CONFIESO QUE HE PECADO

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Confieso que he pecado, y lo confieso sin rubor, sin un atisbo de arrepentimiento, con la certeza de que apenas pasen unos minutos, como mucho unas horas, volveré a pecar con el mismos desahogo, con la misma fatal consciencia de que mis actos son irrefrenables; sé que no puedo evitar, superar, soslayar la debilidad de mi carne ante los manjares de una mesa, ante la sistemática perversión que, al menos cinco veces al día, gentes de buen hacer ponen en la mesa, en una carta, o en cualquier lugar o medio al alcance de mis ojos para rebullir de recuerdos y papilas gustativas.

Es cierto que la canción que Sara Montiel inmortalizó, habla de fumar, habla de placer sensual, pero me temo que lo de fumar fue una coyuntura histórica desafortunada, y que el verdadero placer genial, sensual, es comer. Comer en su sentido completo, sensorial, íntimo y público. Porque comer no es solo el acto de deglutir un alimento por una necesidad fisiológica, comer se ha convertido en un recorrido en el que todos los sentidos, todos los apetitos, todas las apetencias e imaginaciones, pueden ir ligadas al acto último, al acto definitivo de comer, paladear e ingerir.

Desde la más antigua antigüedad, el sexo y la buena mesa mantienen una relación de equívoca identidad, una relación de estrecha colaboración en la obtención de un placer que alterna sin solución de continuidad el paladar y las zonas erógenas para trascender lo cotidiano, para alcanzar ese éxtasis que el hombre anhela como reafirmación de su cuota parte de divinidad pendiente de redención.

Sí, comer es un placer, genial, sensual. ¿Qué les ponga algún ejemplo? Mis disculpas anticipadas porque, por muy prolijo que pretenda ser, haría falta al menos un libro para introducirnos en el tema. “Nueve Semanas y Media”, “Último Tango en París”, “American Pie”, “Jamón, Jamón”, sin poder olvidar la escena de “Lolita” comiendo una banana, la cocina donde “El Cartero Siempre Llama Dos Veces”, o, llevado al extremismo más absoluto, “La Grande Bouffe”. Si, comer es un placer que incita a los placeres, incluso al de fumar, en la sobremesa, un buen puro, un cigarrillo.

¿Alguien se imagina una bacanal, una orgía, sea romana o contemporánea, sin el aditamento de una mesa bien servida, una mesa bien regada por vinos y licores? ¿Alguien puede concebir la sofisticación alimentaria del sexo sin la nata, sin las fresas, el chocolate o las ostras? ¿Qué sería de James Bond sin un Martini agitado? ¿Cómo se conseguiría una posibilidad de desinhibición popular sin unas copas de champán, de cava o espumoso, cuya sola presencia invita a la mente a traspasar fronteras?

Hablamos de sitofilia, de sploshing. Hablamos de nyotaimori, o de nantaimori, dependiendo de que el ara en el que depositemos los alimentos, principalmente sushi, sea el cuerpo desnudo de una mujer, o de un hombre.

Solo una recomendación que una vez hecha ustedes comprenderán de inmediato; en este recorrido por la combinación de placeres gastronómicos y sexuales, nunca usen galletas, háganme caso, el anticlímax comparte semántica con el climax, pero solo eso, y una vez alcanzado, el anticlímax, difícilmente tiene retorno.

Confieso que he pecado. Estudiaba yo, allá por mi infancia, que la absolución, el perdón, precisaba de dolor de los pecados, propósito de enmienda, confesar los pecados y cumplir la penitencia. En mí, en este tema, ni me duelen los pecados, ni tengo propósito de enmienda, con lo que, como he dicho desde un principio, debo de considerarme un pecador impenitente.

Es mi intención, ya que no consigo arrepentirme, compartir en sucesivas entregas las tentaciones que me voy encontrando por esos caminos que armado de ansia de conocimiento y placer gustativo vaya recorriendo, incluso los ya recorridos.

Hablaremos, si nada lo impide, de callos, de pan con tomate, de cocidos, de arroces, de pepitorias, de guisos, ollas, calderetas, asados, bichos varios, vegetales diversos y sus diferentes preparaciones. De pelo, de pluma y de escamas. Hablaremos de todo aquello que el placer de comer, y de aprender sobre lo que se come, cómo, dónde, cuándo, qué, cuánto, nos vaya saliendo al paso, o saltando a la boca, que tanto monta, porque también el camino y el tocino, esto es de cosecha propia, están íntimamente ligados.

Espero que, si es en breve mejor, en un arranque de sinceridad, en un acto colectivo, confesemos, todos a una, que hemos pecado, que pecamos y que pecaremos.

Hasta pronto pecadores.

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