Sostengo la defensa de un chico gitano un poco impulsivo que ha conducido varias veces sin carnet y que por la reincidencia tendrá que ingresar en prisión, sin posible indulto a pesar de que se podría hacer un esfuerzo entre todos para devolverle esa oportunidad que podría evitar que vuelva a delinquir y se acostumbre a ello de modo rutinario y ya sin retorno al civismo.
Tengo la defensa de varios clientes condenados a penas de multa que, por razones obvias del tiempo que corre, no van a poder abonar, con lo que la pena de multa se sustituirá por pena de prisión subsidiaria. Un día de cárcel por cada dos días de multa, pero nadie les va a indultar por ello. Lo más grave lo ha hecho un tipo simpático que se llevó un iPad de una gran superficie porque anda un tanto escaso de fondos.
Defiendo a un hombre correcto y muy educado, un calefactor, que el otro día, ya detenido, ablandó al policía al reconocer un hurto cometido dentro de una casa a la que atendía y ello porque con el Covid la gente ha dejado de llamar a los calefactores. Estaba profundamente avergonzado. El policia se sensibilizó tanto que se hizo amigo del detenido y hoy aún está interesado en el desarrollo de un juicio tras el cual nadie indultará a su detenido pesar de que todo el mundo ya le habrá perdonado. ¿El lector lo indultaría? Yo ya lo he hecho.
A lo largo de mi carrera profesional he sostenido defensas cuyo destino final era una condena que todos, incluyendo a los jueces, hubiéramos deseado indultar luego, y recuerdo por ello, y aquí lo escribo, que siempre me ha sensibilizado mucho defender a los senegaleses que venden ropa falsificada de baratillo, a los que las marcas presuntamente ofendidas y perjudicadas por el delito acusan sosteniendo las penas correspondientes, pidiendo además —olé sus cojones— la responsabilidad civil derivada del delito como si el poder comercial de estas marcas pudiera ser puesto en riesgo por estos pobres hombres. En aquellos juicios aprendí a amar a la gente de Senegal, pura y de corazón limpio, que son como niños y que, lo peor que hacen, es vender trapos que a la lengua se distingue que son falsos. Tomba, pobre, se pasó meses sin dormir antes de juicio. Tenía cuatro mujeres y veintitantos hijos en el Senegal, a los que transfería lo poco que ganaba. Le condenaron por vender lo que la gente compra a la luz del día y que, en ese acto limpio y escueto, no sólo compra sino que además legitima y expía de culpa ¿Puede acaso una sociedad condenar sin remordimiento aquello que se hace a la luz del día?
La memoria me pide que no olvide la relación de ciudadanos drogadictos que he tenido que defender y que a pesar de las atenuantes e incluso de la posible suspensión de la condena por estar en tratamiento, la cual no siempre se concede, ingresan en prisión sin que el gobierno les indulte.
Podría seguir relacionando delitos y delincuentes pero dejaría fuera la mención de los jueces y fiscales que posibilitan las condenas. Hay un juez muy bueno en Castellón, que me comentaba el otro día que no está de acuerdo con tener que condenar a la gente por delitos de edificación en ambientes naturales protegidos, le parece excesivo pero tiene que hacerlo. Como tienen que hacerlo los compañeros magistrados y fiscales que a diario dirigen acusaciones o ponen sentencias contra ciudadanos que ellos comprenden que podrían ser indultados y con mejores razones de peso que la concordia o la oportunidad de un político que le saca beneficio propio al indulto y convierte el indultar, entonces, en un pretexto muy cool que esconde otra finalidad.
No soy el presidente del gobierno ni lo sería nunca —me parece tan odioso como ser presidente de una comunidad de vecinos—, pero puedo escribir lo que me dé la gana porque eso es discrecional. No obstante, la discrecionalidad que se me permite, e incluso la eventual licencia poética, hace tiempo que no la mal gasto a lo tonto. Para una persona seria hasta lo discrecional, aunque prevenga de la aplicación de una ley del siglo XIX debe ser razonable y motivarse, si no se quiere correr el riesgo de deslegitimarnos a nosotros mismos. El gobierno ha indultado a los que no se lo merecen. A partir de ahí cada sentencia de cada día, sobre todo la de casos como los que he relacionado antes, tendrá un fiscal que hará de tripas corazón, un juez que se tendrá que quitar el corazón para dictar sentencia y un hombre corriente sobre el que recaerá todo el peso de la justicia que no recae en aquellos a quienes la proximidad con el poder libera de las penas que deberían cumplir.
Post data. Este letrado, tampoco defenderá igual después de esto. Gracias señor presidente.