Vaya por delante que nunca me han gustado las guerras, ¿a quién pueden gustarles?. Pero, que pregunta más ingenua… Aunque no, no es ingenua, es intencionada para que cada uno de ustedes se la hagan a si mismos y se respondan desde su lado más honesto. No se si llegarán a la misma respuesta que yo, aunque estoy convencido que la mayoría sí, con matices o sin ellos, porque siempre los hay fruto de la libertad de pensamiento y, mucho me temo que también en función de la ideología de cada uno, aunque tal vez debería decir algunos, adoctrinamientos.
Sí, hay personas a las que les gusta la guerra porque supone para ellos una forma de enriquecerse por la venta legal o ilegal de armas, para imponer su gobierno o conquistar un territorio. Pero, también, por patriotismo, aunque éste no se qué tiene que ver cuando la ofensiva lo es por motivos humanitarios formando parte de un bloque internacional, donde también se pegan tiros y mueren civiles, respondiendo en realidad a intereses de supremacía e imperialismo de ciertas potencias.
Sólo podría admitir la guerra como última oportunidad para recobrar la paz en defensa de intereses nacionales propios, y siempre como último eslabón ante el fracaso de la vía diplomática. Aquí sí podría emplearse de manera adecuada la palabra patriotismo, no como referencia a términos tales como globalización, internacionalismo o mundialismo; pero, tal vez, hoy día no puede hablarse realmente de intereses nacionales de defensa como modus operandi de un ejercito frente ataques exteriores.
Por otra parte, también quiero que conste que no me gusta las muestras ostentosas de nada y mucho menos la teatralización del poder, pero entiendo, y sobre todo respeto profundamente, el sentir patriótico de cada persona, aunque en mi pequeño mundo opto por un mundo sin fronteras y sin banderas, donde la fraternidad fuese el eje de nuestra convivencia. Algo utópico, ¿verdad?.
Reconduciendo lo expuesto a lo que el ayer supuso para muchos españoles la celebración del día de las Fuerzas Armadas, poco puedo objetar ante el sentir patriótico de muchos, aunque me temo que, precisamente, ese sentir ante el conflicto catalán no fue tan puro y tan patriótico, sino una muestra de poder o de identidad nacional frente a los radicales catalanes que pretenden la independencia de su territorio por la fuerza, lo que les hace semejantes a los que critican y útiles peones en un tablero de ajedrez, cuya partida responde más bien a intereses políticos que al verdadero sentir popular.
“poco puedo objetar ante el sentir patriótico de muchos, aunque me temo que, precisamente, ese sentir ante el conflicto catalán no fue tan puro y tan patriótico”
En definitiva, un día de las Fuerzas Armadas donde la bandera del Estado no se ha utilizado como un signo de identidad nacional, sino como un arma arrojadiza frente a las esteladas catalanas, como si se tratarse de un partido de fútbol. Una guerra de banderas, de la que muchos ciudadanos han participado en su uso de su libertad de pensamiento, colocándolas en sus balcones bajo el argumento de que “no podemos bajar la guardia”. ¿Qué guardia?, no entiendo nada. Tal vez estemos en guerra y yo no me haya enterado.
Volviendo al tablero de ajedrez, me resulta patético ver como los peones caen uno tras otro en defensa de un rey y su corte, en una confrontación de identidades nacionales que para unos supone mayor libertad y para otros la vuelta a un patriotismo desfasado donde lo que importa es subyugar a los contrarios mediante el uso de la fuerza. ¿Nadie se da cuenta de la utilización de la que los ciudadanos estamos siendo objeto?, ¿nadie se da cuenta que estamos ante un conflicto cuya única forma de resolver es en los despachos mediante la negociación y, finalmente, en el ágora donde nuestros representantes toman democráticamente las decisiones que, se supone, beneficiarán a la mayoría de los ciudadanos, en busca del bien común?.
Igual de patético que me ha resultado el montaje independentista, con una chapuza tras otra, me ha parecido la identidad patriótica que ayer llevó a muchos a enarbolar la bandera española y vitorear a quienes han sido vilmente manejados por el gobierno de Rajoy para imponer el orden mediante la fuerza, a los que siempre mostraré mi respeto en su trabajo de defensa del orden y de la seguridad ciudadana, pero a los que compadezco cuando en situaciones como la de Cataluña u otras donde el sentir popular necesita salir a las calle para ser oídos, son manejados como simples herramientas de un gobierno, o unos gobiernos, que no saben hacer bien su trabajo, que no consiste en otra cosa que en hacer política y procurar el bien de la mayoría.
Parece que después de cuarenta años de democracia tras la muerte del dictador, todavía utilicemos medidas muy similares a las que éste utilizó para reprimir al pueblo; pero, sobre todo, que no hayamos aprendido nada, comportándonos como verdaderos imberbes democráticos.