Hace apenas una semana, después de las elecciones celebradas en Castilla y León, daba cómo ganadores a Sánchez y a Vox, ante la incredulidad de algunos que, con los números en la mano, no entendían mi razonamiento, seguramente porque los números no entienden de la mediocridad de los individuos, y no me refiero a los que dudaban, si no a los que yo daba como perdedores.
Hace apenas una semana, e incluso me ha sorprendido a mí la virulencia de la reacción, se daban las circunstancias idóneas para que el PP se sumiera en una vorágine de autodestrucción de consecuencias aún imprevisibles.
Lo primero es aclarar el tema de los vencedores, porque algunas preguntas sobre ello me han llegado, sobre todo en cuanto a Sánchez: ¿Por qué aseguro que ha ganado, si ha perdido escaños? ¿Por qué hablo de Sánchez y no del PSOE, cuando sí hablo de VOX y no de Abascal?
EL PSOE, al menos eso es lo que debemos de pensar, es un partido democrático que debe de velar por un país y unos compromisos sociales, y el PSOE lleva perdiendo de vista esos objetivos desde que Sánchez está al frente del partido, porque a Sánchez, como narciso y mediocre que es, por ese orden, ni el partido, ni el país, ni la ética, le preocupan en otra medida en la que pueda servirse de ellos. El PSOE, asociado a tan nefasta figura, pierde credibilidad, fuste y calidad ética cada día que pasa, para eso no necesita unas elecciones. Los personajes de la corte sanchista, como podemos apreciar día a día, -Tezanos, Calvo, Montero, Iceta, Grande-Marlaska o Ábalos-, por no olvidarme de los que ya han sido, conforman una trama de mediocridad, irrealidad y cinismo político para el partido, y por ende la sociedad, de cuya influencia negativa, ética, política, institucional y social, tardaremos en recuperarnos.
Sánchez trabaja, en primer lugar, para sí mismo y su perpetuación durante todo el tiempo posible, y para ello incurre en todas las bajezas y felonías que considere conveniente, y su entorno, el próximo y el no tan próximo, se lo ríe, se lo aplaude y lo jalea, todo ello en nombre de unas ideas, cambiantes, sin criterio, ni rigor, que le aseguran una maniobrabilidad ilimitada, sin perspectivas de consecuencias responsables. Y eso pasa por destrozar a Podemos, con la inestimable ayuda de Podemos, en volatilizar a Ciudadanos, con su aquiescencia, en este caso la ayuda es innecesaria, y ahora con atomizar al PP, valiéndose de VOX, que es su gran arma para atemorizar a los votantes, y al infierno al que condena a los que no lo voten. Y en eso estamos, en unas próximas elecciones en las que los electores tendrán que elegir entre una derecha radical e indeseable y una izquierda sin ética, ni otra propuesta política que la que el líder considere conveniente para sus objetivos cada mañana.
El PP firmó su decadencia el día que, por compromiso, eligió como director de orquesta a un mediocre sin fuste, sin rigor y sin una preparación política imprescindible, a un medrador del aparato, para la travesía del desierto que inevitablemente iba a seguir a la caída de Rajoy. Y eso se ha ido sustanciando en la incapacidad de hacer una oposición coherente a un gobierno que incurría en: una inutilidad en la gestión de una crisis grave, un recorrido populista en las medidas económicas y sociales, una trayectoria infamante en las alianzas y pactos que utilizaba, un discurrir caótico en cuestiones éticas y políticas.
Y al amparo de las políticas, en muchos casos provocadoras, de este gobierno personalista, y la futilidad del principal partido de la oposición, lastrado por un pasado inasumible, incapaz de una regeneración ética, imprescindible para poder ser la alternativa que un país necesita para pasar cuentas al que gobierna, las únicas opciones para los votantes han sido VOX, o la abstención, una vez desaparecido en combate, en irrelevancia de ideas y propuestas, un supuesto centro in capaz de representar al verdadero centro.
Las elecciones de Castilla y León han sido, sus resultados, la espoleta que ha dinamitado al PP. Un mediocre como Casado, como su séquito, no podía asumir el triunfo en Madrid de la presidenta Ayuso, que no había sido capaz de repetir en el segundo territorio, a pesar de las ventajas del enfrentamiento del gobierno con el mundo rural, ni de otras, lo que suponía, de facto, que los votantes de Madrid lo habían sido de Ayuso, y no del partido, lo que además es cierto. En Madrid se votó con las vísceras, contra una gestión inasumible del gobierno de la nación, que la presidenta supo capitalizar con acierto, pero eso no era capitalizable por el señor Casado. Y el primer mandato de un mediocre es laminar a cualquiera que pueda destacar por encima de su mediocridad. El problema ha sido que, en este caso, Casado no ha medido bien sus fuerzas, y ha originado un sismo de consecuencias aún imprevisibles para sí mismo y para su partido.
Una verdadera democracia, una con listas abiertas y circunscripción única, como la que no tenemos, permitiría que los votantes pudieran elegir y desechar a aquellos que hayan perdido su confianza. Pero nosotros no tenemos una verdadera democracia, con lo que, llegadas las próximas elecciones, solo tendremos la opción de elegir entre susto y muerte, solo podremos elegir entre lo malo conocido y lo peor por conocer, y llevará a una huida masiva de votantes hacia la abstención y a un deterioro democrático de consecuencias aún imprevisibles.
Se dice, se habla, se comenta, en los mentideros del reino, que Feijoo le ha pedido a Santiago (el apóstol, no Abascal) su caballo blanco de indefinido color, para poder poner orden en tanto desconcierto de su partido, pero dudo, permítaseme dudar que, dada la similitud de su gestión de la pandemia en Galicia con la del gobierno , despierte en este momento los entusiasmos imprescindibles para reconducir la situación de descomposición que aqueja al partido Popular, por mor de la gestión de Casado.
Es lamentable que la calidad democrática de un país se ponga en manos de personajes, de partidos, incapaces de un compromiso ético con aquellos a los que tiene la obligación de representar, y tengamos que asistir a un espectáculo de engaños, intrigas y soberbias cómo el que actualmente se representa en el teatrillo español. Mientras no se devuelva al ciudadano la capacidad de velar por sus derechos, de asumir su responsabilidad de elegir y exigir, su potestad de ser representado por aquellos que considere convenientes; mientras se siga secuestrando la democracia por entidades cuyo único interés es el poder; mientras tengamos que seguir asistiendo a la degradación ética, política y social de los candidatos a representarnos y de los que ya nos representan, este país no podrá salir del marasmo, de la abulia política, de la degradación institucional, en la que nos estamos sumiendo.