¡Que se acabe de una vez! Cada día me cuesta más quedar con los antiguos amigos o con los grupos de los que disfrutaba tanto en la época “precovid”.
No sé si les pasará a las demás personas, pero a mí me ha entrado esa sensación de: “ufff”, ¡qué pereza llamar, quedar e ir al encuentro de quién o quienes sean y hablar de lo aburrido y agobiante que lo has pasado! Casi que no apetece.
Entre pijamas y chándales llevo casi un año. Bueno, un año la semana que viene. En toda esta trayectoria se han sucedido temporadas de todo tipo: desde no quitarme el pijama en tres días y ” malentretener” el tiempo, hasta levantarme temprano, vestirme, desayunar y a las nueve ponerme delante del ordenador con los estudios o trabajos. Puntual, lleno de energía y con ganas de comerme el mundo.
El roce hace el cariño y la distancia consume muchos amores. Es bien cierto y lo digo por propia experiencia. Supongo que como a mí, le tiene que haber pasado a muchas más personas, tanto con las amistades como con la familia. Un día te despides con un “hasta luego” y no te vuelves a ver en años, si te vuelves a ver. No tiene que haber un entierro de por medio para que te vuelvas a encontrar, pero por desgracia es donde te reencuentras con quién hace siglos que no te ves.
De las primeras cosas que te vienen a la mente cuando recuerdas algo, sobre todo a otra persona, es cómo te has sentido a su lado. Me resultó muy curioso cuando lo escuché, ignoro si la persona que lo dijo era psicóloga o no, pero siento que es cierto. Algunos de los peores recuerdos que tengo con personas vienen a mi mente así; lo mal que me sentí a su lado. También sucede todo lo contrario. Recordar a otras personas te trae tantas alegrías que desearías tenerla siempre a tu lado.
Llega un momento, que te haces tan perezoso que ya no te apetece llamar, e incluso tampoco te apetece quedar, a veces hasta prefieres que no te llamen. Es como si estuvieran en el pasado y en el pasado se ubicaran bien. Supongo que será algo parecido al refrán que dice: “amigo que no te aporta nada es como cuchillo que no corta, si se pierde no pasa nada”. Pues tal cual, sigues a tu vida y nada más.
Debe de ser cierto, estoy algo pesimista porque me cuesta escribir: ¡Qué alegría volverte a ver! Pero, esta pereza me arranca las ganas. Ahora te entretienes más con lo que te da la “ventana al mundo”. Periódicos, revistas y museos virtuales colman el tiempo libre. También los chats y las nuevas amistades virtuales te ofrecen conversaciones que te ayudan a romper la monotonía que tienes en casa.
Se hablaba el verano pasado que la segunda ola de enfermos no sería de Covid-19 sino de enfermos mentales. Si eso podía ser cierto el verano pasado, no quiero pensar como puede ser para este verano que viene. La persona que necesite salir, saldrá más; pero aquellas más caseras o las que le han cogido miedo al mundo, o más bien a lo que hay tras la puerta de la entrada de su casa, saldrán todavía menos. Puede que se encierren en sí mismas poniéndose una mascarilla que las proteja de su exterior y de su interior.
Por mi parte, ya llevo medio curso de inglés por Internet, otro de docencia del SEPE online, el curso para ser -pedagogo online- y ahora el máster, casi online al completo. Mi habitación se ha convertido también en mi aula e incluso mi lugar de trabajo. Como una celda de la cárcel, incluso por el detalle del baño dentro de la propia habitación. Mis hijos, casi igual, en sus habitaciones con las pantallas de sus ordenadores como centro de atención. Horas y horas con la mente dentro de la nada y el todo.
Me gustaría saber cuánto nos ha afectado hasta ahora el Covid-19 en sus diferentes facetas. El virus que te mata, el virus que te encierra, el virus que te quita la alegría, el virus que te deja en el paro o que destruye tu economía, el virus que te asusta, en definitiva el “virus Atila” que te lo destruye todo a su paso.
Pero el mundo está ahí fuera y somos animales de exterior, no como los topos o las termitas. Necesitamos la luz del sol, del aire fresco. Necesitamos ejercitar el corazón en medio de la naturaleza. Ahí afuera está lo que amamos, lo que nos hace humanos como tal, lo que nos identifica como especie. La vida misma.
Para saber más:
Gráficos del impacto económico del Coronavirus
Impacto de la COVID-19 sobre la salud mental de las personas