Desde la reciente salida de Afganistán a EE.UU le faltaba una guerra para seguir sintiéndose protagonista de la historia. Siendo un país relativamente joven, en cuánto a su carta fundacional, ha participado en 122 conflictos armados documentado, habría que añadir los asesoramientos en materia militar, la incentivación de golpes de Estado, las acciones encubiertas de la CIA, en fin todas las actividades que han supuesto que la industria militar estadounidense, y la de cualquier pais fabricante de armas a gran escala, haya estado engrasada con el dolor y la sangre de muchos pueblos a los que había que democratizar, la misma teoría que Putin en Ucrania, a la que había que desnazificar.
En plena a escalada de la guerra fría, con la invasión de Bahía de Cochinos en 1961, la guerra de Vietnam en 1965 y la invasión de Camboya en 1970, el gasto de la industria militar estadounidense supuso en la década de los 60 entre el 9% y el 9,4% del PIB estadounidense, el más alto en la historia de EE.UU. En aquella década su renta per cápita mediaba los 4.500 euros. El gasto militar de EE.UU, para 2022, se sitúa en la frontera de los 800.000 millones de dólares lo que supondría un peso aproximado en su PIB del 3.9%. y siendo su renta media per cápita de 63.179 dólares. La repercusión en el PIB de la industria militar de la Federación Rusa en 2020 era del 4,3% y su renta per cápita ascendía a 12.172 euros. En Ucrania la repercusión en el PIB era del 4,1%. mientras su renta per cápita en 2021 es de 4.835 euros, similar a la de los años 60 en EE.UU. Según el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz el gasto mundial de la empresa armamentística superara en 2022 los dos billones de Euros.
Está exposición refleja la necesidad de la industria militar de estar actualizada y para que sus stock tengan salida tiene que haber conflictos. A este gasto habría que añadir un incremento en investigación y desarrollo de nuevas tecnologías bélicas.
No pretendo minimizar la necesidad de invertir en defensa, tampoco la idoneidad de la unión entre países de la UE para afrontar amenazas de terceros países o la ayuda a países ajenos a la UE cuando estos, como el caso ucraniano, se vean invadido y su población civil masacrada por el ansia expansionista de Rusia, sobre todo porque supone una amenaza al resto del continente que de alguna forma hay que evitar se convierta en realidad.
Lo que me preocupa es que en nombre de la paz se avance por senderos que indefectiblemente conducen, de nuevo, a una estrategia de bloques con un trasfondo economicista, y no solo por la industria armamentística, sino también por lo que lleva aparejado de control de recursos naturales en terceros países y es que esa es la realidad de todas las guerras.
Es interesante el estudio realizado por Juan Briones y Jimenez Bastida recogido en el artículo Geopolítica y Geoeconomía en el Siglo XXI: Nuevos Instrumentos de Estrategia en Sectores de I+D y Alta Tecnología, en el que entre otras reflexiones matiza: “Así, la política geoeconómica, entre sus diversos objetivos, pretende situar a las industrias estratégicas propias en entornos con capacidad de impacto geopolítico, y contemplan sectores de recursos críticos como el petróleo, los microchips, las comunicaciones, las finanzas, y los sectores de alta tecnología e innovación, que posibilite la creación de monopolios en mercados completamente nuevos.
De la geoeconomía depende por otra parte el apoyo que realizan los Estados a sus grandes empresas, mediante la creación y localización del capital en empresas afines, y en áreas geográficas específicas para lograr objetivos estratégicos, es otro indicador característico de dicha política” (Blackwill E., et al. 2016)
Por eso no creo que la OTAN sea la herramienta más idónea para consolidar un estado de cooperación entre los países, independientemente del color de sus gobiernos; más bien es un instrumento coercitivo que obliga a una respuesta de corte similar por quienes sienten amenazada su economía por esta estructura militar, que incluso sobrepasa el que fue en sus orígenes su ámbito de actuación, el Atlántico Norte.
No digo que deba dejar de existir, lo que si pienso es que a todo este escenario, montado como consecuencia de la invasión de Ucrania, le sobra mucho de la Ópera wagneriana Rienzi, que no sirva esto para demonizar a Wagner, y adolece del espíritu que Beethoven imprimió a su Novena Sinfonía que culmina con la Oda a la Alegría convirtiéndose en un himno de hermandad entre europeos. Hubiese sido toda una declaración de intenciones que la Orquesta de Kiev hubiese cerrado la cumbre interpretando esta sinfonía. Pero los lideres estaban pensando en la ampliación militar con Finlandia y Suecia o la mención explícita a la necesidad de defender el flanco Sur. Ambas novedades a costa de grupos minoritarios como los Kurdos o los Saharauis.