El arte irremplazable no se encuentra en la autoexpresión sino en la abnegación.
El trabajo consume todo a lo que el artista renuncia.
La obra de arte es una confesión. La cultura contemporánea malinterpreta la práctica artística y avalada por el academicismo ha cambiado las condiciones, confundiendo el arte con lo artístico.
La estructura desbordante de la obra de Dan Jordan invita a pensar en la práctica artística y no solo mirar la pintura y/o a través de la misma, ya que interviene en el mundo de la vida del propio creador.
La conexión íntima entre lo estético y lo ascético es un tema que viene de lejos: Rainer Maria Rilke, en su famoso poema “Torso arcaico de Apolo”, expresa que el arte te agarra por el cuello y te dice que debes cambiar de vida.
Después de todo, ¿no le llegaron sus “Elegías de Duino” (1923), tras años durante los cuales, relata en sus cartas, trabajó como un perro, leyendo, pero sobre todo: trabajando para asimilar un lenguaje que le permitiría producir otro lenguaje, el suyo propio, que aún no podía imaginar… Años pasados trabajando.
Para Dan Jordan, el ascetismo no es una moda o una limpieza consciente: es un color infinito y una pizca de congoja, elegidos con prudencia. Es un régimen que surge de la necesidad de hacer algo irrazonable: trabajo, exigido por nadie más que por el mismo que lo hace, porque hacer es lo que necesita y sabe.
Ha generado, así, una nueva forma de resistencia.
Estos procesos de su esfera artística, de su camino elegido, han implicado una secuencia de acciones, una temporalidad y una experiencia que marca su vida y determina sus creaciones en el entorno del arte urbano, que no es otra cosa que el desplazamiento hasta el lugar de los hechos.
El clima emocional de Dan ha estado lleno de tormentas, relámpagos y corrientes de aire cambiantes; pero su transgresión ha sido mantener la condición ética y estética, creando “bombones” dentro del marco marginal y duro de ciudades como Mataró, Londres, Berlín, Miami, Santo Domingo o La Habana.
¿De qué otra cosa podría hablar Dan a través de su arte?
Desde un estado de cosas tensionadas por dramas sociales, crea un espacio fuera de la vida, en el imaginario, con el procedimiento representacional del valor sustitutivo y redentor de la metáfora: ese tiempo del sentimiento donde elaboramos las pérdidas y expiamos nuestros olvidos.
Goya es el primer artista que testimonia cuando realiza “Los desastres de la guerra”, como explicitan algunos de los títulos: “Yo lo vi”, “Así sucedió”. Sus grabados son la prueba de que estuvo allí y quiso dar cuenta de ello, produciendo con sus estampas la crónica de aquel tiempo.
Testimoniar no es sólo relatar sino comprometerse. Y eso conlleva muchas veces comer mal y comer tormento.
Hay que habitar en el mundo posible. Los artistas del “arte urbano” compartían una visión utópica del arte: el uso del espacio público con un espíritu revolucionario. Criticaban los tradicionales circuitos del arte, la obra entendida como fetiche frente al escenario de la calle, como un medio de contacto cercano y activo con el viandante, en el que se prioriza la acción y la conciencia crítica.
Pero todo es absorbido por la gran máquina cultural.
“El exacerbado consumismo –que amenazaba con convertir en mercancía hasta las expresiones más rebeldes de las vanguardias– generó actitudes crecientemente contestatarias por parte de los artistas, quienes buscaron atacar a la cultura establecida por medio de acciones y de arte por completo invendibles”, (Henderson, 2007).