CONFIESO

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Tal vez hoy sea unos de esos días aciagos en las que la torre de vigía debería de lanzar las campanas a rebato, pero el campanero, como una gran parte del pueblo, tiene su mirada obnubilada por los rescoldos de un festín que ha de pagarse en libertad. Nadie vigila al enemigo, y el enemigo, con la aquiescencia arrebatada de los que no valoran la libertad, ya está entre nosotros. Confieso que he llorado, confieso que la rabia, que la impotencia, que la incredulidad ante la complicidad de una parte de mis propios conciudadanos incapaces de distinguir al enemigo vestido con ropajes que representan el engaño, me ha herido profundamente. Confieso que he llorado, amargamente, con ese llanto seco que escuece pero no alivia, que lastima sin reparar.

 

Confieso que el miedo me atenaza al ver como el lobo, vestido de pastor, amenaza con la llegada del lobo, haciendo que todos miren hacia otro lado, mientras le confían el pastoreo del rebaño varios lobos vestidos de paisanos, junto con una mayoría de paisanos incapaces de ver el burdo disfraz de los depredadores.

Confieso que he sentido vergüenza ajena, hasta el límite de tener que dejar de escuchar las palabras incendiarias, sectarias, frentistas de alguien cuya primera obligación es representarnos a todos, y ha demostrado, de una forma vergonzosa, vergonzante, trabajando la humillación y la burla, que lo único que retratan es una miseria moral ya puesta de manifiesto con otras actuaciones, y una miseria intelectual que era evidente, su dejación de tal obligación. Pero tan miserables como este esperpento de candidato que dice representarnos desde la mentira evidente, desde el desprecio por los valores fundamentales, a los que cada vez que invoca, mancilla, desde un atril que denigra con su simple presencia, son los que lo jalean e incitan a una degradación aún mayor de unos valores, de un sistema que dicen, tal vez crean, ojala crean, defender  ¿Dónde se esconderán cuando se caiga la máscara del bufón que los encandila?

Nunca pude pensar, entre carrera y carrera, cuando oía el bufido del caballo que casi me pisaba los talones, cuando la vara del gris que manejaba el caballo silbaba una y otra vez cerca de mi cabeza, cerca de mi cuerpo, cuando el autobús salvador, con las puertas abiertas, significaba un respiro en la carrera, antes de que lo pararan, antes de que nos hicieran bajar rodeados por caballos con el belfo lleno de espuma por las carreras; nunca pude pensar, aunque pensar no era una opción, cuando en una montonera en un pasillo cualquiera de una facultad cualquiera, oía el sonido de los golpes de porra sobre los cuerpos que me oprimían, y me protegían; nunca pude pensar que cincuenta años más tarde un payaso con un disfraz ideológico que le queda grande, con un disfraz ideológico que ha elegido porque le permite sentirse el payaso entre los payasos, iba a hacerme avergonzar de pertenecer a un pueblo que permite, como dice el dicho, que meen sobre él, mientras dice que llueve.

Sé que mis palabras son duras, sé que están llenas de rabia, de vergüenza, de indignación, lo confieso, pero el retrato goyesco, la pintura negra, odiosa, que me devuelven los discursos llenos de frentismo y desprecio hacia más de la mitad de los ciudadanos de este país que no lo votaron, me hace retrotráeme a aquellos tiempos que observábamos el mundo a nuestro alrededor, más allá de los pirineos, al otro lado del mediterráneo, con envidia de ser otros diferentes.

Suelo escribir desde la razón, desde ese centro hipotético y no perfecto que ayuda a mantener una perspectiva neutral, que no equidistante, la equidistancia es una sinrazón perversa de la cobardía, pero que ayuda a desarrollar el librepensamiento que permite poner en cuestión todo razonamiento sin que nadie, ni siquiera tú mismo, te exija una posición alineada con premisas que son contrarias al rebaño, tanto como lo pueden ser a las del lobo. Hoy no, hoy escribo desde la emoción; desde la emoción de haber asistido, de estar asistiendo, a un inmenso desatino, a una obcecación colectiva y suicida, desde la ruptura casi irreversible de la convivencia perpetrada por un narciso dispuesto a entregar  principios, valores, instituciones y personas a cambio de una gloria personal irrenunciable.

