CUANDO NEVERS INVADIÓ HIROSHIMA

El cuento que creció hasta convertirse en novela

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Tres años, mil noventa y seis días, y veintiséis mil trescientas cuatro horas, sin haber vuelto a saber nada el uno del otro. Un roce en el brazo, una mirada distraída, un perdón al aire, les ha reencontrado de nuevo.

Se giran a la vez, confirman lo que su piel, desconocida para ambos, les ha predicho ya.

«Olga».

«Daniel».

Piensan al unísono, y continúan en direcciones opuestas. Él se distancia diez centímetros más de la mujer que le acompaña. Ella no necesita alejarse de nadie, camina sola.

«¡Qué guapa está!».

«Es mucho más alto de lo que había imaginado».

Una vez más coinciden en el mismo universo de siempre, en el de sus mentes. Nunca han estado tan cerca, ni tal vez tan lejos.

Mil noventa y seis días desde que él escribió y ella no respondió, o quizá fue a la inversa. Cada uno lo recuerda a su manera, distorsionada, desfigurada e incierta.

Se amaron, a veces siendo personas y otras, personajes. Se idealizaron y reconocieron a sí mismos como no lo habían hecho antes. Recorrieron centímetros de piel con sus propias manos, olvidando que eran carne de su carne, y no la del otro. Como dos ciegos hambrientos se guiaron mutuamente, mezclaron saliva, sudor y a veces lágrimas, a muchos kilómetros de distancia… Podían reconocer olores y sabores que nunca llegaron a probar.

Conocerse les había convertido en videntes a través de las letras. Su relación fue epistolar, como les gustaba llamarla, le quitaba frivolidad al hecho de haberse conocido por la compraventa de unas entradas para asistir a la representación de una ópera. Él no podía venir a Madrid, y las ofreció por Internet a buen precio, ella no las había podido conseguir en taquilla y vio el anuncio. Se podría decir que Madame Buttedly les unió. Ella, al contrario que Cio-Cio-San, la protagonista, no acabó del todo con su vida, sí lo hizo con su matrimonio.

Estaban casados, aburridos y demasiados vivos, quisieron experimentar, no contaron con el riesgo de enamorarse.

Se terminó como se acaba lo que es de verdad, con intensidad, dolor e incertidumbre, con una partida finalizada en tablas. Olga apostó al marido y lo perdió, Daniel continuó con su mujer, desamándola cada día un poco más, y luchando por olvidar, sin conseguirlo.
Ella deja de andar cuando le imagina lejos. Necesita coger aire, que la presión del pecho se deshaga. Nunca dejó de pensar que tendrían la ocasión de encontrarse. Tal vez ahora quiera…

Él oye sin escuchar a la mujer que intenta cogerle de la mano, antes de hacerla desaparecer en el bolsillo del pantalón, para evitar que le toque. Siempre había intuido que se verían de cerca. Quizá haya llegado el día en que pueda…

 

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