Sigo incorporando comentarios de lectores a estos escritos sobre ‘los olvidados…’. Una amiga del resto de España me apostilla con un rotundo: “¡¡Y no sólo en Catalunya!!” a mis últimas líneas: “Nos jugamos nuestra realidad. Hay que combatir el odio, la mentira y el fanatismo. Están institucionalizados en Catalunya”. ¿Qué le puedo decir? Está claro que hay que combatir el odio, la mentira y el fanatismo donde quiera que asomen, pues con nuestros actos y omisiones decidimos nuestra realidad personal. Mi frase final especificaba que en nuestra casa hoy las instituciones públicasdesparraman con atrocidad esos ácidos corrosivos. Impera el sectarismo, se amenaza de forma escalonada y se desprecia sin tapujos o con indiferencia a quien no se adhiere al clan.
Quien preside la Generalitat lo fomenta. ¿Cómo obviar que hace unos días se plantó en coche oficial en una autopista y encabezó su ocupación? Exhibe impunidad cuando atropella el derecho de los ciudadanos a circular libremente por donde corresponde; si usted o yo lo hiciéramos, se nos caería el pelo al momento. ¡No hay derecho!
No me gusta el término ‘resistencia’, preferido por los activistas catalanes contra el ‘procés’. Es propio de perdedor asumir el rol de acorralado. Es mejor desplegar iniciativas positivas de espaldas a la saña y mala fe que arroja el separatismo, tras casi 40 años de aparentar moderación con el ‘pujolismo‘. En la senda de lo concreto, nos encontramos con medios de comunicación que, por los motivos que fueren, calientan los ánimos de la gente y envenenan sus percepciones hasta arrasar todo rastro de sentido crítico (el bien más preciado para que haya libertad mental). La mejor respuesta del ciudadano de a pie que no comulgue con esta línea es buscar la información en fuentes que sean más fidedignas, profesionales y no tendenciosas. Hay que darles la espalda y ser consecuentes y perseverantes en esta tarea.
Hablemos de la situación universitaria. Que en Catalunya tengamos las tasas más altas de España se debe a los separatistas que dominan la Generalitat; los apuros de los ciudadanos no les importan, lo primero es su particular éxtasis. Ellos fuerzan la huelga indefinida para protestar por la condena de quienes derogaron la Constitución y el Estatut o acorralaron a los empleados judiciales. Lo adecuado es ‘desobedecer’ con fe y valor a quienes impiden ir a clase.