Los grabados en madera de Durero maravillaron tanto por sus dimensiones como por su detalle. Su increíble producción otorgó la categoría de una nueva forma de arte a lo que se consideraba como una práctica artesana.
“Melancolía I” (1514) está repleto de simbología alquímica y pitagórica. Parece representar los esfuerzos que constantemente debe hacer la raza humana para alcanzar la perfección a través del conocimiento de los “antiguos misterios”.
Durero creó una técnica y una complejidad muy superior a la de cualquier esfuerzo previo en ese campo. En composiciones densas y meticulosas, amplió la gama cromática y dinámica, aportando un nuevo nivel de intensidad conceptual, emocional y espiritual.
Es un hito en la historia del grabado y un impresionante ejemplo temprano de propaganda. En el momento de su publicación inicial, fue la impresión más grande que se había completado. Aunque Maximiliano I no era lo suficientemente rico para completar los principales monumentos arquitectónicos, tuvo la visión de darse cuenta de la influencia de un equivalente impreso que podría afirmar su derecho a gobernar, así como su capacidad para hacerlo. Completamente ensamblada, la impresión mide más de once pies de alto por nueve pies de ancho.
Es la síntesis de los arcos de triunfo y de los paneles góticos decorados con escudos como el Innsbrucker Wappenturm, un volumen encuadernado que reunía noventa y dos grabados sobre madera -una técnica que Durero ya había ensayado, pero que quedó al margen de la atención de los historiadores del arte, por su desinterés por este conjunto, que ilustraba una tendencia menos conocida y menos apreciada que se designó con el nombre de “estilo decorativo”.
Es, ciertamente, una obra compleja al estar llena y cargada de significados hasta el mínimo detalle, y, no obstante, marca un hito en la producción gráfica de Durero y merece más elogios que críticas.
Antes de la renovación del Hofburg bajo María Teresa, la torre de armas construida bajo Maximiliano I fue documentada por un pintor anónimo. La decoración heráldica, que consta de 54 escudos de armas, provino del pintor de la corte Jörg Kölderer y representó el programa genealógico y territorial de los Habsburgo alrededor de 1500.
Maximiliano I, llamado el «último caballero», emperador desde 1493 hasta 1519, fue un soberano muy querido por su pueblo, elogiado incesantemente para tener una mente brillante, fantasía y un humanismo legendario. Fue alabado como protector de las artes y también por ser el soberano que añadió la corona de España al imperio e, indirectamente, las de Bohemia y Hungría, a través de un juego de alianzas con los Países Bajos.
Cultivado, refinado y reflexivo, al tiempo que melancólico y nostálgico, muy pronto fue consciente de su fama y se preocupó de mantenerla. Como no disponía de grandes medios financieros que Ie permitieran hacerse erigir un monumento de piedra, y como había entendido perfectamente cuáles eran los poderes de la imagen y del texto impreso, deseó explotar su potencial y escogió hacerse hacer un Arco de triunfo de papel, para preservar su imagen y perpetuar su memoria y la de la dinastía de los Habsburgo.
Así pues, esta obra que está destinada a su enaltecimiento, forma parte de un conjunto que se completa con el “Carro Triunfal” y con el “Libro de oraciones de Maximiliano”. Durero, que estaba al servicio del emperador a partir del 1512, colabora en los grandes proyectos imperiales que tomarán forma sobre papel, un soporte que tiene al mismo tiempo las virtudes de la economía y de la novedad.
Este arco se presenta aquí con su forma original, que es la de un libro. El dibujo, iniciado en 1512, fue terminado en 1515, pero la talla de los bojes, hecha por Hieronymus Andreae, duró más tiempo, porque le pagaban de una manera tan irregular que retuvo algunos. No fue hasta 1517 que se presentó a Maximiliano una prueba de ensayo. Como no quedó satisfecho, se interrumpió la impresión, que no se reanudó hasta 1518 para llevarla finalmente a cabo.
Su formato inhabitual, minúsculo si se lo compara con sus homólogos de piedra y gigantesco si se considera que no es más que una obra de papel, no tiene precedentes en la historia del grabado, porque el total mide unos tres metros por tres y medio.
Se trata de la fachada de un arco triunfal de estilo alemán, muy trabajado, con tres puertas como exigían las costumbres -destinadas a dejar pasar el desfile del cortejo- coronadas con cúpulas. Una multitud de escenas ilustran la vida y los hechos del emperador Maximiliano I, y también su glorioso parentesco, en forma de figuras de santos, retratos, alegorías y escudos de armas, envuelven el arbol genealógico.
La génesis de el arco fue larga y compleja, porque hubo de intervenir diferentes artistas y/o artesanos: es, sobre todo, una obra hecha en equipo según un programa establecido.
El 1512, en Nuremberg, Maximiliano encarga al sabio Johannes Stabius que haga el programa alegórico de este arco a Stabius, poeta, historiografo y amigo, quienl libra escrito minuciosamente; sera Kölderer quien hará el proyecto gráfico. Así, el trabajo de Durero consistió en trasladar a la madera un proyecto del que no era el autor, y trabajara con los adjuntos de su taller: se puede identificar la mano de Wolf Traüt, Hans Springinklee y Albrecht Altdorfer.
Pero, aunque no todos los bojes se pueden atribuir a Durero, y que sea exacto que su papel en esta tarea fue más el de editor que el de creador, no hay que perder de vista que muchas placas son suyas de verdad, los más importantes del conjunto: las partes centrales con la figura rata, el árbol genealógico, los cuatro emperadores, los dos santos de la dinastía de los Habsburgo, y las de las cuatro escenas históricas más célebres: los esponsales de Maximiliano y María de Borgoña, los esponsales de Felipe el Hermoso y Juana de Castilla, el encuentro de Maximiliano con Enrique VIII de Inglaterra, y los dobles esponsales en Viena en 1516.
Pero Durero también participó, y quizás, sobre todo, en Ia tarea de ornamentacióm de el arco, decorando su puerta central, desde la figura alada que lleva la corona, los monos, arpías o cabezas de león, hasta los ángeles músicos y muchos otros motivos más.
Es una obra popular y erudita a la vez: Durero carga el mas pequeño de sus detalles de un significado simbólico, mezclando los motivos heráldicos, clásicos o fantásticos, los temas tomados de la fauna o de la flora, con los motivos extraídos de la simbología egipcia.
A Durero, le han reprochado la falta de sobriedad y de rigor en la ejecución de las planchas en la maraña de motivos extraídos del vocabulario gótico. Él ya estaba imbuido en las novedades del renacimiento italiano, pero al mismo tiempo se revela como un artista con una fantasía e imaginación sin límites, dando total libertad a sus caprichos: entrega una obra «monstruosa», llena de complicaciones, un terrible galimatías que, paradójicamente es un trabajo de encargo y de colaboración extremadamente personal.
Alberto Durero en ésta, como en otras composiciones, se convierte en un creador singular, claramente conocedor de motivos iconográficos propios de los humanistas de su tiempo. Sus composiciones para el Arco de Maximiliano van dando cuenta de su código visual y semántico fundamentado en los Hieroglyphica de Horapollo (muy difundidos a partir de 1422) que otra vez se hace útil por los significados a que nos remite.