El próximo 14 de febrero, tenemos cita en las urnas en Cataluña. El resultado se prevé incierto y, más allá las peleas o conjeturas sobre lo interno de nuestra autonomía, la nueva configuración del parlamento catalán determinará, nos guste o no, la evolución política de España.
El cambio de candidato del PSC, no precisamente por un proceso democrático interno del que se jactan ellos mismos en tener, ha sido un revulsivo en el panorama político catalán, propiciando especulaciones sobre un cambio en el esperado comportamiento del electorado catalán.
El más que previsible retorno del abstencionismo a posiciones previas al procés se ha roto, provocando el intento de aplazamiento sine die de las elecciones ─no es la primera vez que denuncio el uso torticero de las fechas electorales como herramienta de manipulación política─. Finalmente, la maniobra ha sido desbaratada por el TSJC.
Otra cosa es que el “efecto Illa” sea suficiente para despojar de la hegemonía política al secesionismo en Cataluña. Las incógnitas abiertas son muchas.
¿La participación en estas elecciones será similar a las autonómicas del 2017? Tras el 155, la abstención bajó por debajo del 21%: había un momento social agitado, con unas manifestaciones antinacionalistas masivas como nunca se había visto en Cataluña. Hoy, sin embargo, y tras la larga y profunda narcotización que el mismo nacionalismo y la “izquierda realmente existente” han generado, se percibe entre los votantes un desánimo y desasosiego que hacen difícil que se recupere un nivel de participación como el de aquellas elecciones, cercano al 80%. Lo cual sería condición necesaria, aunque no suficiente, para poder romper la mencionada hegemonía del secesionismo.
Es indiscutible que el bloque independentista está a la brega de quién manda en la plaza secesionista y seguramente a muchos ingenuos les complacerá, pero eso es algo solo coyuntural y reducido al ciclo electoral: Pelea de gallos, pero una vez tengan el corral controlado se lo repartirán entre ellos. El bloque independentista es sólido a futuro. Uno de los principios históricos de ese bloque ha sido embeberse en todas las tendencias ideológicas con el objetivo de mantener la hegemonía, y a fe que lo ha hecho desde que el pujolismo tomó las riendas.
Otra cosa es saber si existe realmente el bloque constitucionalista. Se podría decir que existe solo en el imaginario colectivo: es decir, solo entre los votantes de esos partidos a los que se incluye en dicho bloque, pero no entre sus dirigentes. Porque, mientras que podemos decir que entre los dirigentes y los votantes del bloque independentista hay una clara comunión de proyecto, en el “constitucionalista” la disparidad es total.
Hablemos del proyecto Illa. Su propuesta de coalición con Comuns soslaya, oculta, su intención de incluir a ERC en su negocio. Sabe perfectamente que, si se presenta con esa propuesta, su “efecto” desaparece. El votante socialista en Cataluña no es nacionalista ─mayoritariamente─; sus dirigentes, incluido Illa, sí. Illa, si puede, repetirá el Gobierno Frankenstein de Madrid.
El votante de Comuns tampoco es nacionalista, aunque siga secuestrado, obnubilado, por un concepto romántico del “derecho de los pueblos” y un cierto maniqueísmo “antifranquista” en el que no incluye a los más neo-franquistas de todos, que son los nacional-catalanistas, hijos políticos del pujolismo y nietos biológicos ─en su mayoría─ de los alcaldes “de comarques” del Movimiento.
Ciudadanos dilapidó su victoria del 2017 por miedo escénico y está pagando las consecuencias. Es evidente que bajará respecto a su techo de 2017, pero también que puede mejorar su desastre de 2019, aunque el efecto Illa pretenda robarle la cartera. Improbable que Comuns se avenga a una coalición con ellos, aunque fuese la deseable para arrinconar al secesionismo. ¡No se dará! El PSC ─Illa, con su cantinela dialogante─ parece poco interesado en dialogar con los “constitucionalmente” más cercanos.
En Cataluña tenemos un tormentón de mil diablos, un Matrix, del que no parece haber salida. Podemos abocarnos a una repetición electoral con probabilidades de entrar en un ciclo repetitivo y sin salida, un día de la marmota a la catalana. El sistema electoral es, hoy, una rémora que nos impide salir del atolladero, pero la clase política española es de piñón fijo y prioriza sus privilegios al bien común. La deformación de la voluntad de los electores, en este sistema, genera mayorías dependientes de minorías espurias en el ámbito estatal, mientras en el ámbito autonómico sobre-representa a los nacionalistas… un continuo chantaje a la democracia.
¿Se imaginan que después de la elección de los diputados del Parlament, en dos semanas, se eligiera el Presidente de la Generalitat por votación popular entre los dos cabezas de lista más votados en la sesión inaugural del Parlament? Por ahí podríamos encontrar la solución… Imaginen elegir entre Illa y Aragonès o entre Illa y Borràs.
Mientras tanto, una cosa ha de quedar clara: Cataluña es mayoritariamente constitucionalista y el secesionismo es minoritario, aunque tiene muchos resortes de poder. Pero si nos quedamos en casa el 14F les regalaremos la mayoría parlamentaría. Hoy el abstencionismo es desidia y eso es lo que no nos podemos permitir.
Votad. Votad, aunque tengáis que poneros una pinza en la nariz. La mascarilla ayuda.