¿DEMOCRACIA SIN D?

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¿Se puede mantener la democracia si se le quita la ‘de’? No es una burda pregunta. Fijémonos: al perder la ‘de’, democracia se convierte en ‘emocracia’, el poder de las emociones; ya es otra cosa. Esta imagen es de Ayaan Hirsi Ali, escritora somalí que fue diputada en el Parlamento holandés, que es combativa contra la opresión a las mujeres y que ahora reside en los Estados Unidos. En su reciente libro ‘La neoinquisición’ (Deusto), el ensayista chileno-alemán Axel Kaiser refiere que el origen de esta expresión se dio en una charla amistosa.

 

No se trata tampoco de una mera ocurrencia, simboliza un factor decisivo en la decadencia cultural que nos inunda. En efecto, hoy día nos enfrentamos de nuevo a una abierta renuncia al uso de la razón y a la necesidad de argumentar de modo correcto. Todo se quiere basar en un ‘porque sí’ que, por supuesto, desdeña cualquier otra justificación.

En “un ambiente cargado de irracionalismo relativista” resulta imposible entender, ni comunicarse con respeto por la realidad; y esto es clave. Ciertamente es desolador. Pues bien, con todo esto hay que bregar, ‘porque sí’, para salir adelante en democracia y con libertad.

¿Está perdida la partida? Esta es una pregunta que se produce desde el desaliento y cuando no se sabe bien qué hacer para combatir una tendencia que se antoja imparable. No puedo por menos que girar la vista hacia Descartes, quien postulaba “distinguir lo verdadero de lo falso, para ver claro en mis acciones y caminar con seguridad en la vida”, y percibía con claridad lo endeble de enjuiciar a la ligera y sin fundamento.

Nos encontramos de bruces con la pretendida ‘corrección política’ y su consiguiente tergiversación de significados; al amparo de una neolengua con la que ofender y, sin embargo, mostrarse ‘ofendiditos’. Una aspillera desde donde se dispara a mansalva es la moral de tribu, siempre cerrada a ‘los otros’ y que permite el culto al odio y la ignorancia, mientras que promueve políticas identitarias (un gregarismo sin margen para la discrepancia, con uniformes fanáticos).

Entre los ‘ismos’ que se cultivan y postulan como justos y necesarios están el victimismo y el narcisismo. De modo inusitado, el mundo universitario contribuye a lo que Kaiser denomina “una cultura divisiva y moralmente histérica”, y que prefiero llamar mejor sectaria y puritana. Esta incoherencia con las raíces universitarias produce desprestigio y desesperanza. Un detalle anecdótico que cuenta el autor chileno-alemán es la resistencia habida en la facultad de Derecho de la universidad de Harvard a enseñar el delito de violación, por ser demasiado traumático para los estudiantes.

Cuando se habla de la opresión ‘inconsciente’ que ejerce la mujer blanca hacia la negra, poco más queda por decir. No interesan los hechos. El resentimiento es obligado y ‘va por barrios’. La distorsión de cualquier gesto es automática, está asegurada. Hay fuerzas oscurantistas que decretan su absoluta superioridad moral y que buscan imponerse como sea. Axel Kaiser formula este fenómeno con el término de Neoinquisición.

Slavoj Zizek, un comunista heterodoxo esloveno, ha denunciado que la supuesta corrección política perpetúa de manera oculta el racismo. Hay en marcha un ataque en toda regla. No va dirigido sólo contra lo que significa Occidente. En efecto, aún no hace dos años que la universidad de Accra, capital de Ghana, retiró, a propuesta de unos profesores, una estatua de Gandhi por haberse referido una vez, cuando era joven y nunca después, de forma despectiva sobre los negros sudafricanos. Esta retirada se vendió como la victoria de la dignidad de los negros y reivindicación de una necesaria autoestima. Así, un estudiante añadió su alivio por la acción, pues esa estatua “nos recordaba continuamente hasta qué punto nos consideramos inferiores”. Emociones acomplejadas y distorsionadas.

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