La pérdida de valores, el oportunismo como camino para el ascenso profesional y social, la jerarquización degradada por el poder de los mediocres, la pretendida igualdad para los que han perdido la referencia al esfuerzo como recurso para alcanzar el éxito, además de otras muchas patologías sociales, son algunas de las muestras más claras de la decadencia social en la que vivimos.
Decadencia a la que la contribuye la incapacidad del razonamiento y crítica individual frente a la manipulación de masas por los medios de comunicación y por ideologías políticas, cuyo único objetivo es la alineación del individuo y promover el fanatismo dogmático, unido a la perdida de nuestra memoria histórica en cuanto a los fracasos sociales se refiere, lo que nos lleva a cometer una y otra vez los mismos errores.
De ahí, el estancamiento, no sólo en el plano económico, sino también en otros ámbitos como en el cultural, científico, tecnológico y, también en el demográfico, que nos está llevando a crear una decadencia sostenible como forma de evitar el colapso mundial por el agotamiento, cansancio e incapacidad de nuestros gobernantes y de sus representados que se limitan sólo a introducir su voto en las urnas. En definitiva, un mundo a punto de estallar.
Una decadencia tanto en el plano individual como en el social, en este último fruto de una esclerosis institucional que todos sostenemos irremediablemente para evitar algo peor, no pensando en reconstruir nuestro presente para crear un futuro mejor sino sólo limitándonos a poner parches en las ruedas de una inercia cuyo fin apocalíptico es previsible ante un planeta que hemos sobreexplotado y sobrecalentado, unido a los conflictos bélicos que jaleamos cuando se trata de apoyar a nuestro equipo, en nuestro caso al occidental, movido por el imperialismo de los EEUU cuyo comportamiento poco o nada difiere de su enemigo histórico, Rusia, con el apoyo de su mejor telonero del Sol naciente.
Guerras donde las bombas no sólo caen sobre un pueblo inocente sino también sobre la población mundial, con crisis energéticas, de suministros, incremento de la inflación, incluso de hambrunas en los países más subdesarrollados con respecto a lo que se viene considerando como el primer mundo, insolidario y egoísta, que reproduce comportamientos que no dudamos en criticar cuando afectan a nuestra economía doméstica, con origen en la sobreexplotación de los más débiles por los más fuertes y la acumulación de la riqueza en unos pocos, en términos macroeconómicos; pero no cuando los afectados son otros a miles de kilómetros.
Una realidad de la decadencia social que revela lo que sucede cuando una sociedad rica y poderosa frena su avance y cómo la combinación de riqueza y dominio tecnológico con el estancamiento económico, la parálisis política, el agotamiento cultural y el declive demográfico, han dado origen a lo que hemos denominado “decadencia sostenible” que no es más que una hipocresía sistémica.
Sigamos mirando hacia otro lado, como si esto no fuera con nosotros, no siendo que nos estresemos y caigamos en un crisis que pueda afectar a nuestra salud mental. Sigamos apartando a la intelectualidad que molesta a nuestro patológico bienestar conformista y a esas ideologías de un lado y del otro, donde prevalece el pandillismo ideológico de los que son incapaces de pensar si no son dirigidos.
Habrá quien me tilde de catastrofista, a lo que yo podría contestar que en el pais de los ciegos el tuerto es el rey, o que no hay peor ciego que el que no quiere ver, pero esto es lo mismo que los terraplanistas, si la propia contemplación de la realidad y las evidencias científicas y de expertos no les logra convencer, ¿quién soy yo para cambiar actitudes de cíclopes con un solo ojo y la cabeza muy gorda de no se sabe qué materia?, máxime cuando la moda del negacionismo lo llena todo.