DIEZ SEGUNDOS DE ATENCIÓN

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Tenemos frases que relacionan nuestra memoria humana con la de diferentes animales. Así, se dice de alguien que tiene una memoria de elefante (que se supone debe ser grande por el tamaño del paquidermo), una memoria de mosquito o una memoria de pez (incluso he oído ‘de pescado’), siempre mínimas. En francés, ‘poisson rouge’ es un pez dorado o de colores, y es sinónimo de una mínima concentración. Leo un pequeño tratado sobre el mercado de la atención, su autor es Bruno Patino, director editorial de Arte France y decano de la escuela de periodismo Sciences Po. Su título es ‘La civilización de la memoria de pez’ (Alianza); en francés, ‘La civilisation du poisson rouge’; la civilización de los desmemoriados, podríamos decir también.

Bruno Patino

Entiende Patino que “la sociedad digital está formada por un pueblo de drogadictos hipnotizados por la pantalla”, vistos como peces encerrados en la pecera de las pantallas, sometidos a un excitante ritmo de notificaciones y mensajes. Una gran adicción a las herramientas informáticas, aún sin saber bien cómo funcionan, y sintiendo la obligación de difundir con ansia cualquier momento de la existencia. Siempre dominados por una preocupación inquietante por no recibir ‘suficientes’ apoyos de ‘me gusta’. Leyendo estas páginas me entero de que se denomina atazagorafobia al miedo a olvidar o ser olvidado por sus semejantes. No sé si se pondrá de moda esta palabra o si ya lo está; creo que me olvidaré del palabro, porque no me gusta.

Se nos dice que el frenesí de las señales digitales apaga las luces de la filosofía y minimiza el tiempo dedicado a la lectura. “El tiempo de atención, la capacidad de concentración de esta generación, anuncia el hombre del escenario, es de 9 segundos. A partir de ese momento, nuestro cerebro se desengancha. A partir del segundo número diez. Es decir, apenas un segundo más que el pez”.

Es inconmensurable la cantidad de contenidos a los que tenemos acceso, no hay tiempo libre para hacerse con ellos. Tanto da, en su mayor parte son del todo prescindibles para vivir con armonía y sabiduría. Sí que importa, en cambio, tener conciencia de la relación que llegan a guardar los distintos campos del conocimiento. Por esto importa la mejor interconexión de los cerebros humanos, en sus diferentes actividades, el buen estado de forma de lo que se llama noosfera: el conjunto de los seres inteligentes en su interactuación. Y esta buena inteligencia conduce al mejor desarrollo de nuestras vidas individuales y sociales.

Entiendo que hay que trabajar sin descanso en esa dirección, encontrando el gusto de asociar y relacionar con imaginación personas y cosas, buscando puntos de encuentro. Se precisa conciencia de lo que se hace y se proyecta, tenacidad y voluntad de trabajo. Esto supone una renuncia expresa a depender de los ‘me gusta’ o a ser reconocido como importante (otra cosa es consentir la ofensa y el linchamiento de nadie; una morbosa afición que no admite indiferencia).

En definitiva, hay mucho por hacer y hacerlo con gusto. Se trata de un quehacer lento y consciente, colmado de intención hacia lo mejor. Tengamos o no ‘éxito’, siempre podremos decir –como repetía Julián Marías-: Por mí que no quede”. ME

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