La semana santa casi está a punto de desvanecerse. La pandemia ha impedido tanto el lucimiento como la pasión, el sentimiento y las vanidades, pero en circunstancias normales este relato hubiese sido el reflejo de esta semana mezcla de folclore y religiosidad, una semana a medio camino entre lo mercantil y la devoción.
La semana santa casi está a punto de desvanecerse. La semana que escenifica la pasión de Cristo, la pasión de los dioses. Sufrimiento frente a lucimiento, el lucimiento de la “jerarquía eclesiástica” frente a imágenes de dolor. Corona de espina y boato, sudor y gomina. Y el gallo se desgañitara cantando para dar la oportunidad de dejar de negar la esencia de la pasión, pero esto no sucederá y las monedas de platas pasaran de mano en mano y de conciencia en conciencia haciendo la madrugada eterna.
La iglesia frente a su espejo, el evangelio llevado a las ferias de las vanidades en modo de oferta, para rentabilizar una semana de lluvias y vientos. Marzo ventoso y Abril lluvias mil que dice el refranero.
La pasión de los dioses frente a la pasión de los hombres. Un año esperando la semana santa; ensayos de músicas y pasos, protocolos, hermanos mayores y cofrades, costaleros, camareras, penitentes, políticos al uso usurpando tribunas a los que solo les falta la jofaina para lavarse las manos como Pilatos, y para que el acontecimiento tenga algunos visos de de espiritualidad el abate del lugar cual Caifás de la modernidad.
La pasión de los hombres. La generosidad, el sentimiento y la entrega al servicio de una actividad pagana: La escenografía de un acto religioso, la representación teatral de índole religioso que la multitud termina por transmutar en profana y donde al final prevalece más la pasión de los hombres de trono que la de los representantes de dios en la tierra. Un auto sacramental escenificando la pasión y muerte de aquel cuyo reino no era de este mundo y que sin embargo la parafernalia de la semana santa se empeña en llevarle la contraria.
Arriba, sobre el leño esculpido por los imagineros, dolor, sangre, coronas de espinas y sacrificio; abajo, soportando hombro con hombro ese dolor escenificado, el sufrimiento real de los hombres de trono soportando el peso acumulado de alamares, alzacolas y arbotantes. El sudor de las hachetas compitiendo con las frentes perladas de penitentes y costaleros.
La multitud jaleando el dolor y para equilibrar lo divino y lo humano otra vez el sentimiento, esta vez a través de la voz rota por la que se desgarra la saeta, silencio para que el quejio sea bálsamo para los hombros y cuellos doloridos de los hombres de trono. Silencio y respeto, la pasión de los hombres exigen recato.