EDUCÁNDOSE LA MIRADA EN ANDALUCÍA

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Hace poco se ha publicado un libro escrito hace sesenta años y que ha permanecido inédito hasta ahora. Su autor es un premio Cervantes. Se trata del recientemente fallecido Juan Marsé, y el título es ‘Viaje al sur’ (Lumen). Andreu Jaume lo ha editado e introducido.

No entraré en las razones de su rocambolesco extravío, y me limitaré a glosar el escrito. Éste fue enviado a la editorial Ruedo Ibérico con el título de ‘Andalucía, perdido amor’ y con el pseudónimo de Manuel Reyes (el nombre del personaje Pijoaparte, de Marsé; quien a la sazón tenía 29 años de edad). En aquel viaje costumbrista le acompañó el fotógrafo Albert Ripoll Guspi; aquí se reproducen unas treinta de las cien fotografías que hizo.

La ruta se inició por Sevilla en septiembre de 1962, donde llegó a exclamar: “hasta qué punto resulta a veces inaudito el que uno se lance a viajar por su propio país, llegando en ocasiones a experimentar por ello un amago de mala conciencia social, sobre todo si uno es excesivamente sensible o memo”. Marsé había estado un año instalado en París y era próximo al PCE, aunque yendo siempre a su aire. Por Sevilla, él recorría calles y husmeaba en patios con rumor de fuente y trinos de pájaros.

En cada localidad se hacía eco de algunos titulares de prensa; una señal de contraste, un ancla en la realidad de lo que se decía en los medios de comunicación. Por Jerez de la Frontera se imagina el estado de ánimo de los emigrantes españoles en el centro de Europa, en medio de gente que no tiene rostro, que se mueve veloz por las calles, y “esa otra que les es más próxima, la que vive con la agenda en las manos y se telefonea y se cita interminablemente para mañana o pasado o los fines de semana, que anota nombres y planea cosas y visita y se deja visitar y se disculpa infinitamente”. Ya en el tren observará guardias civiles con cara de monjas y monjas con caras de guardias civiles.

Al llegar a Sanlúcar de Barrameda visitó a don Manuel Barbadillo, ‘poeta, novelista y rico bodeguero’, y escribe que algo en su rostro le tiene fascinado. En Rota, “donde todo el mundo se pasea, se saluda, se llama”, reconoce que no recorre Andalucía con mentalidad de turista ni de sociólogo; no siendo ni una cosa ni otra. Sucede que con cierto aire de irrealidad uno se desliza por calles nuevas y gentes cuya imagen previamente se había deformado. Sigue por el Puerto de Santa María, Cádiz, Chiclana (donde se fija en chicos y chicas “apelotonados, anhelando sentirse deseados, disimulando con esa proximidad inefable y gratuita de sus cuerpos mil deseos insatisfechos, se cuentan chascarrillos y esos chistes atrevidos que dejan una nubecilla de posible felicidad”). Llega a Vejer de la Frontera cuando comienza el Concilio Vaticano II. Barbate y Tarifa dejan huella también en el viajero observador, respetuoso al notar que “en el suelo de las tabernas hay virutas y serrín, cáscaras de gambas, huesos de aceitunas y colas de pescado que los soldados pisan con sus botas durante horas y horas sin decidirse a hacer nada como no sea permanecer aquí y seguir bebiendo” y apostillará “vámonos de aquí, ahora mismo, puesto que en nuestra mano no está la inmediata solución”.

De Algeciras dice que es la ciudad más fea de cuantas habían visitado. Nota un elemento inquietante y sórdido en la pedantería urbanística de ciertas calles. Y recoge de la prensa local una nota bien curiosa (hace casi sesenta años de ello): “Con bastante frecuencia, se produce el lamentable hecho de que algunos de estos desocupados se dediquen a molestar a las señoras y señoritas que por su necesidad han de ir al mercado. Las molestan de mil maneras, no solamente con piropos, la mayoría de las veces groseros, sino también situándose en aquellos sitios de paso que por su estrechez se presta a sus aviesas intenciones. Sabemos que en el mercado hay vigilantes y en ellos confiamos para el urgente corte de estos desmanes, en evitación de que cualquier día pueda ocurrir un hecho verdaderamente lamentable”.

Ya en Ronda se hace eco del titular de ABC, el 20 de octubre de 1962: ‘España no abandonará las provincias africanas a las apetencias de otros’; trece años después abandonamos el Sáhara. De ahí fue a Marbella, Fuengirola y Torremolinos (antes del sensacional estallido turístico), yendo a restaurantes baratos y dando paseos atentos e irónicos, pero siempre guardando amabilidad y respeto.

Pasado un mes, el viaje concluyó en Málaga (vista como una de esas ciudades entrañables, uno no sabe exactamente por qué).

Todo lugar, todo paisaje, toda persona es una oportunidad para que cada uno de nosotros eduque su mirada y la haga lúcida y benévola. Una búsqueda humilde, despojada de pedantería, intentando aprender de los demás y atenderlos, a la vez, lo mejor posible. A decir verdad, no hay otra esperanza valiosa en la vida.

 

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