Hace unos días me encontré con un post en una conocida Red Social, donde los cobardes se esconden con mucha facilidad, que decía así: “estudia para ser comunista, porque para ser fascista basta con ser ignorante y estar orgulloso de tu propia estupidez”, mi respuesta fue que la estupidez y la ignorancia no depende de la condición ideológica y que el fascismo puede ser tanto de izquierdas como de derechas, hay estúpidos e ignorantes en todos los lados, y tal vez por eso mi respuesta era innecesaria y precipitada, ponerme a discutir con idiotas me convirtió en la diana de sus odios y frustraciones, de sus ataques e insultos, además de no poder matizar mi respuesta de considerar que donde más estupidez política y humana encuentro es en los radicalismos, igualmente sin diferencia entre la izquierda y la derecha, impulsada por un fanatismo que convierte a sus correligionarios en personas sin lógica en su decir y en su accionar, en violentos verbales, cuando no incendiarios del mobiliario urbano y saqueadores de negocios, antisistema orgullosos de un patriotismo barriobajero o de un anticapitalismo de odio y rencor del que se sirven y viven como burgueses, con una calidad de vida que dista mucho de los débiles del sistema o, sin más de la mayoría de los ciudadanos.
Un denominador común, no sé si de nacimiento o de la ofuscación de un actuar borreguil, sin personalidad individual, es su torpeza o falta de inteligencia. La repetición de consignas de sus líderes, la extrapolación de la historia adecuándola a su doctrina política, falseándola con su mirada tuerta y torticera, les hace leer entre líneas con la suspicacia propia de quien sólo sabe vivir en sociedad como si de un juego de roles se tratase, como protagonistas de una historia en la que los demás encajan según su criterio que, no es otro, que el del grupo en el que insertan, donde no cabe la disección de conceptos, valores e ideales. Catalizan la sociedad con ingredientes fabricados en el laboratorio de la manipulación de sus líderes, con totalitarismos excluyentes.
Fomentan la polarización política convirtiendo a todos los empresarios en ladrones o a los débiles del sistema en perroflautas, vagos o maleantes, el empoderamiento de la mujer, en odio visceral hacia el sexo contrario, la libertad en un sometimiento al contrario conforme a pautas de comportamiento donde los divergentes son insultados y excluidos.
Sólo saben echar leña al fuego, buscar la confrontación para justificar su acción política. Que casualidad, siempre son los mismos, con nombre y apellidos, derecha e izquierda radicalizada, con lideres en ambos casos que viven como dioses, en grandes mansiones y chalets, sueldos, dietas y patrimonio que mucho difieren de de los ciudadanos de a pie, que somos la mayoría, en este caso sin diferencias por razones ideológicas y con la misma ambición de poder.
Santiago Abascal y cierra España, y Pablo Iglesias Turrión, un parias con ínfulas de mesías de un sistema corrupto del que bien está sacando partido.
Estos son los extremos que se aproximan, pero el resto tampoco son muy diferentes, la perdida de su electorado que ven en aquellas formaciones radicalizadas la respuesta visceral a su decontento, ha trasformado su actuar político en una continua batalla campal de descalificaciones, sino aún peor, en un esquizofrénico mercadeo de pactos, con los mismos a los que descalifican por su radicalidad, convirtiendo al parlamento y a las instituciones en una cueva de ladrones y charlatanes.
Pero el problema, como siempre no es de los representantes sino de los representados que siguen funcionando como una masa impersonal, sin criterio, participando como marionetas del circo en el que se ha convertido la política en nuestro pais.
Cobayas enjaulados a los que les dan de comer las verduras podridas que no se han comido las ratas que salen de las cloacas en la que sus líferes pactan con el diablo el poder, dando vueltas en una noria al ritmo que estos les marcan, una y otra vez, hasta el infinito de la manipulación.
Pobres desgraciados que se sienten dignos de la indignidad de sus representantes, dando lecciones de democracia bajo el insulto y la descalificación de quienes no pensamos como ellos.