El Realismo en la pintura moderna: por un lado, lo moderno puede definirse en cuanto a la técnica utilizada, como impregnada de una determinada forma de expresión; en otro sentido, por el tema que se expone y se transmite.
En mi anterior artículo (https://plazabierta.com/de-que-hablamos-cuando-hablamos-de-pintura-moderna-parte-i/) comentaba las dos características esenciales que definen a la pintura moderna y que, unidas o independientes, confieren una identidad.
Cuando representamos paisajes, bodegones, marinas…etc estamos en un mundo académico y clásico. Si pretendemos que nuestra pintura sea calificada como “moderna” tenemos que representar y expresar algo de la sociedad actual, algo que identifique la obra, de forma indiscutible, como actual.
Para entender bien este concepto, podemos comparar dos obras de dos artistas que, prácticamente fueron coetáneos. Por un lado, Adolphe Bouguereau y su obra “Dante y Virgilio en el infierno” y, por otro, Vincent Van Gogh en “Los comedores de patatas”. El primero, representa el más puro academicismo en una representación clásica en grado sumo. El segundo, representa una imagen de la sociedad en la que vivía el propio artista. En realidad, el arte moderno fue una innovación del arte tradicional buscando una ruptura de las limitaciones que imponía el arte clásico, académico puro.
En mi artículo anterior, hablábamos de los movimientos más importantes del denominado arte moderno y cómo éste fue evolucionando hacia la abstracción. Sin embargo, existen tres movimientos que representan en toda su expresión el desarrollo del arte moderno, y que están definidos por el realismo sin caer en el academicismo.
Uno de ellos es el SURREALISMO, movimiento artístico plástico y literario que nació en París tras la I Guerra Mundial. Sus representantes más importantes fueron Max Ernst, Salvador Dalí, René Magritte, Joan Miró, Paul Delvaux, Frida Kahlo, Jean Arp, Leonor Fini, Alberto Giacmetti, Vito Campanella, entre otros. Lo que el surrealismo pretendía era romper los límites de la razón, en lo que se refiere a la expresión artística. Se trataba de realizar una pintura realista saliendo de los cánones de la realidad visual y adentrándose en la realidad onírica, emocional o sencillamente intrínsecamente sensorial.
En realidad, el Surrealismo nació con el escritor francés André Bretón, el cual definía este movimiento como:
“Automatismo psíquico en su estado puro, por el cual uno se propone expresarse verbalmente, mediante la palabra escrita o de cualquier otra manera, lo que realmente ocurre con el pensamiento.”
En España, los dos representantes principales de este movimiento fueron Salvador Dalí y Joan Miró. El primero, con una técnica perfecta, representa la realidad particular sentida por el propio artista. Miró, con una técnica más pristina, casi infantil, se acerca al mundo onírico rompiendo los moldes de la representación real.
En “Relojes Blandos” (Dalí, 1931) observamos cuatros relojes en un marco desértico, tres de ellos derretidos por el calor o por el tiempo y el cuarto, no derretido pero lleno de hormigas. Este cuadro tiene una gran carga simbólica que el propio autor desdeñaba.
En la obra de Miró se adivinan figuras y composiciones, pero no dejan de ser interpretaciones del espectador. En sus obras se siguen unos parámetros únicos y extremadamente personales.
En “Escalera Cruza el Azul en Rueda de Fuego” podemos adivinar la escalera y el fuego, pero el artista permite libertad para que nuestra mente forme otra imagen, personal y única. Es un exponente de lo que he venido en llamar la “pintura liberal” en contraposición con la “pintura dictatorial” en la cual, el artista nos obliga a ver lo que él ha representado, sin ningún tipo de margen a nuestra propia iniciativa.
Profundizando en el mundo de los sueños, Max Ernst expresó en sus obras el mundo extradimensional que caracteriza al espacio onírico. Esta intención la observamos perfectamente reflejada en “La reunión de amigos”
Una obra onírica donde las haya. Un entorno nocturno puro junto con la montaña de hielo del fondo, a la izquierda, y el teatro con la mesa del comensal en la parte inferior. Los amigos aparecen en distintos tamaños y en situaciones absurdas.
