Cuesta a veces decir lo que se siente, poner el alma en las manos, en la boca, convertir el deseo en pensamiento, que pueda transitar desde mi boca hasta tu oído, que escuchado te estremezca como estremecen los contactos, como estremecen las caricias, como estremecen las miradas.
Cuesta mucho separarse en los abrazos, y rellenar durante un tiempo el hueco, que ha dejado tu cuerpo entre mis brazos, contener el calor que huye de mi lado, esperar la presión que tanto anhelo, el confort que siento en tu regazo.
Cuesta mucho esperar el beso que se ha ido, el beso que esperabas, antes de que el tiempo de estar juntos se agotara, el beso que se queda prendido de los labios, esperando otros labios que formulen intercambios, otra boca que acoja a mi boca, otro aliento que se funda sin reparos.
Cuesta mucho, cuesta tanto, imaginar que el tiempo se ha acabado, que tu ausencia es un hecho cierto, que he de esperar sin desespero que el momento siguiente sea pronto, más intenso, sea más largo.
Cuesta mucho contener el silencio de las manos, que se quedan mudas en la ausencia de contacto, ávidas de caricias que nunca parecen suficientes, ávidas de caminos de piel no recorridos, ávidas de caminos de tu cuerpo transitados, que el recuerdo convierte en deseados.
Cuesta mucho, sí que cuesta, pensar cuando te vas que has estado, cuando vienes que estaré contigo, y cuando estás contener la pena de tu marcha. Cuesta, cuesta, imaginar que el tiempo de una caricia no es eterno, que el sabor de un beso se marchita, que el contorno de tu cuerpo no es mi cuerpo, que el contorno de mi cuerpo no es tu abrazo.
Y por más que me cueste me sucede cada vez que mis ojos te contemplan, cada vez que tu voz dice mi nombre, cada vez que sin quererlo te despido
Pero por más que me cueste sigo esperando, esperando aunque pueda parecerme un castigo, esperando sin que dude mi esperanza, esperando otra palabra, otra caricia, otro beso, otro abrazo.
Precioso.