Desde que M. Rajoy dejó la política como consecuencia de la moción de censura interpuesta por el PSOE con el apoyo de Unidos Podemos, ERC, Compromìs y EH-Bildu, la cuarta en la historia de la democracia tras la Constitución de 1978, la sede central del PP en Calle Génova 13 de Madrid no es la misma, ni el partido tampoco.
No estamos hablando solamente del cambio de caras sino también de un cambio hacia un PP más a la derecha, si cabe. Una vuelta a la política de Aznar del que fue mentor D. Manuel Fraga, donde los herederos del franquismo están igualmente presentes que cuando este exministro de la dictadura ocupaba la presidencia del partido.
El hueco dejado por Rajoy después de la insólita celebración de unas pseudo primarias que tras una primera vuelta dejó a Soraya Saenz de Santa María y a Pablo Casado como únicos candidatos a la presidencia del PP, fue ocupado por este último como ganador frente aquella por un 57% de los votos emitidos, lo que ha supuesto una renovación de cargos en la cúpula del partido, hasta el punto que la exvicepresidenta tras no aceptar la propuesta de Casado de formar parte de su equipo y no hacer acto de presencia a la primera reunión del grupo parlamentario para determinar la estrategia del nuevo curso político, fue ubicada en un escaño apartado de aquellos ocupados por los diputados de confianza de aquel, relegada de esta manera a un segundo o tercer plano.
Esta marginación de Saenz de Santamaría ha sido interpretada por muchos como el verdadero revulsivo para que haya abandonado la política activa con el regreso a su puesto de trabajo como abogada del Estado, lo cual puede ser comprensible ante líneas o proyectos políticos diferentes, aunque en cierto modo no deja de ser también una irresponsabilidad por no cumplir con la representación que los ciudadanos le otorgaron dando en su día la victoria al partido al que pertenece.
Sea cuales fueren los verdaderos motivos que han llevado a aquella al abandono de la política activa, lo cierto es que el Partido Popular no ha podido quedar en peores manos, las de un delfín fastoide enamorado de las políticas regresivas y represivas de épocas pasadas contrarias a lo que la ciudadanía demanda, rechazando la “estrategia del contentamiento” utilizada durante la transición para actuar con los nacionalismos, donde no tiene cabida la negociación.
“… lo cierto es que el Partido Popular no ha podido quedar en peores manos, las de un delfín fastoide enamorado de las políticas regresivas y represivas de épocas pasadas,”
Su única baza política es la lucha, según él, contra un Estado debilitado por una izquierda populista carente de proyectos e ideas para llevar a España a un lugar destacable en la política europea, pero sin admitir que el lugar que ahora ocupa en la economía del viejo continente es fruto de la política de contención del gasto e incremento de la presión fiscal que su propio partido ha impuesto durante los últimos años bajo el gobierno del Estado presidido por M. Rajoy, así como por el derroche de gobiernos autonómicos Populares buscando única y exclusivamente la rentabilidad política, eso sin contar con una de la peores lacras política como es la corrupción, por ser el partido con más investigados y condenados por este motivo.
Todo este cambio en el Partido Popular hace que nos formulemos la pregunta de si estamos ante una renovación o ante un desmoronamiento que el propio Casado trata de evitar con la cantera del laboratorio político de las FAES, con ideas cada vez más próximas al neoliberalismo económico, político y social, y con una posición pro Atlantista que en su día marco Aznar al lado de EEUU y el Reino Unido, que como todo recordamos dio lugar una sangrienta guerra en busca de armas de destrucción masiva que nunca se han encontrado.
Cierto es que Soraya Sáenz de Santamaría no es para que esté orgullosa como ha manifestado tras el anuncio anuncio de su retirada de haber formado parte del gobierno de M. Rajoy, un gobierno que de poco tiene que presumir, aunque auguramos que peor será si algún día descansa en las manos de Casado.