Quizás en tu fuero interno sepas cuando cediste a la presión de dejar de creer en las cosas buenas, pues es verdad que se presiona sobre los idealistas y ello cada vez con más fuerza, todo lo contrario a lo que sucede con el mal, que si no llega a justificarse se le deja estar en silencio, sabiendo que existe pero que no merece la pena azuzarle para que no se enfade. Al bueno se le juzga y se le somete, si se puede, a la purga que derrumba la inocencia, pero con respecto al malo se le consiente, incluso se le acerca la gente trémulamente como quien se acerca al poderoso cuando se le teme, se depende de su gracia y hasta de su gobernanza. El mundo se acabó cuando dejamos de creer en la bondad. Ese ha sido nuestro pecado, sino original, aunque quizás sí, sí el determinante de nuestra alienación, de esta pobreza moral en la que vivimos.
No sé si recuerdas cuando te encogiste de hombros para reconocer que no eres tan bueno, como pidiendo que no te confundieran con un tonto, o cuando le hiciste sentir a tu novia que tú no eres de esos melindrosos, sino un chico algo más duro, o cuando dejaste de pensar que no se podían pasar determinadas líneas rojas como coger un poco más del dinero que te correspondía, o dejar de hacer lo correcto porque nadie lo hace, o dejar la verdad a un lado, o ceder a la tentación de un enchufe quitándole el puesto a alguien que lo necesitaba más, o dejar de levantarle para dejarle el sitio a alguien más débil, o reírte con otros de la inocencia de algún ciudadano, o dejar tu corazón de niño palpitando junto a la senda de un camino, quiero decir exactamente que no sé en qué momento consentiste tu pequeño pacto con el diablo, ese que ahora te invita a leer con desdén este artículo (te he puesto delante del espejo y te jode, reconócelo)
Quizás sepas cuando fingiste por vez primera que eras bueno sin serlo, y quizás yo quisiera saber cuando dejaste de notar que fingías ser bueno creyendo que ya no eras el diablo en que te estabas convirtiendo, para serlo ya definitivamente y sin consecuencia, yendo a la oración con el bagaje de llevar tus pecados, con los que convives entre algodones, arrebujado y con desdén hacia la culpabilidad.
Sí. Enhorabuena. Ya has llegado al paraíso de la vida moderna que, sin embargo, sólo es un infierno clásico. No crees en el amor, no crees en la vida, no crees en la justicia ni en la lealtad, no crees tampoco en la amistad, ni en la sonrisa, ni en el poder beatifico de una pleamar de misericordia mezclada con piedad, un poco de solidaridad y otro de clemencia, no tienes esperanza y ya sólo te alimenta la ambición, el dinero, el poder, el glamour, la vanidad y la soberbia. Enhorabuena. Eres un pecador, pero hazme un favor, por dios bendito, y recuérdame cuando dejaste de creer en las cosas buenas simplemente porque escuchaste la voz del diablo en medio del desierto, pues he de decirte que te engañó y que toda su seducción ha sido para comerte mejor.