¿DERECHOS DEL NIÑO O DEL TERRITORIO?

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El derecho como sinónimo de justicia y como antónimo de la arbitrariedad de los poderosos es fuente de confianza, esperanza y seguridad entre los integrantes de una sociedad democrática; ésta no existe sin Derecho, sin el cumplimiento de las leyes. El Derecho, por tanto, es perfectible pero es imprescindible para el progreso social. Pero no todo se reduce a él, claro está. Con demasiada frecuencia hay niños no deseados, no queridos, no protegidos. ¿Quién se acuerda de ellos?

Naciones Unidas fijó el 20 de noviembre como día universal del niño, y su celebración siempre es con sordina; hace ya 30 años de la Convención sobre los Derechos del Niño. No se organiza ruido a su alrededor: no hay manifestaciones de ningún tipo, quizá porque no da votos o no resulta rentable a los colectivos que acaparan los medios de comunicación. Se precisa cariño desinteresado, sensibilidad, equilibrio, bondad. Aún sin asesinatos, son innumerables los desgarros de por vida que no dan titulares de prensa, a pesar de ser demoledores. El psicólogo alemán Franz Ruppert reitera que todos los grandes problemas de la humanidad se reducen a problemas de la infancia.

Parece que casi nadie quiere reflexionar de veras, lo que supone apreciar el hábito de dudar y estar dispuestos a modificar actitudes previas. Se acepta el adoctrinamiento siempre que se avenga a la obsesión ideológica a la que nos entregamos para controlar y dominar. Con esta finalidad se retuerce a conciencia y sin escrúpulos el sentido de las palabras. En su libro ‘¿Quién soy yo en una sociedad traumatizada?’ (Herder), el profesor Ruppert cuenta que los nazis postulaban en sus programas educativos que los niños debían ser “resistentes como el cuero, duros como el acero y rápidos como los galgos”. Comparaciones impersonales acerca de cualidades adecuadas para las fuerzas de choque y ataque, pero que ocultan otras capitales para el desarrollo equilibrado de cualquier ser humano.

¿Dónde el uso de la razón, dónde la paciencia, la compasión o la simplicidad? ¿Dónde el fin del acoso y el derecho a tener una identidad diferente a la decretada por los brujos de la tribu, dónde la libertad de no sostener los dogmas impuestos e incorporar elementos vitales que no sean ‘genuinos’ de la nación a la que ‘pertenecemos’? Esta es el asunto: libertad de la ciudadanía o sometimiento por la territorialidad.

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