Los refranes son una forma de expresión popular cuya fuerza reside en que son utilizados para transmitir su sabiduría de forma verbal y, en este caso, hay algunos que me permiten centrar el tema, como el que dice que “el hábito no hace al monje”, referido a que las personas no deben ser juzgadas por su apariencia, sino que es necesario distinguir su comportamiento y los valores con que se orientan. Otro modo de decirlo es que “no todo es lo que parece”, y centrándonos aún más en su literalidad, no todos los monjes, dígase curas o religiosos en general, por el hecho de llevar un hábito son verdaderos servidores de Dios, sin generalizar, por supuesto, porque haberlos haylos que, con su ejemplo, con su conducta, hacen honor a lo que representan, ahora bien, ¿qué o a quién representan? y ¿de que manera?.
Otro refrán muy recurrente en nuestro caso es aquel que dice “a Dios rogando y con el mazo dando”, que invoca la importancia de trabajar y esforzarse para conseguir lo deseado, al mismo tiempo que se invoca la ayuda de la gracia divina. Sin embargo los hay que sólo creen en un Dios ojalatero, con sus “ojala Dios me conceda salud” cuando no otras cosas más materiales como dinero o fama; además de un Dios supermercado, te doy esto, entiéndase una ofrenda dineraria, exvoto o promesa de una determinada acción, a cabio de que mi hijo aprueba el examen de matemáticas.
Y, dentro de esta ranking de las catalogaciones divinas está el Dios culpable de todo lo que hace el hombre o es una consecuencia de su actitud o conducta, recurriendo a la blasfemia.
Esta manera de empequeñecer la figura de Dios adaptando o equiparándolo a la nuestra, no es más que el reflejo tiránico que las religiones hacen de Él, atemperado con la magnanimidad de su perdón que las religiones vendieron a muy buen precio a través de las bulas como documento oficial otorgado por una autoridad eclesiástica con el fin de que la persona que lo recibe sea absuelta de algún pecado o falta, para lo cual era necesario que se pagase una cantidad de dinero, lo que les permitió amasar grandes fortunas y conseguir un patrimonio inmobiliario que perdura hasta nuestros días y que en connivencia con algunos Estados mantenemos los contribuyentes a través de concordatos o convenios de colaboración, como sucede en nuestro país con los concordados con la Santa Sede de 1978 respecto a la religión católica a pesar de estar considerado por la propia Constitución como un Estado aconfesional y que, si en algo podemos justificar es en la implicación de su iglesia en temas de asistencia social o de conservación del patrimonio; todo ello sin olvidar el merchandising de las iglesias como mercadeo de la fe.
En definitiva un Dios pueril, raquítico por su limitación a nuestro pequeño mundo, a un mundo centro del Universo, que cada religión humaniza a su manera, rodeándolo de vírgenes y santos, de profetas, a los que se idolatran, con el culto a imágenes que, incluso se sacan en procesión como manifestaciones populares de exaltación de lo divino y de lo humano.
Esta consificación de Dios manipulándolo al antojo de las religiones, en general, empequeñece el Universo como origen de nuestra existencia, limitando la conciencia humana a reglas que parecen proceder de un ser tiránico que esclaviza a su creación, en vez de valorar la existencia, la tuya y la mía, la de todos, como auténtica representación de la deidad, como la confluencia de todas las energías, como la arquitectura del universo que, es grande por su creación y no por sus reglas y su perdón.