CRÓNICA DE LA RESURRECCIÓN DE ISABEL II DESDE LA ETERNIDAD.

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Dicen que después de su padre Jorge VI, y de la reina Victoria, que, tras Felipe de Edimburgo, han sido los primeros en recibir a la reina Isabel II en el hall de la eternidad cristiana, la reina se ha interesado mucho por Diana de Gales. Felipe de Edimburgo le ha explicado que Dodi Alfayet no se lleva con ella y que ella tampoco se muestra muy interesada en pasar la eternidad en el cielo de los musulmanes, colindante con el cristiano solo tienen bis a bis. Por otra parte, extraña mucho la comida, inexistente en las despensas de la eternidad, y ha hecho migas con John Lennon, a quien trajo en su día recuerdos de Elton Jon, y con la madre Teresa de Calcuta. La reina hay que anotar  que también ha recibido a Sir Winston Churchill, su primer primer ministro, muy interesado en tener noticias de primera mano a cerca del estado de la política exterior. Churchill no se ha hecho a la eternidad después de mostrarse insolente con San Pedro aquel primer día que le espetó al santo que no hablaba con cargos no elegidos por el pueblo. Sir Winston ha descubierto que gran parte de la felicidad que disfrutaba en la Tierra, se debía a que los conflictos le estimulaban mucho más que esta calma chicha celeste. San Pedro, gran hacedor de cosas en este lugar, le proporciona habanos de Cuba que le traen de contrabando los isleños del purgatorio a cambio de rebajar  su tiempo de penitencia. Dios, no puede enterarse de una cosa así, de lo de los puros, digo, pero como quiera que las volutas de humo se confunden con las nubes celestiales, nadie sabe si el César se hace el tonto o si, sencillamente, no se entera. El caso es que Churchill no se adapta al medio y se dice que ha solicitado tener una entrevista con Hitler en el infierno, no se sabe si para hacer las paces o para pedirle disculpas por haberle llamado en su día cabo acomplejado. Isabel II se ha mosqueado un poco, e incluso se ha molestado. ¿Para qué querría el señor Churchill tener una cita con Hitler? —ha preguntado— Nadie lo sabe. Margaret Thacher suele decir que a Sir Winston le gusta discutir y ha pedido que no le homologuen aquí el premio Nobel de literatura (un arte muy valorado en la Gloria), pero no ha querido charlar con la reina porque, según dice, ya tuvo bastante en su día. Al parecer, por otra parte, la Dama de Hierro está muy interesada y entretenida con Gorbachov, a quien la eternidad y Dios, le han sorprendido bastante, dado que era ateo. Dios, a quien no le gustan los herejes,  está considerando con Felipe II lo de la homologación del Nobel de Churchill. La verdad es que en la eternidad los protestantes tienen más dificultades en el trato con la divinidad, a quien no le gusta mucho la heterodoxia, menos aún la de Enrique VIII, que lleva siglos pidiéndole perdón a Ana Bolena y a todos los demás para ver si se lleva mejor con la curia celeste y de paso se congratula con el Señor y le mete algún dogmatismo. Hasta que no llegó Isaac Newton y no se distrajo un poco con la ciencia, Dios, que, a pesar de ser el creador, no sabe nada de física teórica, la tenía a todas horas con ese pelirrojo prepotente.  Enrique VIII lo pasó muy mal, pues aquí no se tolera mucho lo de descabezar a los que alcanzan la santidad o divorciarse de damas tan grandes como Catalina de Aragón (siempre se ha dicho que Dios tiene debilidad por los españoles). A Enrique VIII, sus estudios de teología le salvaron del infierno y Dios le ha perdonado los crímenes por eso, pues lo de ser rey no lo tenía en el guión a fin de cuentas y considera que no le puede exigir tanto, pero claro, el altísimo no es divorcista, y le toca hondo el humanismo relativista surgido tras la Ilustración, lo cual explica que haya decidido mantener vivo a Benedicto XVI, parabver si frena a Francisco, que según San Pedro, se ha venido muy arriba. De hecho, Enrique VIII está interesadísimo en hablar con el pontífice emérito, y por eso,  todas las noches le pregunta a la muerte si lo ha traído. Le contesta que el señor no quiere que muera y que siempre se interesa por su salud, rogando a los serafines que estén atentos.

