Los Rollings Stones tenían un pacto con el diablo, pero hoy se ha llevado al batería Watts y ya solo quedan los más feos y los más macarras, porque, si algo son los Rollings, son feos a rabiar y niños malos simpatiquísimos, llenos de energía.
Los Rollings Stones tenían un pacto con el diablo, pero hoy se ha llevado al batería Watts y ya solo quedan los más feos y los más macarras, porque, si algo son los Rollings, es feos a rabiar y niños malos simpatiquísimos, llenos de energía. Charlie Watts, desde hoy en la eternidad, un buen día le pegó un puñetazo a Jagger espetándole que él no era su batería. ¡Tú, eres mi cantante! –le dijo, reduciendo el ego del líder a la mínima expresión–.
La muerte de un Stone no es cualquier cosa, sino el preludio de la desaparición de unos clásicos del siglo XX, que son la expresión plástica y contestataria de la energía de los sesenta, que cambió el mundo. Les estudiarán en las clases de música, pero también saldrán en los manuales de historia. Mick Jagger, se ha quedado sin su batería, pero es posible que hoy recuerde con lamento el puñetazo de Watts. A cambio, podría ser su cantante y animarle un poco la eternidad. No parece llegado el momento. Aunque el infierno sería un lujo asiático para sus satánicas majestades, todavía prometen bastante juventud de la buena, que es la que se mantiene con el tiempo.
Lo curioso es que haya fallecido el que menos ejercicio hacía en la pista, y que se mantengan en pie tipos de ochenta años que pueden soportar tal derroche de energía, lo que prueba, sin duda, que el ejercicio es muy bueno para la salud. La desaparición de Whatts es el primer paso del grupo hacia la historia cerrada de los libros y la memoria, esa que ya hace balance para la gloria, pero, entre tanto, me pregunto dónde van a encontrar un batería de ochenta años que lo supla y que encima tenga peso específico suficiente para amalgamarse con tres mitos del rock, lo que lleva a considerar si tal sustitución es posible.
Si bien es cierto que el batería de una banda se hace casi invisible, quizás –diría Watts– todos los componentes sean respectivamente su cantante y sus guitarras, y entonces quepa pensar que la hostia que Watts le propinó a Jagger para recordarle quién era quien de quien, no sea una mera anécdota. Jagger, Richards y Wood se han quedado viudos. La muerte ha entrado por detrás desde la sombra mordiendo donde más duele, dando una dentellada en el centro de gravedad que marcaba el ritmo y el movimiento de satélites. Tendemos a quedarnos con lo que se mueve, pero el centro de un círculo siempre está fijo. La sabiduría no necesita andar porque ya sabe. Watts no necesitaba ni levantarse. Hoy ya no necesita ni vivir. Nosotros sí.
Es muy posible que Jagger se pase la mano acariciando con nostalgia el punto de la cara, un rostro por cierto con una sonrisa maravillosa, donde le llovió la hostia de Watts, y es posible que incluso ya esté pensando en un próximo concierto, pero lo cierto es que el óbito ya casi es un punto final de lo más significativo que la energía social de la calle ha podido contrarrestar a la represión convencional marcada por las instituciones más rancias. Sus satánicas majestades nos han hecho muy felices durante mucho tiempo, hemos vibrado una juventud prolongada que se ha inyectado en todas las generaciones. Cuando mis hijas eran pequeñas, las puse a mi lado para ver sus reacciones. Cuando sonó Start Me Up ya no se movieron del sofá. Hace unos días, la canté en Smule.com con Yammin, una amiga noruega con la que suelo cantar karaoke on line. Al poco tiempo, un enlace de un periódico digital traía el fallecimiento de Watts. Todos hoy somos sus cantantes en esta sociedad donde los únicos conciertos meritorios, en medio de tanto desconcierto social, los daban cuatro diablos cuyo reino ya es la eternidad.