DE OFICIO: UTÓPICA

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Hubo a principios del S. XVI una tresena cuya conexión he urdido en una hipótesis seductora: Baltasar de Castiglione definió al perfecto cortesano, Nicolás Maquiavelo al príncipe, y Thomas More los parodió en un estado ideal al que llamó Utopía, nombre compuesto por las palabras griegas “u” (no) y “topos” (lugar), es decir, un lugar inexistente.


“Libellus vere aureus, nec minus salutaris quam festivus, de optimo reipublicae statu, deque nova insula Vtopiae”, ilustrado por Ambrosius Holbein

Querido Sr. Moro, lo siento, no aprendí bien el obligatorio oficio de labradora. Tampoco me apliqué mucho en el de tejedora de lana.

Me voy de Utopía, en su isla tampoco me permiten ser sifogrante, tranibora, senadora, y mucho menos príncipe. En el sistema patriarcal de U-topos, es una frivolidad que una dama esté dotada de la capacidad de elevar su alma por medio de la contemplación o meditación estudiosa.

No me desvela el beneficio de la eutanasia, la jornada laboral de 6 horas diarias, la libertad de religión, casarme con un sacerdote, el acceso como mujer al sacerdocio, y el largo etcétera de las bondades posibles en su imaginación, Sr. Moro, (mi pensar, al citarle, se constituye básicamente por un significante que cambia continuamente de significado…).

El tiempo y el devenir me derivan de su isla a otro futuro, pensado desde y por una conciencia social en femenino, como una necesidad urgente que moviliza mi sueño de nuevas (otras) utopías.

Xilografía de la 1ª edición de “Utopía” de Tomás Moro, 1.516.

El tan desfigurado sentido del término utopía,  ha hecho de él un auténtico espurio maremagnum elástico, abarcante y expansivo. Pero, aún así, necesario. Ahora se nos aparece siempre en la funda de un dilema o en el disfraz de la paradoja desgastada por el vocabulario moderno.

Si la Utopía es un sueño de futuro, está consustancialmente ligada a la noción de Ser, Tiempo y Devenir. Esta visión de un futuro inamovible, impregnada de una ideología determinada, la introduce en una especie de espejismo inalcanzable de extrema volatilidad que genera caos e incertidumbre, (signos de estos tiempos que vivimos, donde el Ser, es en sí mismo un devenir en un tiempo impredecible). Siendo así, ¿no habría yo de poder construirlo y deconstruirlo en el mismo instante en que lo pienso, y poder convertirlo en otra cosa?

Como bien señaló Ilya Prigogine, físico, químico, sistémico y profesor universitario (Nobel de Química en 1.977), cualquier cosa a la que llamemos realidad, se nos revela por medio de una construcción activa en la que participamos (cfr Zohar, 1996:45).

Deseo convertir la Utopía en una paradoja creativa de desaprendizajes, en una combinación indeterminada de infinitas posibilidades. Si el presente es imposible, no existirá futuro posible, porque la realidad depende del cómo la miramos.

La Utopía está en el hoy, no en el mañana. Se sitúa en relación a un por-venir de futuros posibles desde el reconocimiento del imaginario de futuros imposibles, impuestos por la visión tradicional de la Ciencia, el Ser y el Tiempo.

Morín (filósofo y sociólogo), dice que se trata de construir esos futuros posibles a través de la conservación/invención de valores que resistan a la muerte y por ello, el por-venir pasa por la resistencia, una resistencia que apela a la autonomía de cada uno y, a la responsabilidad personal con el futuro o los futuros posibles, pero también por la interrelación, derivada de ese entramado complejo y multidimensional de seres y tiempos que es el universo.

Las que laboramos en la resistencia, de utópicas, tenemos una ventaja: la de no tener un oficio necesario u obligatorio. Y, posiblemente, en esto consiste mi felicidad, en que nadie me fuerza a realizar oficios innecesarios ni contra mi voluntad, librándome como ciudadana de las servidumbres corporales, amparando mi libertad en el cultivo de la inteligencia.

Y, como en el “Patrañuelo” de Juan Timoneda, 1.567, llegados a este punto confieso:

“Una fengida traza, tan lindamente amplificada y compuesta que parece que trae alguna apariencia de verdad. Y así, semejantes marañas las intitula mi lengua natural que quiere decir: “Tú, trabajador, pues no velas, yo te desvelaré con algunos graciosos y aseados cuentos, con tal que los sepas contar como aquí van relatados para que no pierdan aquel asiento ilustre y gracia con que fueron compuestos”.


Juan Timoneda. El patrañuelo. Madrid, 1982. Facsímil de 1567.

(“Una huella fingida, tan bellamente amplificada y compuesta que parece que trae cierta apariencia de verdad. Y así, esos enredos se llaman mi lenguaje natural que significa: “Tú, trabajador, porque no navegas, te revelaré algunas historias divertidas y pulcras, siempre que sepas contarlas como aquí, porque van relatadas para que no pierdan ese asiento ilustre y la gracia con que fueron compuestas”).

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