Otro gran representante del surrealismo es René Magritte, pero, en este caso, lo que el artista nos trasmite no es una representación de los sueños sino más bien una realidad virtual que por absurda, solo puede existir en nuestra propia imaginación. Magritte lo que pretendía, y sin duda consiguió, fue la manipulación de la imagen cotidiana llevándola al absurdo y cargada de ironía. En “Los amantes” (1928) nos expone la contradicción absoluta en una pareja que se besa, pero con el obstáculo evidente de algo (las capuchas) que les impide el beso. Obra cargada de ironía y contradicción.
Otro movimiento artístico que representa la realidad, esta vez a partir de conjuntos nuevos es el ORFISMO O CUBISMO ORFICO. Definido por Apollinaire en 1913, dentro del mismo se encuentran autores como Fernand Léger, Francis Picabia, Marcel Duchamp y, sobre todo, el matrimonio Delaunay, Sonia y Robert. En realidad, este movimiento intenta crear una realidad, a veces muy escondida, a partir de elementos nuevos, originales del propio artista.
“Torre Eiffel” (1912) Robert Delaunay nos muestra la realidad de una torre Eiffel prácticamente derrumbada, destruida, fragmentada. La representación de la torre juega con yuxtaposición de diferentes perspectivas, puntos de fuga inverosímiles, dando la apariencia de una visión extraña y alucinada.
En palabras del propio Delaunay en el Orfismo:
“las relaciones cromáticas se utilizaban como elementos constructivos autónomos y eran la base de una pintura que había dejado de ser imitativa”. Asimismo continuaba, ” Los colores expresan juegos , modulaciones, ritmos y equilibrios , fugas, honduras, oscilaciones, acordes, unión monumental , es decir: orden” .
Francis Picabia también participó en este movimiento, aunque luego fue explorando otras corrientes. “La mujer de las cerrillas II” es una representación personal del Orfismo, en la que representa una figura humana femenina elaborada con estructuras y conjuntos personales.
Dentro de los movimientos que podemos denominar realistas de la pintura moderna, se integra el denominado REALISMO AMERICANO, del que es su máximo representante Andrew Wieth. En su obra expresa el realismo con un tinte moderno, actual y con una técnica muy depurada. “El mundo de Cristina” (1948) muestra la imagen de una vecina suya aquejada de una enfermedad desconocida, tirada sobre la hierba, intentando llegar a su casa alejada. La imagen débil de la protagonista de la obra nos trasmite la propia limitación humana ante los imponderables que, en este caso, es la enfermedad. Cristina tiene un vestido rosa que refleja debilidad, y unas extremidades delgadas y débiles. El entorno trasmite soledad y angustia. Tal vez, esta obra sea una representación de nuestra pequeñez frente al entorno que nos rodea y que, en muchos sentidos, el ser humano cree que puede llegar a dominar.
Dentro del Realismo Americano, otro representante primordial es Andrew Hopper, quien refleja en sus obras la soledad de la sociedad estadounidense.
En “Noctámbunos” pinta un bar en una noche solitaria. En el exterior, la noche impregna todo el entorno con la soledad absoluta de la calle desierta. En el interior, los personajes aparecen también cargados de soledad. No hay intercambio de palabras ni miradas. Ni tan siquiera la pareja del fondo parece tener ninguna conversación entre ellos. Ambos miran al frente de forma directa y ausente del entorno. Hopper trasmite al espectador la angustia de la soledad en la sociedad actual, que parece comunicativa y solidaria, un reflejo completamente equivoco, irreal.
Como pintor, hace unos años desarrollé una serie denominada “Figuración imaginativa”, en la cual intentaba plasmar de forma intuitiva, pero con querencia realista, una serie de sueños que me invadían con cierta frecuencia. En “La cumbre” expreso cómo en la cima reina un castillo en parte derruido, mientras queda envuelta y amenazada por una serie de tentáculos indefinidos y misteriosos que la embargan y la van constriñendo. En la parte inferior del cuadro, esa amenaza ya ha completado su amenaza: un color indefinido malva-rojizo transforma la belleza de la montaña. La parte superior de la cumbre, no es capaz de adivinar la tremenda amenaza que se ciñe sobre ella.