Hoy, como nunca antes, comparto ese concepto libertario que denuncia la imperfección dolosa de las democracias con apellidos, de las democracias que se quedan en el nombre mientras incumplen las mínimas reglas de una democracia real, de una democracia asamblearia y representativa: “cien mil millones de moscas no pueden equivocarse, coma mierda”. Y mierda son las palabras que escucho, los gestos insufribles de un narciso sobreactuado, faltón y desafiante. Y mierda son la actitud de los que le aplauden, y las miradas cargadas de arrobo vergonzoso de ciertas personas que lo rodean.

Lo de España nunca fue una democracia real, pero mal que bien lo iba pareciendo; lo de hoy es la perpetración del final de toda esperanza de convivencia a corto plazo, un monumento aberrante a la intolerancia, al populismo, al frentismo, a los nacionalismos, a los separatismos, a los personalismos, a las miserias humanas elevadas a la categoría de dirigente político, de no representante del sentir popular.

Confieso que me avergüenzo de haber, muchas veces, votado como ellos, ignorando que no hay nada más contrario a la libertad que un falso movimiento socialista en manos de un autócrata de opereta, de ópera bufa, que un payaso disfrazado de domador de corderos.

Seguramente la historia lo pondrá en contexto, como villano, como dañino, como sinvergüenza y desahogado, como uno de los mayores incompetentes de los último siglos, pero la verdad, como la justicia, si no llegan en su tiempo, ni son verdad, ni son justicia, y no, no vale más tarde que nunca, porque la reparación que llega tarde, nunca llega a quienes debería de haber llegado, nunca alivia a lo que ha sucedido.

Ha sido duro, lo confieso, escuchar la llamada a rebato contra la extrema derecha, orquestada por aquellos que están homologando la entrada en un gobierno “progresista”, a una de las extremas derechas más extremas de Europa, porque Junts es, al contrario que VOX que es una extrema derecha declarada, una extrema derecha operativa, con un ideario elitista, supremacista y xenófobo ya puesto en marcha, primero levantando fronteras, y después, en cuanto puedan, limpiando su territorio de cualquier referencia a España o a los españoles, primero, y luego… luego será después.

Y ahora, escrito lo escrito, repensado, releído y mantenido, aguantaré que los seguidores de este fascismo encubierto de falso progresismo, de guardián social de medidas enunciadas, sin contenido ni posibilidad de ser puestas en marcha, henchido de populismo, revanchismo e intolerancia, me valoren como fascista. Ladran, luego seguimos pensando.

2 COMENTARIOS

  1. El enemigo es la «estaca» , que todavía no la hemos arrancado, pero no le queda mucho ya. España es un Estado Plurinacional. Catalunya no es una región de España, es una nación dentro de un Estado, como Euskadi,o Galicia. La diferencia que hay entre alguien, como yo que vive en una de estas naciones, y los que viven en las demás zonas del Estado, es que nosotros hablamos, mínimo 2 lenguas. Castellano, que es en lo que estoy escribiendo ahora mismo, i Catalá. Sí! he dicho Castellano, porque no es Español, el español como lengua no existe, es y será siempre castellano. Para conseguir el español deberiamos meter en una pote, la cantidad de Castellano proporcional, más el Catalán,elEuskera y el Galego. Le pasas la turmix y lo que saldría de ahí, ¡sí sería Español!
    En realidad, los que niegan esa realidad plurinacional son eso, lo que queda de la estaca, que insisto, le quedan 2 telediarios, porque decir que el castellano es español, es tanto como decir que el Catalán, Euskera o Galego, no lo son, y esta es la raiz del problema, pero eso, esa estaca va a salir de raiz

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    • Supongo que tenía necesidad de decirlo, porque no entiendo la relación de su comentario con mi artículo, artículo del que reniego porque está mal escrito, no refleja mis verdaderas ideas y me coloca en una posición de rechazo hacia lo dicho, más bien a las formas. Y esto se lo puedo decir en castellano, en gallego, o en catalán, Si¡, he dicho en castellano, que es el término que uso habitualmente, aunque puedo usar el término español cuando hablo con gente de fuera de España, y ninguno de los dos términos me produce rechazo o extrañeza. Una pena que algo tan hermoso como las lenguas sirvan para reivindicar actitudes xenófobas, supremacistas o nacionalistas (eso si, de progreso, al parecer).

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