de cuidado, se ha convertido en una red de estímulos sin cuerpo. La emoción se disocia del cuerpo y se codifica en pulsaciones de contenido, en recompensas virtuales. Como advierte Vaneigem, la mentira del sistema no consiste en negar el deseo, sino en capturarlo desde su raíz, dirigiéndolo hacia formas de satisfacción que no lo sacian, sino que lo perpetúan como carencia.

La elección condicionada es aquí el mecanismo clave. El sistema ofrece elecciones, sí, pero dentro de un marco estrecho que reproduce la estructura de la dependencia: elegir entre marcas, entre estilos de vida empaquetados, entre identidades prefabricadas. Esta aparente pluralidad encubre una profunda homogeneidad estructural: no se elige desde el deseo autónomo, sino desde la programación afectiva de un sujeto que busca aliviar la inseguridad de su apego fallido. Así, se elige no lo que se quiere, sino lo que se supone que aliviará el malestar. El resultado es una perpetuación de la pasividad bajo la forma de la actividad. Se consume, se participa, se opina, pero no se escoge desde un sí mismo pleno, sino desde un vacío que exige ser llenado constantemente.

Vaneigem y Hernández Pacheco, cada uno desde su campo, confluyen en una advertencia radical: no hay verdadera libertad sin una subjetividad capaz de sostenerse a sí misma. Y esa capacidad solo emerge cuando el apego ha sido suficientemente bueno, cuando el otro ha estado ahí como presencia significativa, como base desde la cual se puede salir al mundo sin perderse. Recuperar esa posibilidad no es solo una tarea individual o terapéutica, sino un acto profundamente político. Requiere construir nuevas formas de comunidad, de presencia, de cuidado mutuo; exige romper con los automatismos del sistema que nos ofrece pertenencia a cambio de sumisión, y seguridad a cambio de renuncia al deseo propio.

El desafío, entonces, es múltiple: comprender la raíz afectiva de nuestra dependencia estructural; identificar cómo se manipulan nuestras formas de vinculación desde la infancia hasta la adultez; y comenzar a ensayar formas nuevas de relación, más allá del circuito de la necesidad y el consumo. Solo en ese camino, donde el apego deje de ser una trampa y vuelva a ser un lugar de sostén, podrá emerger un sujeto verdaderamente autónomo. No se trata de negar la necesidad del otro, sino de habitarla desde la libertad, desde el deseo, y no desde la carencia estructurada por un sistema que ha hecho del afecto su mercado más lucrativo.

Lecturas recomendadas:

Vaneigem, R. (1977). Tratado del saber vivir para uso de las nuevas generaciones (J. Ferrer, Trad.). Anagrama. (Obra original publicada en 1967).

Hernández Pacheco, M. (2015). Apego y complejidad: El diseño vincular del psiquismo. Gedisa.

Hernández Pacheco, M. (2010). El apego y la intersubjetividad: Una lectura desde la complejidad. Revista de Psicoterapia Relacional e Intervenciones Sociales, (5), 45–60.

Hernández Pacheco, M. (2017). Apego y psicopatología: la ansiedad y su origen. Desclée de Brouwer.

Citas célebres:

Por Raoul Vaneigem:

«La herramienta en la producción y la elección condicionada en el consumo se convierten en los soportes de la mentira, en las mediaciones que, al incitar al hombre, productor y consumidor, a actuar ilusoriamente en una pasividad real, le transforman en un ser esencialmente dependiente.»

“Quien consume se consume como inauténtico; alimenta la apariencia en provecho del espectáculo y a expensas de la verdadera vida.”

“No queremos un mundo en el que la garantía de no morir de hambre equivalga al riesgo de morir de aburrimiento.”

Por Manuel Hernández Pacheco:

“Esas emociones que aprendemos en esos primeros años de vida van a quedar muy consolidadas y serán la brújula emocional que el cerebro use para orientarnos en nuestras relaciones durante toda nuestra vida.”

“Si estas sensaciones y emociones tóxicas se sienten con frecuencia, se vuelven innatas y espontáneas, y entran a formar parte de la memoria implícita procedimental. Se convierten en parte de la personalidad de los individuos.”

“Los ‘modelos internos de trabajo’ que creamos durante la infancia y guardamos en nuestra memoria implícita determinan la forma en que vemos el mundo y cómo esperamos que este se comporte con nosotros.”

“Cuando las relaciones de apego son de tipo inseguro, el cerebro del niño crea mecanismos inconscientes de regulación que pueden dar lugar a emociones como miedo, frustración, rabia, culpa o vergüenza y ser origen de patologías como depresiones, obsesiones, trastornos alimenticios, dependencia emocional o adicciones.”

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí