Poco podía imaginar Pompeya Sila, nieta de Sila y esposa de Julio César, aquella mañana, cuando se dirigía a la celebración de los ritos de Bona Dea, que a partir de ese día se convertiría en una referencia ineludible en muchos episodios de la historia y de las historias. Poco podía imaginarse que los acontecimientos por venir en tan excepcional festividad la iban a llevar a ser mencionada incluso en la historieta actual de una España que ya poco tiene que ver con la Hispania de sus tiempos y de las cuitas de su esposo.
Cuenta la historia que en ciertas fiestas de la Bona Dea, una festividad absolutamente secreta y exclusivísimamente femenina, tan secreta era que no se sabe si de forma inopinada o perfectamente planificada, aquel día un tal Publio Clodio se levantó con la idea de, disfrazado de encantadora y femenina tañedora de arpa, colarse en una festividad en la que estaba prohibida cualquier presencia, incluso representación, masculina.
Quiso el destino, o Eros, o Cupido, o cualquier enreda sobrenatural, o cualquier avispado humano, o el prosaico apetito carnal, que Publio Clodio y Pompeya Sila coincidieran en su asistencia a la referida fiesta. Es más, que no solo coincidieran en su asistencia, si no en el espacio físico en el que se desarrollaba. Es más, que sus presencias se hicieran tan próximas, tan tan próximas, tan tan tan cercanas, que físicamente se produjera una interpenetración de la carnes equívocas de Publio en las sorprendidas, o no tanto, e inocentes, seguramente no tanto, intimidades, tal vez no tan íntimas como se presuponía, de Pompeya.
Ya fuera por una indiscreción de alguna asistenta, no de las fámulas, si no de las de lenguaje inclusivo, que contó lo que no podía contar, o que Publio Clodio tuvo la necesidad de participar su éxito amoroso, actitud habitual en el 90% de los hombres, que si no lo cuentan revientan, con lo más amplio de su círculo de amistades, familia y conocimientos, algo más de media Roma, bajo estricta promesa de confidencialidad, o que simplemente los hados, los pobres y socorridos hados, así lo dispusieron, la historia llegó a los oídos de Cesar antes incluso de que las celebraciones, las de la fiesta, y tal vez las particulares, acabaran.
¿Qué cómo es posible que se enterara, si todo era tan secreto? Existen en la historia los misterios y son parte de su salsa, y este no iba a ser menos, pero el caso es que se enteró.
Así que Cesar, con gran cuajo, esperó, respetuoso él con la exclusividad femenina del evento, a su coyundural, palabro inventado entre coyuntura y coyunda, esposa a la salida de la sala de fiestas para repudiarla con aquella frase tan de las costumbres romanas que reservaban para tales momentos: «Tuas res tibi habeto et vade», o lo que es lo mismo, coge lo tuyo y te largas, o en moderno, que te des el piro.
Como la repudiada Pompeya era de familia bien e influyente en Roma y su repudio podía tener consecuencias políticas, ay¡ la política, para la carrera pública, carrerón el de Cesar, de Julio Cesar, su madre lo llamó a reconsiderar la decisión que había tomado. Claro, la madre no contaba con la increíble capacidad de Cesar para soltar frases históricas y lapidarias, y no solo sobre los galos, así que no se podía esperar que el Gran Julio soltara una frase de esas que todo el mundo, a partir de entonces, dice al menos una vez en la vida: “La mujer del Cesar no solo tiene que ser honrada, tiene que parecerlo”.
Existe una segunda versión sobre la frasecita de marras, sobre cuando fue dicha, en qué circunstancias y con destino a quién, pero también es posible que Cesar, consciente de la esencia histórica de su frase, la utilizara una segunda vez para rechazar una petición matrimonial de cierta amante. ¡Pues menudo era Cesar¡
En fin, que con el devenir de los tiempos aplícase la frase a aquellas situaciones en las que aunque no exista una infracción flagrante de una norma, o un incumplimiento evidente de ley o de convivencia, la ética y la estética, o la estética, o la ética, aconsejan no hacerlo. O sea, por ser más claro, más llano, cuando algo que se hace no contraviene nada, pero no queda bonito.
Y a todo esto, y sin comerlo ni beberlo, yo no venía a hablar de historia, si no a comentar el nombramiento de Dolores Delgado como Fiscal General del Estado. ¿Qué tendrá que ver Dolores Delgado con la repudiada Pompeya Sila?. Si seguro que ni se han conocido.