CON CALMA Y SIN DEVANEOS

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Los prejuicios y las manías heredadas son extremadamente corrosivas para la convivencia. Desde siempre han actuado en detrimento del progreso humano, de una forma demoledora: forjando o ahondando problemas que, si se enfocasen de forma objetiva y fría, se nos mostrarían irrisorios, ridículos o, en todo caso, subsanables.

Con satisfecha inconsciencia se desprecia a numerosos semejantes, ignorando las razones de cuanto acaece en esas personas. Desde una posición distante e indiferente (por tanto, reaccionaria) se exhiben asperezas, ofensas, y también acosos y agresiones, a quienes no hacen o dicen lo que nosotros, tanto da en la dirección que sea.

En su extraordinario libro España inteligible, Julián Marías analizó un detalle de una crónica escrita por Andrés Bernáldez, cura de un municipio sevillano y amigo de Cristóbal Colón. Detectaba en ese autor una atroz confusión entre la fe religiosa y los usos sociales. Los judíos le olían a fritanga con aceite a causa de su afición a los ‘manjarejos’ (guisos con cebollas y ajos refritos) y le resultaban hediondos: “tenían el olor de los judíos, por causa de los manjarejos, e de no ser baptizados”, decía el cura. Su prejuicio se acentuaba porque los judíos trabajaban en lo que, siglos después, se llamaría sector de servicios. Para Marías, en cambio, los hebreos “estaban en vanguardia de una organización económica hacia la cual fue avanzando toda la Edad Moderna y que ha alcanzado su implantación en nuestros días”.

La estúpida inquina de Bernáldez era, simplemente, intolerancia hacia las costumbres ajenas. Así, interpretaba que los judíos conversos, después de bautizar a sus hijos, los lavaban en casa para borrar el bautismo; no parecía concebir el simple aseo. Marías agregaba que “no se puede exigir lo que no se puede pedir”, ni que un pueblo “cambie sus costumbres, que se sienta ajeno a sí mismo, extranjero en su propia casa”.

Medio milenio después de aquella crónica, nos seguimos encontrando con ideas equivalentes: con la incapacidad de asumir la diversidad de gustos, hábitos y tradiciones, con una pésima inteligencia de las intenciones derivadas de ellas.

¿Cómo y por qué surgen las fobias? ¿Cómo se puede suspender la vorágine de lo cotidiano de forma juiciosa? Nacido en México, David Dorenbaum es un médico y psicoanalista que está familiarizado con Alfonso Reyes, Octavio Paz, José Enrique Rodó, Victoria Ocampo o Unamuno, entre otros escritores hispanos. Desde hace cuarenta años reside en el Canadá. Acaba de publicar Divaneos (Península). ‘Divaneo’ es un neologismo que resulta de un juego de palabras entre diván y devaneo. De origen árabe, diván es un mueble entre sofá y cama que a partir del siglo XIX quedó popularizado con la práctica psicoanalista de Freud, un símbolo de la asociación de ideas de médicos y pacientes. En tanto que devaneo es un amorío pasajero, también una distracción o pasatiempo.

Dorenbaum no da respuesta a esas preguntas que acabo de formular, pero sí aborda en breves ensayos la falta de imaginación que nos incapacita para vivir la siempre compleja realidad. O la conveniencia de construir las identidades personales a través de la interacción, no de burbujas desfiguradoras de la realidad.

Vivimos rodeados de objetos a los que no prestamos atención. Él se pregunta si los dispositivos tecnológicos son los equivalentes del osito de peluche de la modernidad, que nos cobijaba de niños y nos transfería seguridad. Y destaca que, al cambiar nuestro patrón de respiración, cambiamos la forma en que pensamos y sentimos.

Me encuentro ahora con un libro de ejercicios en familia para alejar la ansiedad de nuestras vidas y combatir el miedo, la baja autoestima y el fracaso escolar: Mi mundo en calma (Montena), de la psicóloga clínica Bárbara Tovar y la ilustradora Cristina Picazo. Otra mentalidad. Propone un viaje a tres planetas: mente, cuerpo, acción.

¿Qué pienso, qué siento, qué hago cuando tengo miedo o estoy nervioso? Cabe identificar las señales del inicio de esos momentos y localizar al monstruito de cada uno, dicen las autoras, que fabrica pensamientos molestos. Yo no soy ansiedad, tengo ansiedad. Piden recordar, en la idea de superarnos, experiencias en las que hayamos sido valientes y valorados. Afrontar las inseguridades. Vivir el presente con la consciencia de cómo responde el cuerpo a esas sensaciones: respiración y posturas. Relajar sucesivamente manos, brazos, hombros, cuello, mandíbula… Parar la mente un rato y atender el cuerpo.

Asimismo, lo mejor es ser explícitos, claros y comprensivos, cultivar la gratitud con quien se lo merezca y siempre la benevolencia (una voluntad buena, poderosa, confiada). Tras esta práctica habitual, lo demás viene por añadidura.

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