CUENTO DE NAVIDAD 2022

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Serían las ocho de la tarde, ya profundamente oscuro, cuando empezaron a sonar las alarmas aéreas en toda la línea que marcaba la frontera entre los dos ejércitos, sin distinción de bando, lo que quedaba de los hombres, los hombres que quedaban, corrieron a refugiarse en los lugares previamente habilitados. La niebla, entre el humo de los incendios y el vaho que emanaban las llagas de la tierra, impedía ver nada más allá de las narices de cada uno. Tampoco parecían funcionar las comunicaciones.

Fue una noche larga, fría, sonora. No se oyó, por primera vez en mucho tiempo, ni una sola explosión, ni disparos, a pesar de lo cual las alarmas no dejaron de sonar hasta que un leve resplandor empezó a hacer esfuerzos por poner algo de claridad en un lugar donde todas las luces de la razón estaban apagadas.

Con esa breve luz, con el hielo en el ambiente y en los corazones, los exploradores de cada lado salieron para comprobar los daños propios y los del enemigo, y volvieron con los cuadernos vacíos y las manos llenas. No habían observado ningún impacto nuevo, ninguna baja se había reportado, nada parecía justificar el sonido de las alarmas, pero los árboles amanecieron llenos de bolas navideñas, repletos de adornos y colores. El calendario en el puesto de mando, da igual de que bando, marcaba veinticinco de diciembre.

Cuando, finalmente, las comunicaciones fueron restablecidas, se supo que las alarmas habían sonado de la misma forma en todas las ciudades, pueblos, aldeas y  pedanías de ambos países, y también allí los árboles amanecieron adornados, y donde había niños, aparecieron unas extrañas cápsulas con ropas de abrigo, con comida donde era necesaria, con juegos y juguetes. Todas las cápsulas contenían un mensaje, todas el mismo mensaje: “No hemos podido regalaros la paz, más que durante una noche. Aunque la insensatez y el odio parecen dominar el mundo, la paz volverá a vuestras tierras y a vuestros corazones, y nuestros regalos volverán a ser depositados con el amor y el mimo siempre dispuestos, en vuestras salas y en vuestras almas”.

Horas antes, en la frontera invisible entre el reino de lo mágico y el reino de lo cotidiano, según caía la noche, en una tienda dispuesta en las proximidades, por la parte mágica, una asamblea de demiurgos, -allí estaban Los Reyes Magos, Santa Claus, Ded Moroz, Hoteiosho, la bruja Befana, y tantos otros-, dio una orden para la que se habían estado preparando desde hacía meses: “Fuego”

A esa orden, un ejército de duendes, elfos, pajes y otros entes mágicos, se dirigieron a sus puestos y accionaron los mecanismos de disparo de sus artefactos.  Millones de dispositivos de lanzamiento de fuegos artificiales, modificados para poder disparar cápsulas cargadas de adornos, de regalos y de buenos deseos, entraron en acción provocando, con su proximidad, las alarmas de todas las zonas de guerra. Unos minutos antes un pequeño “comando” de colaboradores había lanzado polvos inhibidores en todos los lugares donde había baterías antiaéreas, porque una cosa es la magia y otra prevenirse contra las armas, que entienden poco, o nada, de buenos deseos.

Desgraciadamente, el éxito de la misión no fue completo, como en toda guerra, hubo munición que no explotó, que no pudo ofrecer su contenido; aquella que llegó a los lugares donde los duros de corazón, los insensibles, los fanáticos, los ambiciosos, los crueles, tienen defensas inmunes a los inhibidores mágicos, insensibles a los deseos de paz de los demás, blindadas contra la felicidad ajena. Pero, en la mayor parte de los objetivos, los sueños de la infancia, la pureza de los deseos, hicieron explotar aquella munición repleta de ilusiones.

Felices fiestas y que el 2023 funda las armas, arrincone a las ideologías y reblandezca los corazones inhumanos.

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