Hace tiempo dediqué mis reflexiones a los papagayos, no precisamente a esa ave exótica, omnívora y de plumaje multicolor, sino en referencia a esa especie conocida como homo sapiens, y no precisamente pensando en los sabios sino en los “listos”, aquellos que repiten como las citadas aves las palabras o ideas de otros, sin asimilar su significado, tomando como referencia un comentario de una filósofa amiga, una mujer sabia, una maestra del pensamiento, ante el giro dado a una reflexión en este medio que decidí sustentar en algunas corrientes del saber filosófico para justificar mi pensamiento.
Ella, que era conocedora de un borrador inicial sobre el libre albedrio vino a indicarme, corroborando mi primera intención de omitor cualquier referencia a las distintas corrientes filosóficas sobre el tema, como el determinismo y el libertarismo, que “filosofar no es citar a los filósofos…”, lo cual es cierto, con independencia que sus elucubraciones sirvan de acicate para estimular las nuestras.
Ahora bien, aunque lo habitual es que la sapiencia se atribuya como adjetivo a quien posee una gran cantidad de conocimientos, sin embargo, en realidad, la auténtica sabiduría es un atributo, al menos así lo entiendo yo, que supone un mayor entendimiento y profundidad en el conocimiento que posibilita un acertado discernimiento para usar los conocimientos con prudencia y sensatez.
En definitiva, los auténticos sabios, son aquellos que observan una conducta prudente en su vida: en los negocios, trabajo, familia…, en fin, en las decisiones del día a día que le procuran una solución lo más acertada posible, no siempre a sus intereses personales, sino también con una proyección externa, lo que les hace, además, dignos merecedores de un reconocimiento grupal por su filantropía.
Por desgracia, la mediocridad nos hace convertirnos en muchas ocasiones en sabios de cartón, carentes de una ideología racionalista, ortodoxos del pensamiento ajeno, sólo buscando el deseo persistente de lucirnos ante los demás, con una verborrea excesiva que no aporta nada más que el reflejo de un ego que trata de imponerse al de los demás, de un aparente dominio del tema sobre el que se debate o reflexiona.
Es cierto que existe un placer o delite cuando el conocimiento se basa en el saber por saber, pero aún lo es más cuando ese conocimiento es debidamente interiorizado y se transmite prudentemente a los demás o simplemente repercute en ellos, aunque inicialmente los beneficiados seamos nosotros mismos, porque cierto es, según mi experiencia, que sólo llegando a la felicidad personal podemos hacer más felices a los demás, porque inevitablemente como seres sociales no podemos sustraernos al grupo en el que nos integramos. El conocimiento proviene del aprendizaje y la sabiduría proviene de la vida, por ello lo lógico es que devuelva a la vida.
Aprendemos leyendo, pero somos sabios cuando intentamos implementar lo que hemos aprendido catalizando los conocimientos de manera adecuada a través de nuestra experiencia diaria. Raramente desciframos cosas que el mundo no conozca ya, sin embargo, ese conocimiento se convertirá en sabiduría cuando encontramos su factor clave, esto es, cuando conseguimos utilizarlo como un aliado estratégico para continuar haciendo camino al andar y, en su caso, optar por la ruta más adecuada en la búsqueda de la verdad.
El auténtico filósofo es el que es capaz de pensar por si mismo sin tener que justificarse por sus pensamientos de acuerdo con la sabiduría adquirida, a los que mi filósofa maestra, a la que me he referido antes, denomina filósofos naturales, como aquellos que teniendo una base de conocimiento intelectual son capaces de razonar sin necesidad de citar fuentes o corrientes del saber, es decir, sin apoyarse en ideas o razonamientos ajenos para elaborar o sustentar los propias por considerarlas insuficientes, como respuesta a una necesidad de tener que justificar o reformar sus fuentes del conocimiento, cuando no es necesario al haber sido suficientemente interiorizado como para poder discernir y seguir por si mismo el rumbo racional que le lleve a conclusiones aceptables dentro del razonamiento lógico, eso sí, debiendo estar siempre dispuestos a la crítica de los demás, como no puede ser de otra manera, no sólo porque así se puede implementar nuestro conocimiento, y aquí si es necesario recurrir a Socrates, porque también forma parte de la sabiduría la certeza de saber que no sabemos nada.
… porque el sabio es el que se pone en el camino de la verdad, no el que presume de haberla alcanzado.