Entró dejando el rastro de miradas tras su paso. No era más guapa que otras, ni más alta, ni tan siquiera más interesante. En ella se combinaban una serie de factores que la hacían inolvidable.
Podría ser el aire altivo, el pelo que besaba la espalda, como generoso manto negro, o los ojos, que hablaban antes de que lo hicieran sus labios. El caso es que su entrada, fue recibida por Cuto Malaparte como un impacto. Como cuando, años más tarde, le aporreaban la cara con el puño en el ring, hasta que el árbitro, o el entrenador, tiraba la toalla y detenían el escarnio. En el reloj que estaba encima del encerado, presidiendo, junto al retrato de un tipo bufo que llamaban Caudillo, se marcaban las diez menos cuarto, cuando entró en la clase , de un plomizo quince de Septiembre, la nueva.
El año, lo olvidó Cuto Malaparte. No olvidó, en cambio, por años que pasaran, esa hora, ni la fecha en que quedó prendado del encanto de Laura Urquijo . Años después, cuando la recogió en la calle, con el aire triste de un cuerpo explotado, la mirada de quien ha visto mucho, reconoció, a pesar del presente, a la joven, que una tarde de un otoño intuido, atravesó la puerta, caminando pastueño, para comenzar un curso que selló su futuro.
María Toca Cañedo