Se dice de Dios que no le gustan mucho los nacionalismos, pero que la política exterior no está para bromas y no quiere perder

adeptos desde que China es comunista —Mao Tse Tung lloraba como una mujer cuando Satanás le aplicaba el lanzallamas—. Juan Pablo II, que es muy de derechas, asesora a Dios —según los mentideros—, pero sólo le hace caso en parte porque le considera un radical. La eternidad ha devenido muy estamental, eso es lo cierto y lo trágico, y nadie, a salvo de santos y gente así, ve a Dios sino al cabo de un millón de años celestiales, que aquí se computan en eones.

Gandhi, por su parte, siempre acude a visitar a a los regentes ingleses, lo hace para pedirles perdón por las molestias que causó en su día al pedir la independencia de la India, es que es tan bueno, un poco coñazo a veces, que hasta pedir lo propio le duele. La reina Isabel le ha mostrado su simpatía y le ha hecho saber que el tiempo lo cura todo. Gandhi, alma grande, tiene cierto complejo de culpa porque no deja de pensar que se pasó un poco con lo de la no violencia. De hecho, Jesús, cuando estaba en el cielo,y Anás se llevaban muy bien, y cuando Pilatos no se lava las manos —desde su muerte le entró esa neura—, juegan al mus. Aquí, en el cielo, Cervantes puso de moda los juegos de naipes, y luego, con los siglos, han venido muy bien para darle vidilla, si bien hay que notar que a Escribá de Balaguer le gusta más el póker. Por lo visto está obsesionado con hacer una ciudad aquí para los del Opus, cosa que a Dios le fastidia mucho. Lutero, por su parte, pide bulas a los Papas para ver a Dios, pero Los Santos Padres son la hostia y muy revanchistas y pasan de él. A salvo de Juan XXIII, que es un santo, e intercede por él sin éxito, los demás le dicen que se atenga a su doctrina y que si no les necesitaba en el siglo XVI para hablar con Dios, mucho menos les debe necesitar ahora.

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Cuando la reina ha preguntado por mí, me he sentido algo azorado, esa es la verdad. En contra de lo que se piensa, y a salvo de mis conquistas amorosas, siempre he sido muy tímido y muy reservado a la hora de hablar de literatura. Su majestad se ha interesado una vez que se han disipado las cuestiones políticas —es lo que más me revienta de aquí, lo que les gusta la política y lo poco que les gusta la religión: manda huevos—. Los humanos como ella, como la reina, digo, suelen ser muy bien recibidos, ello debido a  la abnegación y a su sentido del compromiso. Su majestad, además, no estaba llamada a ser reina y su abnegación, junto con ser jefa de la Iglesia Anglicana, se valoran mucho. Es una mujer sencilla que sabe que no es como nosotros. Dios nos perdona la vanidad por la creatividad, pues esta no deja de ser un acercamiento espiritual a él. Pero tenemos ego y yo ya pagué en su día por ello. Me salvó un poco que comparecí ante San Pedro el mismo día que Cervantes, en abril de 1616. San Pedro, a veces, es un poco cabrón —todavía tiene la espinita de haber negado tres veces a Jesús, y lo paga con nosotros—. En esta eternidad ortodoxa, los ingleses no estamos bien vistos. ¿No te compararás con él verdad, que luchó en la batalla de Lepanto contra el Otomano? —me preguntó cuándo llegamos—. Desde entonces, por eso, y para rebajarme un poco, me tiene de cronista de la eternidad, un oficio que me disgusta y hasta me rebaja un poco. Cervantes es un enchufado de Dios, y eso que siempre le pregunta por qué escribió eso de “con lo Iglesia hemos topado”. Le he explicado a su majestad que Dios es un poco ingenuo, pues todavía se fía de los hombres, y que no debe de pensar mucho en él. En realidad, dicen que anda muy ocupado en la creación de un universo nuevo, me ha parecido mencionar que le encanta la física. La reina, en fin, me ha agradecido mucho los servicios prestados, y me ha concedido el título de Sir. No suena mal. Me ha confesado que prefiere Hamlet al rey Lear, pero que está muy orgullosa de mÍ por ser un europeo moderno, y que plantease la duda antes que el francés —se refiere a Descartes— . Hoy ha sido un día grande en el cielo. He recibido a mi última reina. Isabel II, hija de Jorge VI, un gran rey. Solo los no llamados a la gloria la merecen, y entre ser o no ser quizás convenga apartar el cáliz, dejarlo a un lado. De Jesús de Nazaret hace días que no se sabe nada, ni tampoco de María Magdalena. Las malas lenguas dicen que se han independizado. A fin de cuentas, a nadie le gusta vivir en casa de su suegro.

William Shakespeare.

Cronista oficial del cielo.

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